Su padre había emigrado a Cuba y no le conoció hasta los 7 años. Él al regresar lo primero que hizo fue desplazarse a Alcañices a comprarle a su hija un manteo verde, unas medias grises y unos zapatos de charol. Luego regresaría a Cuba y no volvería hasta que Pascuala tenía más de 20 años. Su abuelo Juan, el herrero, le inscribió en el registro y con el se quedaba de niña mientras abuela y madre iban a hacer las tareas del campo.