Fuentelapeña y Argujillo vivieron ayer sus respectivos encierros taurinos, de campo y calle, que dejaron una sensación agradable en los aficionados que se aprestaron a vivirlos con protagonismo o a seguirlos como espectadores. El toro es una animal que impone respeto y no admite bromas si tiene la libertad de demostrar su identidad sin ataduras.

Los toros de la ganadería de Santa María de los Caballeros puestos sobre el césped de la pradera de Fuentelapeña hicieron gala "de una gran bravura" y su veta quedó puesta de manifiesto por la distancia y las prevenciones que tomaron los cerca de cuarenta de caballistas que corrieron a su vera. El encierro dejó imágenes de bella estampa y no faltaron momentos de tensión y de fuerte emoción. Del juego de caballistas y toros salieron "tres espantes" que dan por bueno el festejo taurino, pero destacó la buena sangre de los astados. Roberto Sánchez calificó ayer el encierro "de entretenido". De hecho, existieron apuros para algunos caballistas que vieron más que de cerca la punta de los cuernos de unos animales que, en algún caso, llegaron hasta agotar sus fuerzas.

También el encierro de calle satisfizo a los aficionados por la buena estampa y entrega de los toros.

Pinchazo al caballo de Curro

Por lo que respecta a Argujillo, el encierro de campo concentró a unos "ochenta caballistas", que también aprovecharon en todo lo posible la firmeza de los astados. El primero de los animales salió al escenario poco después de concluir la vaca del aguardiente. Seguidamente se sacó un segundo novillo y entonces se produjeron los momentos más animados al darse el desarrollo de arremetidas, cortes y carreras que siempre acompaña a toros y caballistas cuando ambas partes miden su coraje. Prueba de la tensión habida en la pradera es que uno de los grandes aficionados, Curro, hubo de retirarse de la brega al sufrir el caballo un puntazo. El aficionado Juan Pascual, de Guarrate, que ayer eligió este encierro para el disfrute, valoró positivamente el espectáculo taurino de Argujillo.

Los toros se resistieron a obedecer los mandatos humanos y, "aunque se hermanaron con los bueyes sacados a escena", se negaron al abandonar la pradera al gusto de los caballistas. Un toro que se adentró en la calle halló la salida por un hueco y , gracias a la buena faena de un caballista, retorno a la pradera. Llegaron otras dos veces a la portera, afirma Pascual. También en el encierro de calle los aficionados pudieron disfrutar del carácter de un astado que no se arredró ante los adversarios.