El ganadero de San Juan de la Cuesta, José Antonio González, con un rebaño de 430 cabezas lleva tiempo reclamando a la Administración que reconozca que la oveja que pastea la zona es de raza sanabresa. Es el único ganadero que mantiene un rebaño que consta «al cien por cien» de tan especial raza, también conocida con el nombre de serrana de montaña. Son unos animales no corpulentos, que llaman la atención por ser espabilados y ágiles como corzos.

«Los diversos condicionantes han hecho que la oveja serrana de montaña se encuentre en franco peligro de extinción, y que los pocos ejemplares que quedan estén envejecidos en su mayoría» dice González. Cifra «en unos 1.500 los efectivos existentes, la mayoría en Sanabria», pero anuncia el total declive «por la clara tendencia a ser eliminados, a la primera oportunidad, por sus dueños».

José Antonio González, que ha realizado un estudio detallado de los animales con los que convive a diario, afirma que «es la menos evolucionada de todas las razas de ovino, y la que conserva mejor las características de su antepasado ibérico, hasta el punto de que podemos decir que son ibéricas».

Desde luego son ejemplares con buena voz. Balan con desesperación y con insistencia cuando el dueño entra de buena mañana en la nave. Sólo silencian su clamoroso tronío cuando ven depositado el pienso por todas y cada una de las artesas de madera repartidas por los diferentes departamentos en que está distribuida la nave. Con esta separación del ganado, consigue que no haya confusión en el interior de la nave y las madres alimenten a sus crías. De otro modo, se da el desmadre y el aborrecimiento que tanto trabajo da a los ganaderos cuando se encuentran con corderillos desasistidos, a los que hay que buscar forzosamente el ahijamiento.

El ganado sanabrés se caracteriza, según el ganadero, «porque su aprovechamiento es predominantemente de carne». Es un animal «de color blanco, con pigmentaciones centrífugas negras, marrones o canelas en la porción terminal de las orejas, en los ojos, boca y extremidades. También puede presentar alguna mancha en el cuerpo, alrededor del ano y de la cola». González habla «de la existencia de ejemplares de color negro, que no se dan en otras partes posiblemente por haber desaparecido definitivamente».

José Antonio González hace referencia a un proceso «de merinización» llevado a cabo por los Reyes castellanos, cuando el comercio de la lana alcanzó su gran apogeo y se privilegió al sector ganadero con la puesta en marcha de la Mesta. «A partir del siglo XV fue un hecho la introducción del borrego merino para obtener mejora en las lanas de los ganados, y la subida del precio de la lana que tuviera merino hizo que la población local lo aceptase de buen grado e intentara aclimatar estos ovinos». Sin embargo, subraya que el empeño no cuajó, ya que, «por las condiciones tan extremas y duras de estas montañas, las ovejas descendientes y que tendían a parecerse a las merinas no lograban sobrevivir». Reconoce, empero, «la existencia de un cierto número de animales con un vellón amerinado», e incide en que «las características de los animales siguen siendo la sobriedad y la rusticidad de las ibéricas».

Respecto al aspecto físico, la raza sanabresa presenta «una cabeza con un perfil recto o subconvexo, está realmente desarmada, aunque los machos pueden presentar encornaduras similares a las del tronco merino, pero menos gruesas, más abiertas y con surcos poco profundos».

El ganadero de San Juan de la Cuesta, en lo tocante al formato corporal de los animales de raza sanabresa, señala que «son de cuerpo pequeño o mediano, recogido y armónico, con patas más bien pequeñas».

Añade que «son animales vivos, ágiles, buenos marchadores y de extrema rusticidad. El aspecto vivaracho se lo confieren sus orejas de talla pequeña a mediana. De mirada atenta, curiosa y siempre alerta». Semejante cualidad es algo que llevan en la sangre y que tiene que ver con la presencia de lobos en la zona capaces de meter el diente contra todas las circunstancias, y que obligan a andar a estas ovejas avizoras. «La agilidad que demuestran para emprender una carrera, así como para dispersarse ante el ataque de los cánidos, es otra característica» de la sanabresa.

González insiste en que «este carácter de dispersión es útil a la hora de buscar sustento en terrenos pedregosos, altos de vegetación y poco apetecible para el resto de los ovinos». Recalca que esta dispersión del ganado «se contrapone a la raza merina, que se mueve en grupo y en la misma dirección, como si se pusieran de acuerdo para no destacar unas de otras».

La raza sanabresa goza, por lo demás, de una carne «que sobresale por su calidad, sabor y rendimiento útil, que suele compararse con los cabritos». De hecho, según afirma, «es una carne que no da sabor a sebo ni a lana». Es por ello que «a falta de cabritos, en época de demanda, hay avispados que dan estos corderos por cabritos». Con todo, critica las publicidades engañosas «que fijan la calidad de la carne en el color blanco y desprecian las que se alejan de este patrón», que es el caso de la sanabresa, «que tiene una coloración entre rojizo y rosado, tirando al blanco». Esta depreciación de la carne es para González otra causa que ha llevado a los ganaderos «a sustituir esta raza por otra».

La raza serrana igualmente se distingue «por el típico copete o moña que se extiende hasta la frente».

El ganadero de San Juan de la Cuesta afirma que es una raza donde «son raros los partos gemelares, que puede deberse a las condiciones extremas de crianza y de la alimentación escasa en parte del año». Señala que es una raza adaptada a una alimentación de matorral, retamas de escobas, brezos, urces, carpazos, carqueixas y otras plantas arbustivas, muy fibrosas pero pobres proteínicamente.

González señala que a la forja de la raza sanabresa han contribuido factores de selección realizado por los pastores, y factores étnicos, medioambientales y económicos, aunque señala que el concepto de raza «es el más discutido de toda la cadena taxonómica». Precisa, al respecto, que un animal será de una determinada raza «si se parece al conjunto de individuos que la integran». Tal es el primer y fundamental fundamento del diagnóstico etnológico. Añade que «la clasificación más antigua, duradera y general es la basada en las particularidades de la cobertura lanosa, que sirvió para distinguir los troncos étnicos de los ovinos españoles».

Subraya que, en tiempos, «estuvo generalizada la división de las razas por sus coordenadas morfológicas, fundado en las variaciones del perfil, tamaño y proporciones». Incluso hace referencia «a la catalogación en base a la ubicación o asiento geográfico, ecológico o climático».

Hasta el factor tiempo debe tenerse en cuenta «pues los cruces de hoy pueden constituir las razas de mañana ya que los de ayer constituyen, a buen seguro, muchas de las razas de hoy».