Al mejor pastor, el lobo le roba las ovejas". A este refrán se podrían añadir muchos más: "Oveja que bala bocado que se pierde", o "Pastor albarquero, que perdió la albarca al taparle un agujero".

El pastor siempre ha sido, hasta que se estabularon los animales, la figura idílica y más bucólica de nuestros campos.

Su figura, siguiendo con parsimonia al rebaño, o quieto, apoyado en su cayado hundido en tierra. Esta tierra nuestra paridera del grano.

Dejemos a un lado aquellos primeros pastores que acudieron a Belén o a los tres pastores portugueses: Lucía dos Santos, Jacinta y Francisco Marto, que dijeron haber visto a la Virgen en Fátima.

Me quedo con la controversia mantenida entre el desenamorado Lenio y el enamorado Tirsi, con el que Cervantes nos deleita en su libro IV de "La Galatea". Lenio, que no quiere amar, preso de sus miedos abjura de lo material que es el causante y el que engendra todos los males de este mundo a lo que se contrapone la idea de Tirsi, su creencia en el amor que le llega a decir: "Sin que me pongan miedo el hielo y fuego". Fuego que consume al alma, hielo que hiela?

Nuestra literatura está plagada de historias pastoriles, de diálogos, no solo sobre el amor, sino sobre cualquier otro acontecimiento:

"Posible cosa será, que mientras yo canto las amorosas églogas, que sobre las aguas del Tajo resonaron, algún curioso me pregunte: entre estos amores y desdenes, lágrimas y canciones. Como por los montes y prados tampoco balan cabras, ladran perros, aúllan lobos. ¿Dónde pacen las ovejas? ¿A qué hora se ordeñan?..." ("El Pastor de Fílida").

Salicio y Nemoroso, otros dos personajes que se lamentan de sus infortunios amores. (Lope de Vega).

Tanto a estas narraciones pastoriles, como a las otras de estilo caballeresco, les une un denominador común: el idealismo.

Leemos en la biblia un texto de san Juan 10:7-13:

"Yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que antes de mí vinieron, ladrones son y salteadores; pero no los oyeron las ovejas. Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos. El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia. Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas. Mas el asalariado, y que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, ve venir al lobo y deja las ovejas y huye, y el lobo arrebata las ovejas y las dispersa. Así que el asalariado huye, porque es asalariado, y no le importan las ovejas".

En esta modernidad nuestra, la estampa del pastor idealizado por nuestros grandes literatos ha cambiado. El pastor es ahora el predicador que vocifera, se extenúa ante los feligreses o llega hasta la afonía delante de un micrófono que lleva su voz a miles de kilómetros.

El otro día me topé con este curioso anuncio: Debido a la jubilación de nuestro anterior pastor, se busca un cristiano con experiencia como pastor principal de por lo menos 5 años a tiempo completo, de mediana edad, casado, con hijos y dispuesto a pastorear una iglesia de 500 miembros en una zona residencial de clase alta. Se ofrece: Sueldo anual: $48,000. Otros beneficios: Facilitamos una casa amueblada con todos los servicios pagados, escolaridad para los hijos, automóvil del año, un mes de vacaciones pagadas, seguro de salud integral (incluyendo la familia), y un excelente ambiente de trabajo. Las condiciones son negociables.

Esto me recuerda unos versos que servirían de colofón: "ya pasaron los amores/del necio Leandro y Hero,/ ya, amigo, quieren dinero/ las pastoras y pastores".

Leo en una revista que me cae en las manos: "El trabajo de pastor en la actualidad es igual que el de una oficina. A esta oficina se entra, en la parte de invierno, a las ocho y se sale a las siete de la tarde; es como una oficina más. Aunque aguantas el sol y el agua que cae. Y el que no esté contento, que lo deje".

En estos días que las ovejas ya están a punto de parir o la figura del pastor con las crías al hombro camina por las rastrojeras, otros pastores se echan al campo, por no decir que se tiran al monte.

Ya no se llaman ni Tirsi, Sireno, Siralvo, Arsindo, Anfrio o Alanio. Ahora se llaman Rajoy, Sánchez, Iglesias, Rivera y otros. Pero en nada se parecen a nuestros rehaleros que andan constantemente los páramos.

Son auténticos mercachifles de feria que plantan en cualquier plaza su tenderete y vocean y vocean.

"Desamados pastores, si es lícito llamaros el nombre que a vuestro pesar la Fortuna os ha puesto, el remedio de vuestro mal está en manos de la discreta Felicia, a la cual dio naturaleza lo que a nosotras ha negado".

Léase aquí la maga Felicia quien, entre otras virtudes posee la de resolver los males de amor por medio de su magia o sus brebajes.

Aunque para nada nos hablen él y sí de un paraíso futuro donde incluso existe el bálsamo de Fierabrás que todo lo cura.

Nos deleitan con su vieja oratoria doblegados a una servidumbre en que ni ellos mismos creen.

Y el rebaño, nosotros, nos dejamos esquilar, nos conducen al redil pensando que con ellos nada nos falta.

Más que idilios, son catilinarias, diatribas, que nos recuerdan los discursos éticos entre cínicos y estoicos por su tono polémico y el insulto verbal.

Y el tú más infantil es el arma arrojadiza, el dardo envenenado que se lanzan para convencer al rebaño.

Necesitamos soluciones y no palabras huecas y vacías. Necesitamos solución a los problemas cotidianos y no promesas que luego no se van a cumplir. Necesitamos verdades y no retorcidas utopías que no nos llevan a parte alguna.

Escribe Ortega: "El hombre se diferencia del animal en que bebe sin sed y ama sin tiempo".

Y con una premonición, como leyendo el porvenir también dijo:

"Me opongo a una división en dos Españas diferentes, una compuesta por dos o tres regiones ariscas; otra integrada por el resto, más dócil al poder central. Pues tan pronto como existan un par de regiones estatutarias, asistiremos en toda España a una pululación de demandas parejas, las cuales seguirán el tono de las ya concedidas, que es más o menos, querámoslo o no, nacionalista, enfermo de particularismo".

Más claro agua. Pero, sobre todo, este consejo que yo haría llegar a esos vociferantes pastores:

"Quien quiera enseñarnos una verdad que no nos lo diga; simplemente que aluda a ella con leve gesto, gesto que inicie en el aire una ideal trayectoria, deslizándonos por la cual llegaremos nosotros mismos a los pies de la nueva verdad".

No hay verdades nuevas, eso es una estupidez. Ellos lo saben pero creen que nosotros en la ignorancia no lo sabemos. Demostrémosles que sí entendemos de qué hablan y de todo lo que nos ocultan.