Hay quien escribe en la soledad de una habitación vacía, en el silencio chillón de la ciudad, asido a Google para hacer mil comprobaciones. Manuel Jesús de Pedro Hernández, no. Él sueña novelas en la inmensidad del campo, a la sombra de sus vacas sayaguesas, iconos de una tierra que se agarra a la tabla corriente del Duero para no despeñarse. Acaba de publicar su segundo libro, de título finisecular: «El último contrabandista de los arribes», una crónica sobre un oficio de tierras fronterizas, de tiempo de miseria y de confusión.

Manuel Jesús de Pedro Hernández sabe de inmigración, de trasiegos vitales, de cortar por lo sano. Urbanita por necesidad, siempre tuvo el corazón en el pueblo, en el Sayago viejo, el del granito que suda hierba fresca. Rompió un día con todo, con el ruido y el movimiento sincopado y se vino al origen, a la tierra de sus recuerdos, la de su familia. Otros nunca se han atrevido a dar el paso y han quedado perdidos en la niebla.

Como homenaje a la inmigración, al caminar sin volver la vista atrás, aunque el alma vaya manchando las huellas, ha escrito su novela. En ella habla de un tiempo «no muy lejano en el que la escasez dominaba las aldeas de las márgenes del río» (al Duero se refiere). El contrabando de café y de otros productos sirvió para dar de comer a muchos lugareños que tuvieron que abrazar una actividad peligrosa, que puso al límite a mucha gente, necesitada de todo. En un lenguaje directo, en primera persona, Manuel Jesús de Pedro, se mete en la piel del protagonista, un portugués que quiere poner de punta su destino y que busca en el riesgo una razón para vivir, que a veces se confunde con los motivos para morir.

«Es un relato rural, donde el paisaje tiene vida. Es una reflexión sobre la inmigración, sobre las situaciones límites, donde contrabandistas y guardias civiles conviven en un mundo siempre afilado». Así definió ayer Manuel Jesús de Pedro su novela en la presentación oficial celebrada en el Parador de Turismo. «No es fácil escribir cuando tienes otras muchas cosas que hacer. El parto ha durado casi tres años. Ha costado, pero está ahí, a la espera de lectores».

Verónica de Ávila, que presentó el acto -de forma muy atinada, según el protagonista del mismo-, definió a Manuel Jesús de Pedro como juglar moderno, «que hace literatura que sabe a cordel medieval». De «verbo sencillo» consigue «disfrutar y hacernos disfrutar con sus personajes».

La novela incluye un epílogo con moraleja que el autor deja caer a plomo: «En estos tiempos que corren, diariamente nos despiertan noticias de las numerosas expediciones de inmigrantes que huyendo del hambre y la miseria, recalan en nuestras tierras desde el continente africano. Debiéramos recordar que no hace mucho, buena parte de nuestras gentes también escucharon la llamada de otras tierras y cruzaron mares y montañas hasta países lejanos... Hay algo que tienen en común todos aquellos que se ven obligados a emigrar. Es la ilusión que despierta la indestructible llamada de esta tierra y de sus moradores... Es de tal magnitud la fuerza de la llamada; que los que la escuchan están dispuestos a sacrificar su vida y la de sus hijos por acudir».

Manuel Jesús de Pedro no ha matado con «El último contrabandista» su vena creativa. Quiere escribir más novelas, dejar fluir su imaginación, reflejar sobre el papel la vida rural, esa que está ahí, cada vez más olvidada de todos, tendida como una viejo que se muere. Sayago guarda en sus entrañas muchos relatos, multitud de historias, un mundo repleto de sensaciones que contar y transmitir.