“Caminos de arte rupestre prehistórico. Descubriendo el primer arte de la humanidad en Europa” fue el título de la segunda conferencia de las Jornadas Prehistóricas de Zamora, impartida por Ramón Montes Barquín, doctor en Arqueología y Prehistoria por la Universidad de Cantabria.

–¿Qué yacimientos de arte rupestre se pueden destacar en Europa?

–En nuestro entorno tenemos referentes muy potentes, como Altamira en España, la cueva de Lascaux en Francia o el italiano Val Camonica. En ese recorrido que se puede hacer por el continente, hay una serie de sitios que, porque fueron abiertos al público desde hace muchos años y, por lo tanto, entraron a formar parte de los destinos de turismo cultural, se han podido conocer de manera directa. Esto también ha supuesto algunos peajes, como es el problema de la conservación, con algunas malas experiencias.

–¿Qué significa que el hombre fuera capaz de crear arte en un momento de la historia donde tendría claramente otras prioridades?

–Desde que su cerebro desarrolla una serie de capacidades cognitivas como la abstracción y pensar en cosas que van a suceder a futuro, empezó a sentir la necesidad de plasmar determinadas creencias para explicarlas y una de las formas más sencillas fue la plasmación gráfica. El arte, probablemente, no nació con un pigmento aplicado a una pared, seguramente nació simplemente con un dedo sobre la arena o con un pequeño carbón sobre una madera.

–¿Y a qué se debe esa proliferación en Europa?

–Por cuestiones geológicas, ya que hay una abundancia de cuevas importante. Siendo una región del planeta muy al norte, donde las glaciaciones hacían mella, el hombre encontró refugio para vivir, pero también un ambiente muy especial, que va a estimular la capacidad de desarrollo gráfico para plasmar todo aquello que le atemorizaba, sorprendía o anhelaba. En ese momento, el arte no es una cuestión meramente estética, no se pintan las grutas o se graban en los afloramientos rocosos para hacerlos bonitos, sino que tenían una necesidad de socializar determinadas cosas en las que creían y temían. El arte rupestre, probablemente, funcionó como una válvula de escape para las sociedades prehistóricas.

–¿Cómo fue su evolución?

–El desarrollo del arte no es lineal, yendo de lo sencillo a lo complejo. Hay momentos, como la época de Altamira, de hace 16.000 años, de un gran esplendor, seguidos de otros donde el arte se vuelve muchísimo más modesto y se refugia en pequeños soportes. Es decir, que tiene una serie de manifestaciones muy diferentes, todas ellas muy valiosas, aunque estéticamente nos sorprendan más las grandes cuevas y algo menos los pequeños grabados y pinturas que encontramos en sitios como la provincia de Zamora.

–¿Cómo han podido perdurar tantos miles de años?

–La conservación de este arte milenario es sorprendente, a veces casi milagrosa. En las cuevas generalmente tienen una estabilidad medioambiental, es decir, una temperatura y humedad estables, lo que provoca que los pigmentos, que no dejan de ser minerales machacados o carbón, se conserven. Mientras no modifiquemos los parámetros ambientales, por ejemplo, introduciendo a muchos visitantes a una cueva pequeña, que es el caso de Altamira, esas pinturas se van a conservar. Al aire libre normalmente las pinturas desaparecen, a no ser que estén al abrigo o en zonas protegidas. Pero en muchas ocasiones la conservación del arte rupestre llega a ser milagrosa, perviviendo hasta 40.000 años.

–¿Queda algo por descubrir?

–En los últimos quince años en la cornisa cantábrica, donde trabajo, hemos descubierto en una zona ya muy conocida, con cuevas con arte, no menos de cuarenta nuevas. La posibilidad de descubrimiento sigue siendo todavía bastante grande, aunque es complicado que sean del tamaño de Altamira. Incluso en Zamora, en plena meseta, se están encontrado yacimiento al aire libre nuevos.

–¿Hay ahora una mayor preocupación por la conservación de estas pinturas?

–Sin duda. Después de un periodo de súper explotación en los años 50, 60 y 70, hubo un momento de repensar las cosas y en los años 80 y 90 asistimos al nacimiento de dos fenómenos. Por un lado, el cierre de los grandes destinos de arte rupestre europeo por motivos de conservación y, por otro, el nacimiento de recursos para mostrar este primer arte, como son los museos que acogen las réplicas de las cuevas. La de Lascaux recibe medio millón de visitantes al año y Altamira prácticamente 300.000.

–¿Existe entonces interés por este tipo de arte?

–Por lo menos desde los años 20 la curiosidad por este primer arte de la humanidad ha estado siempre muy presente en la sociedad. Y hoy día una de las líneas del trabajo del turismo cultural, dentro del ámbito de la arqueología, es seguir mostrando estos sitios. Lamentablemente, todavía necesitamos que la sociedad madure, conozca, valore y respete, porque muchos de estos sitios de arte rupestre, desgraciadamente, aún hoy día siguen recibiendo agresiones, muchas veces por pura ignorancia, pero es verdad que todavía nuestra sociedad no ha alcanzado el punto de madurez como ocurre en otras sociedades. Por ejemplo, a los escandinavos no se le ocurriría rallar en una pared donde están grabadas pinturas de su prehistoria.

–¿Es necesario dar a conocer estas maravillas al público?

–Jornadas como estas de Zamora sirven para que los que nos dedicamos a la investigación y difusión de este primer arte conectemos con el ciudadano, enseñándole que tiene que trabajar con los expertos para valorar y dar a conocer este patrimonio.