Toda explicación es genérica y burda, todo relato de los acontecimientos de hace ya más de diez siglos parece perderse en los anales sin saber si somos capaces de verificar los datos y los hechos de lo ocurrido. Sin embargo, esa labor, en buena medida, corresponde a los arqueólogos en un esfuerzo constante por descubrir enterradas las huellas inequívocas de aquellos hombres y mujeres que poblaron la tierra antes que nosotros. En Zamora, en las estribaciones de un castro denominado «El Castillón», se halla una formidable fortaleza natural elevada sobre el río Esla. Fue un castro amurallado. Su origen es de la Edad de Bronce contextualizado gracias a las pinturas esquemáticas de una covacha, la mayor parte de los registros que se tienen proceden de la época visigoda, entre los siglos IV y VI d. c., con algunos restos de época romana. Por su interior, serpentea un sendero de peregrinos que se dirigen hacia Santiago de Compostela a ver al santo. Atraviesan un lugar de tierra reseca y poca sombra entre el arbolado de encinas, dejan a un lado una vieja casa de piedra de pastores y continúan adelante sin fijarse más que en el hermoso paisaje de las tierras zamoranas que domina desde sus privilegiadas alturas. Apenas si saben que a sus pies, en un abrigo rocoso, pueden encontrar los restos de una pintura esquemática bastante deteriorada. Al otro lado del río, en otro abrigo, se podrían ver otras tantas pinturas que apenas nadie ha visitado por su difícil acceso. La erosión va borrando sus huellas con su letal protagonismo.

El castro se erige como un baluarte que controla una vía de comunicación de primer orden, llegándonos a otro asentamiento relevante como son las ruinas del Castrotorafe. Apenas unos muros ya semiderruidos y lo que fuera la torre principal del conjunto militar son los únicos vestigios de lo que fuera uno de los mayores enclaves de la provincia de Zamora. Unos campos sembrados cubren el conjunto histórico sin que las instituciones se preocupen. Volviendo al Castillón podemos decir que se han localizado las bases de las estructuras exteriores de una gran muralla defensiva de piedra de casi dos metros de altura y de un grosor importante (por supuesto, la muralla está derruida y las piedras dispersas). En su interior, se hallan las zonas de habitación, con su fuego, almacenes, un centro metalúrgico, que son las secciones que han podido ser excavadas en los últimos tres años (2007-2009). Los resultados están siendo esclarecedores, productivos, el castro situado entre los pueblos suevos y astures fue una pieza clave para explicar el poblamiento en el norte de Zamora. Sin embargo, eso no es suficiente para permitir que estos proyectos sea financiado por la administración pública debido a su no vinculación con las instituciones universitarias. A pesar de ello, el Proyecto de Investigación y Difusión sobre el Patrimonio Arqueológico Protohistórico ha tenido continuidad durante estos tres años, gracias al impulso, esfuerzo e insistencia de sus directores José Carlos Sastre y Oscar Rodríguez, con el fin de que el pasado no se quede inerte y desamparado, junto a las docenas de voluntarios (profesionales y estudiantes de distintos países) que han participado en él. Resulta, en todo caso, destacable que sean los vecinos de Santa Eulalia de Tábara, donde se ubica el yacimiento, los que hayan facilitado las infraestructuras básicas para permitir que el grupo internacional de arqueólogos prosiga con este esfuerzo. De otro modo, no habría sido posible.

Es cierto que en «El Castillón» no se van a encontrar auténticos tesoros al uso, ni joyas, ni monedas de oro (salvo casualidad), sino los restos dispersos de la ocupación humana traducida en restos de vasijas -tinajas, ollas y cuencos- y cerámicas huesos de animales, escorias de metal, algunos elementos de bronce, etc. Si bien, eso nos perfila no sólo la larga temporalidad de la ocupación humana (donde radica su importancia palmaria), sino las evidencias para reconstruir las formas de vida anteriores. Es ese ayer menos monumental el que se mira con distancia como si sólo la cultura material de las grandes construcciones nos permitiera conocer mejor el devenir de la historia peninsular. No podemos estar menos equivocados. Las conclusiones de la arqueología nos incitan a apreciar que conocemos bien poco esa época. Los restos arqueológicos son muestras, granitos de arena que se van conformando dentro de una geografía más ancha y que nos permite enjuiciar cómo el devenir de las poblaciones era dinámico. Bajo más de un metro de espesor de tierra y de rocas se encuentra esa cultura material que reposa tranquila desde hace siglos, apenas consciente de la naturaleza olvidadiza de las personas, y que clama por ser desvelada.

Así, al recuperar la pregunta inicial de este artículo podríamos situarnos en un punto de partida más interesante. Ya no sólo hablamos de un lugar de paso sino de encuentro, en el que al desgranar la dura tierra podemos apreciar que, a cada golpe de pico, extraemos una parte de nosotros mismos, dotando de luz y significado al proceso de la evolución de las poblaciones y, al comprenderlo, estaríamos estableciendo un punto de encuentro más cercano con el ayer y el hoy. El desconocimiento que tienen los más jóvenes sobre el conocimiento histórico es extensivo al hecho de la incomprensión que suele derivar de no reconocer más historia que la presente (si acaso) y a sucumbir a la impronta de que nada ha cambiado (o bien poco) con los siglos. Negamos acaso que los hombres y mujeres de entonces eran más permeables que nosotros a los cambios, a la necesidad que tenían de sobrevivir y luchar, y que si bien ya no necesitamos construir murallas para defendemos de posibles amenazas, se construyen otras barreras mentales que nos impiden valorar tales significados. El origen de Zamora, es un magnífico puzzle en el que se han ido mezclando pueblos de distintas procedencias hasta conformar la realidad que se conoce actualmente.

(*) Asociación Científico Cultural Zamora Protohistórica