Marcolino Augusto Fernandes es uno de los testigos de la vida del estraperlo en tiempos de Salazar y Franco. Iba para contrabandista pero tuvo suerte y terminó como maestro.

-Usted fue testigo directo desde la niñez de los aconteceres y curiosidades del contrabando.

-Nací para ser contrabandista por que en La Raya había muchas necesidades y la gente necesitaba sobrevivir, si hacía falta agarrándose a un clavo ardiendo. Yo tuve suerte y aunque lo practiqué, fue esporádicamente, no tuve que hacerlo para vivir de ello. Sao Martino de Angueira y Alcañices fueron cuna de contrabandistas, unos solo a nivel particular, otros grandes profesionales del estraperlo que lo convirtieron en un auténtico negocio.

-Existe la creencia que hay transacciones entre los fuera de la ley y quienes la imponían.

-No es una leyenda, es la pura realidad. Mis padres tenían un molino en en río Angueira, en La Raya con España entre Sao Martinho y Vivinera. Los propios guardias civiles españoles se acercaban hasta nosotros y nos decían lo que necesitaban y al día siguiente cuando íbamos con el grano a moler se lo llevábamos en las alforjas. Ellos nos pagaban lo convenido y todos tan amigos. No había problema.

-¿Guardia Civil y los Guardiñas cumplían con su cometido?

-Es como en todo, los había buenos y los había malos. Pero la mayoría no se ensañaban ni mucho menos con la gente que se dedicaba al contrabando a nivel particular para cubrir las necesidades propias de cada familia. Si hacía falta incluso hacían la vista gorda. Otra cosa eran con los profesionales.

-Cuáles eran los productos más apreciados a uno y otro lado de la Raya Hispoanolusa.

-Los portugueses llevábamos a España principalmente el café Palmeira, estaño, jabón, patatas y huevos. Los españoles nos traían zapatos y frutas. Yo la primera naranja que comí me la trajeron de Alcañices de contrabando. Aquí en Portugal no las había. Comíamos hasta las cáscaras. El chocolate era otra de las cosas que más nos gustaban de España. A los españoles les encantaba para su chaquetas y pantalones la pana portuguesa porque era más resistente y más duradera.

-¿Cómo se preparaba la partida del contrabando?

-Yo recuerdo desde muy niño que venían a casa de mi padre y allí preparaban el saco. Lo llenaban de paja y en medio metían los huevos de gallina para que no se le rompieran. Se esperaba a que anocheciera y se salía a la aventura, caminar y sufrir mucho para ganar muy poco.

-¿Cuál fue el contrabandista más afamado de Sao Martinho?

-En Tras os Montes había muchos, pero del que más se hablaba era del tío Juan Parrera, era un lince, incluso tenía cuadrillas a su servicio que recorrían todo Aliste. Era un negociante puro.

-¿Cuál fue su primera aventura de contrabandista?

-Bueno, yo ni sabía que íbamos a practicar contrabando. Era verano, yo era un rapaz y amigo del hijo de Juan Parrera. Una tarde me dijo, oye Marcolino, mañana vamos a emparvar la parva de trigo y tengo que ir a Alcañices a buscar una caja de galletas para celebrarlo. Tienes que venir conmigo. Y fui. Mira tú que yo me conocía los caminos pero él me llevó campo a través. En mi vida había pisado y roto tantas urces y jaras. Le pregunte el porqué y me dijo que a él lo conocían como contrabandista y lo buscaban: si lo veían nos detenían. La de miedo que pase por una simple caja de galletas.

-Iba para contrabandista, pero tuvo mucha suerte.

- La verdad es que sí. Mi padre tenía los molinos y era albañil, me pudo pagar unos estudios y eso me salvó del estraperlo. Saque la carrera y fui maestro en Moncorvo, Vinhais, Argoselo y Miranda do Douro. Fui un afortunado.

Sao Martinho de Angueira, 1943

Marcolino Augusto Fernándes nacía e 7 de febrero de 1943 en la fronteriza aldea lusa de Sao Martinho de Angueira, perteneciente al concelho de Miranda do Douro y colindante con Alcañices. Desde muy niño observaba en el pajar de su padre como los contrabandistas preparaban la partida con pericia, pero también con miedo, porque podían ganar algo o, si los pillaban perderlo todo y acabar en la cárcel. El mismo montó la burra mirandesa cargada con el costal de trigo donde llevaba escondido el café Palmeira para los Guardias Civiles de España. Cree el que el contrabando no fue una actividad ilegal sino una lucha por la supervivencia en «La Raya».