Dejar de pasar a su lado como si fueran sombras, "dejar de ser invisibles, que la sociedad sienta lo que nosotros sentimos cada día viviendo en la calle". Diego define en pocas palabras el sentido de este itinerante Museo sin Hogar que acoge el Seminario de Zamora hasta el 15 de diciembre, que representa las fases por las que pasa una persona hasta perder su trabajo, el techo bajo el que se resguarda, a la familia, a los amigos...
La implicación de 120 personas en la recreación de la dura existencia a la intemperie representa "un grito de esperanza para las personas sin hogar", declara Diego. Una experiencia extrema de la que este usuario de la casa de acogida Betania de Zamora no se ha librado. Toma la voz en nombre de tantos otros hombres y de tantas mujeres para pedir un lugar digno en esta sociedad, para que se les considere parte de la ciudadanía, con derechos, a quienes que dar su lugar.
Este zamorano agradeció esa mano tendida de Cáritas que lleva años trabajando con ellos y ellas en las dependencias donde ofrece las tres comidas diarias y, si lo desean, una cama a resguardo de las duras madrugadas de la noche zamorana, explica Beatriz Carracedo, directora de Casa Betania, centro para personas sin hogar, acompañada en la inauguración de ayer por el obispo de Zamora, Fernando Valera, quien instó a "poner rostro a estas personas"; y por el responsable de Cáritas en Zamora y en Castilla y León, Antonio Martín de Lera; por cargos público y usuarios.
Este singular Museo "no acoge grandes obras de arte", lo que no le resta un ápice de importancia, ya que sus composiciones, diseñadas y realizadas por usuarios de casas de acogida y voluntarios de Cáritas, persiguen "el acercamiento de esta situación de extrema pobreza" a toda la sociedad, aclara Beatriz. Detrás de cada persona sin hogar hay una historia hasta llegar a la cama de cartón, "el primer lugar en el se suele dormir" cuando se termina viviendo en la calle, abre las puertas imaginarias a ese mundo terrible de olvido y abandono social.
La siguiente escena recrea un banco de la calle, con mantas, una mochila..., cuando un sin techo logra uno, se siente afortunado, "dicen que se siente mucho más frío durmiendo entre cartones", agrega Beatriz Carracedo, acompañada en todo momento por Diego y el resto de asistentes a esta singular muestra.
La cama de una prisión, en cuya almohada descansa un pájaro fuera de la juala que anhela la libertad de quienes terminan pasando por la soledad de una celda o el sentimiento de atadura a una vida dura de la que es difícil escapar. El desamparo parece menor cuando pueden compartir un lecho en un piso, cada día más difícil por los altos alquileres: el colchón partido en tres y los pensamientos representados en otros tantos globos que recogen sus sueños de avance.
La casa de acogida se recrea con espejos que dan fondo a dos literas que los reflejos multiplican "como en los albergues". La escena termina en un rincón en el que un cubo de basura simboliza el lugar en el que se sienten estas personas, a veces, sin perspectiva de salir de la marginalidad. Pero no siempre es así, no tiene por qué ser así, y los visitantes pueden observar al ser humano que está logrando alcanzar un futuro fuera de la calle.