Tomasa Canas Sánchez celebró ayer sus 100 años rodeada de familiares y amigos en la residencia de San Juan Bautista, de Ferreras de Abajo, donde se le entregó una placa conmemorativa de su centenario y donde no faltaron los músicos de Ferreras para entonar el cumpleaños feliz y abrir los pasos de baile. Tomasa Canas ha vivido buena parte de su vida en Otero de Bodas, donde se casó con Pedro Chimeno, aunque nació en Sarracín de Aliste. Sus dos hijos, Dorita y Manuel, la acompañaron ayer en una fiesta tan señalada, aunque realmente cumplió años el pasado miércoles. Es abuela de cinco nietos y bisabuela de seis biznietos.

A los nueve años Tomasa y su hermano Santiago se quedaron huérfanos, en 1918 al contraer la gripe española su padre Melchor y su madre Baltasara, y les obligó a tan corta edad a servir en otras casas, cuidando niños y atendiendo la casa y el ganado, ya que la familia los privó de los bienes de sus padres. Su hija Dorita recuerda que su madre siempre le decía que «comía le pan que amasaban otros». Dedicada al trabajo no tuvo oportunidad de aprender a leer y escribir. Su hermano murió joven, al poco de casarse con una mujer en Ferreras de Abajo. Tomasa contrajo matrimonio a los 34 años en Otero de Bodas, aunque anteriormente trabajó en Ferreras, en Sesnández y por último en Villar de Farfón. Afincada en Otero, trabajó con su marido, viudo de un matrimonio anterior, en el campo, en las viñas y con el ganado. Iba con el ganado acompañada de las agujas de tejer «cosió mucho, hiló y tejió muchos calcetines de lana y espaba el lino».

Sus hijos emigraron también pronto, con 15 años, a Madrid y a Francia. Tomasa llegó a vivir 14 años en Francia con sus hijos. Tiene un ahijado sacerdote, en Logroño, Gonzalo, que es como un hijo más, y todos los años se reúnen en verano las dos familias en Sesnández para pasar una velada. Tomasa es una persona buena, hasta el punto que cuando vivía en Otero acogía a todos los pobres que lo necesitaban, caldereros y cesteros, que pasaban por el pueblo. «El alguacil venía a tocar a la puerta para decir que tenía unos necesitados, y mi madre siempre le abría la puerta» refería ayer su hija. De la guerra tiene malos recuerdos y aunque cuenta algunos sucesos, cuando iban a buscar a los jóvenes a alguna casa, eso prefiere no recordarlo. A sus 100 años goza de buena salud aunque padece una sordera severa.