Adela Nieto Hernández lidera con sus 105 años el colectivo de la tercera edad del municipio de Villar del Buey, y es un exponente claro de lo que ha sido y es el sector social mayoritario en gran parte del medio rural.

Es, además, el ejemplo vivo de una persona ligada, de por vida, al pueblo, al sacrificado trabajo del campo y del hogar. Tanto, que prefiere y se siente más a gusto disfrutando los días a la portalada de casa que en cualquier estancia de ciudad alguna. «Me gustaba mucho salir al campo», expresa todavía con una voz sonora, pero ahora sentada en una iluminada sala de la residencia «Santa Marina» de Villar del Buey, cuya transparencia pone a la vista el típico paisaje sayagués de cercas de piedra y encinas. Desgraciadamente, sus facultades, sus recuerdos y su audición han mermado considerablemente en los últimos meses, pero su espíritu demuestra que poseyó un carácter firme.

Nacida el 6 de agosto de 1906, en Villar del Buey, cuenta que asistió «hasta los doce años a la escuela», bajo la batuta de la maestra Micaela Rosario, «que ni pegaba ni aplicaba la zapatilla». Eran unas sesenta niñas y otros tantos niños la comunidad que por aquellos años recibía las enseñanzas básicas. «Unas y otros en edificios separados». Y menciona como juegos más en boga en su lejana infancia «la calderona, la comba y el castro, que dibujábamos sobre el suelo».

Según descubre a sus nietos, fue una mujer «a quien encantaba el baile»; y no se descuidó a la hora de contraer matrimonio, que hizo a los 18 años de edad con un mozo del pueblo, ocho años mayor, Manuel Marino, nacido en el año 1898, de todos conocido por ser el año de la pérdida de las últimas posesiones de ultramar. «Fue una boda multitudinaria» comenta. El día que conoció a su esposo lo tiene por uno de los momentos «más gratos» de una vida» que discurrió ,prácticamente, toda ella en Villar del Buey. Entre sus contadas ausencias están los tres años que pasó con su marido en la cercana dehesa de Pelazas, donde su esposo «trabajaba todo el día como un criado, en el campo y cuidando ganados».

Reintegrada de nuevo a su pueblo natal, el matrimonio prosiguió vinculado a la vida campera, atendiendo los quehaceres de una familia dotada «con diez vacas no lecheras, y unas ovejas». Esto de vacas no lecheras tenía su efecto porque suponía que la poca leche que generaban la consumía el propio ternero. Para los dueños quedaban los denominados calostros, que es la leche fuerte como ninguna otra, que las pequeñas crías no consumían durante los primeros días de vida.

Nieto Hernández llevó una vida laboriosa, de trabajo, pues el campo tampoco daba para grandes siembras, limitadas a cosechas de cebada, centeno, «un poco de trigo» y algunos nabos.

Con todo, fue una mujer que disfrutaba del ambiente y de la atmósfera de los feriales, donde, dice, gustaba de visitar los tenderetes instalados como complemento de la exposición y trato de los ganados. Aún conserva en la memoria el señor Carbajal, de Bermillo, y al señor Eloy, que vendía telas, o al zapatero de Almeida.

Contó con un marido no cazador, pero sí pescador. Adela recobra cierta fuerza para señalar que su esposo, junto con el tío Luis, «la víspera del día de Santa María solían traer un baño grande de ropa lleno de tencas». De este modo, la mesa ganaba enteros gastronómicos el día de la festividad del pueblo de Villar del Buey, que siente por Santa Marina una devoción del más alto nivel.

Adela Nieto tuvo dos hijas, Joaquina Marino, fallecida a los 82 años, y Pilar Marino, que reside en el pueblo. Y cuenta con cinco nietos y once biznietos. Cada año la familia celebra el cumpleaños de la señera mujer con emoción, conscientes los descendientes de que es un valor irremplazable. Ángel Valle no puede menos que lamentar el bajón experimentado durante las últimas fechas por una abuela que hasta hace nada y menos era una fuente de recuerdos y un manantial de palabras.

A sus 105 sigue defendiendo con firmeza su apego a Villar del Buey. Sus salidas fueron breves y limitadas a León, Valladolid, Zaragoza y la capital de España. A Madrid acudió obligada por la enfermedad de su marido, Manuel Nieto, a quien la enfermedad del parkinson le separó de su lado hace cuarenta años. Una pérdida que ha significado largos años de viudedad. «Gastamos lo poco que teníamos». Alude, además a la impresión que le causó el santuario del Pilar, y no pudo menos que sorprenderse del gran movimiento de personas por la calle de la Independencia. «¿Pero dónde va toda esa gente?» preguntó. Con residir próxima a Portugal, jamás cruzó el Duero hacia el país vecino, y, según dice, «me hubiera gustado ver el mar».

Toda su vida practicó la curación del herpes a quienes padecían esta enfermedad. Utilizaba unas ramitas de escoba, las aplicaba sobre la herida, pronunciaba unas oraciones y luego retiraba las ramas donde no se pudieran coger. Al secarse éstas se retiraba igualmente la lacra.

Adela Nieto fue siempre una mujer atareada, y entre sus aficiones estaba hacer ganchillo y mantener la casa perfectamente encalada para que permaneciera siempre blanca y radiante. Maneja todavía a sus 105 años sus longevas manos con excelente cuidado, pues trata de mantener la pulcritud, el pañuelo correcto y elegante el aspecto.

En su larga trayectoria no pudo menos que vivir momentos cruciales como la guerra civil. El marido se salvó de ir al frente por la edad, pero no olvida «que tenía que guardar la harina debajo de la hierba y de la paja para evitar las requisas» que llevaban a cabo las fuerzas del orden.

Fue y es una mujer de enorme devoción y religiosidad. «Todos los días rezo el rosario antes de ir a la cama» asegura.