Nuestra tierra, la alistana, ha abierto las puertas al otoño, una estación propicia para la llegada de los frutos silvestres, en una mezcolanza paradisiaca de montes y praderas teñidos de setas y fundales regados con castañas que han sido por tierras de la Raya parte de la alimentación desde la introducción del castaño en Aliste en tiempos de Curunda caesarea allá por Rabanales. La castaña longal es una delicia, a la que se une su facilidad de pelado, sin embargo los alistanos sentencian que la brava es un auténtico manjar en cuanto a sabor y aunque más difícil de pelar ello no es inconveniente pues su consumo principalmente se hace cocinada.

Para mantener y arreciar su sabor hay que asarlas a la lumbre, sobre las llamas de arbusto o árbol. Dicen los abuelos que la leña ha de ser de encina o piorno, jara o carqueisa, que da llamas continuas. Como mejor asador se propone un latón de los que trae el escabeche, agujereado y con un asa para colgarlo de las "lares", cadena que cuelga de la chimenea, antaño para colgar el pote y la caldera.

Durante el asado hay que mantener en movimiento las castañas hasta que color y olor delatan su asado perfecto. Aunque hay quien prefiere consumirlas al instante, la tradición alistana manda dejarlas reposar unos minutos tapadas con unas hojas de berza "verdiñal", más dura, o en su defecto un trapo mojado y escurrido. Luego a disfrutar de uno de los grandes manjares: la castaña asada. Deliciosos colores, olores y sabores convertidos en auténticos y sabrosos manjares.