A las cinco de la tarde de un día de confinamiento, el Conservatorio de Zamora está tan desierto como cualquier otro centro educativo de España. La soledad, mezclada con la incertidumbre, no es buena para la música y ni siquiera el inminente tránsito a la fase 3 ha roto el silencio cacofónico que exhala el edificio.

Faltan escasos días para que termine el curso pero la rueda formativa ha seguido girando de forma armónica gracias al prurito profesional de profesores que han hecho filigranas para que el alumnado resolviera con éxito una situación dramática que ha puesto a prueba a propios y a extraños.

Las ganas de enseñar, el amor a la música y la apuesta por la educación a ultranza, sin importar los horarios ni la conciliación de la vida familiar y laboral, impulsaron a varios profesores a organizar, incluso, algunas audiciones a través de Internet para cerrar el círculo de este curso y recordar que la vida sigue hacia la vieja normalidad, al tiempo que se incorporan al léxico habitual palabras como Zoom, WhatsApp, Skype, FaceTime, Teams, Hangputs, Discord, Gruveo, SnapChat, WebEx y Jitsi Meet.

Rosana Eva Mangas es una zamorana de 43 años que lleva dos décadas dando clases de violín, de manera que por sus manos han pasado más de 300 alumnos. El estado de alarma no le impidió en absoluto seguir impartiendo sus clases, a iniciativa personal y con sus propios medios técnicos, y ha sido muy sonada la audición colectiva que, a falta del auditorio del Conservatorio, reunió hace unos días de forma virtual a las familias de todos sus alumnos de Elemental y Profesional para ver un montaje cargado de obras y de emoción. “Con el confinamiento, nos vimos relegados a no tener la audición de fin de curso, que es la guinda del pastel, y algunos profesores quisimos recoger vídeos o hacer pequeños conciertos por plataformas” explica.

La voluntad de crear magia con la música permitió superar las malas pasadas que juegan las tecnologías, la ocasionalmente dudosa calidad del audio, la pérdida de armónicos y el insufrible retardo al intentar sincronizar un acompañamiento pregrabado con la interpretación en directo. “Utilizar una plataforma fue la primera idea que se me pasó por la cabeza pero éramos demasiados para reunirnos con la calidad suficiente en torno a una pantalla y, al final, opté por una serie de vídeos y un montaje”, anota. “La audición física tradicional habría sido la semana pasada. Por eso, hicimos el acto simbólico de sentarnos en el sillón a la cinco de la tarde para verla a la vez, cada uno desde su casa. La mayoría de la gente esperó e hizo como si fuera presencial”, puntualiza.

La utilización de las nuevas tecnología de la información y la comunicación ha intentado suplir durante estos meses las clases presenciales y, en apariencia, lo ha conseguido porque Rosana Mangas mantuvo la velocidad de crucero en sus clases, incluso con mayor duración de la habitual, y no se han perdido los tres meses de confinamiento pero “es imposible que el contacto sea el que tiene ser”, según afirma.

“En primer lugar, es un caos porque, en casa, están los niños y el colegio, está el trabajo y está la vida familiar, todo mezclado. Yo no he sabido hacer un horario laboral cabal. No he sido capaz de desconectar, con horas y horas delante del ordenador, incluidos los fines de semana, y eso tiene sus consecuencias”, describe.

“Aunque es cierto que eso nos ha permitido seguir adelante, falta el contacto físico, que es fundamental. Coger el codo y corregir la posición, la postura de la muñeca y del brazo izquierdo, ayudarles a relajar los hombros, a coger el arco, la caída de los dedos… Para todo eso que tienes que hacer sentir al niño es imprescindible el contacto”, enumera.

Rosana ha podido aprovechar durante el enclaustramiento la ventaja de contar con el apoyo de los progenitores ya que, en el normal desarrollo de las clases sin las cortapisas de la pandemia, invitaba sin ambages a los padres a estar en el aula y hacer acopio de datos, ideas y técnicas para poder echar una mano a sus hijos durante las sesiones de estudio.

“Yo soy defensora de los padres en el aula, siempre que ellos quieran y teniendo en cuenta que es una posición pedagógica estrictamente personal. Mi experiencia me ha demostrado que hay una gran diferencia entre el alumno que entra solo al aula y trabaja solo durante toda la semana y el que entra con su madre o su padre para que puedan participar de la enseñanza y vean por dónde va el camino. Eso ayuda mucho para una guía conjunta y es cien por cien positivo conformar un equipo de tres: el alumno, los padres y el profesor”, asegura.

“Muchas veces, les he pedido en las clases por Internet que hicieran de mí. Papá, ponte ahí y frénale el codo, que no lo mueva, aprovechando que ya saben cómo va. Era un pequeño parche para salir del paso pero, lógicamente, no hemos podido trabajar igual que de forma presencial”, reconoce.

Limitaciones tecnológicas

Diego Martín nació en Ávila hace 44 años y lleva 20 dando clase de guitarra, tres de ellos, en el Conservatorio de Zamora, después de haber conocido de cerca los de Soria, Valladolid, León, Ponferrada y Astorga, en los que ha trabajado con más de 300 alumnos. “He dado las clases como he podido. Skype, Hangputs, Teams… Muchas veces, los alumnos no tenían ordenador y, si lo tenían, lo estaba utilizando el hermano o el padre para teletrabajar. Principalmente, utilicé Teams, una herramienta que nos ha proporcionado la Junta aunque, al principio, la abarrotamos. He llegado a dar clase por WhatsApp y por teléfono”, enumera.

“De todas formas, en el terreno de la interpretación, la tecnología tiene muchas limitaciones. La relación por videoconferencia es muy fría y se nota en las clases. Eso es lo que más me ha costado, sin contar con que, a veces, ves la imagen de una sola mano por la posición ante un portátil o un móvil. La mano derecha suele quedarse bajo la mesa de estudio y la otra, se sale de pantalla y tienes que pedir que baje o suba la cámara”.

A la hora de la audición, Diego Martín organizó, a título personal, en comunicación con su compañero de Departamento, dos formatos. “Si te conectas con cuatro alumnos, es imposible hacer música en conjunto, sobre todo por los retornos. Por eso me planteé trabajar por proyecto, montando obras a varias voces, cada uno, grabándose en su casa. Yo editaba la partitura con Sibelius, la pasaba a vídeo, con una claqueta marcando los tiempos, separar las voces y hacerlas a varias velocidades para que las pudieran estudiar los alumnos y se las enviaba. Trabajábamos individualmente y se grababan. Me enviaron los vídeos y los monté”, relata.

“También hicimos un recital para mantener la motivación y demostrar lo que han trabajado durante todo el curso. Les envié el resultado con las obras grabadas y las familias han podido verlas”, apunta.

Entretanto, Diego, que es experto en instrumentos de púa, tiene pendiente el concierto que no pudo dar por culpa de la pandemia el pasado 15 de marzo en el Palacio de Congresos ‘Lienzo Norte’, en su ciudad natal, con la Orquesta Ciudad de la Mancha.

Competencias digitales

Paula González Cuellas nació en Ponferrada (León) hace 31 años y da clase de violín desde hace dos en el Conservatorio de Zamora, tras haber dedicado buena parte de su trayectoria profesional previa a los conciertos, desde la Orquesta Sinfónica de Castilla y León y la Real Filharmonía de Galicia. “Ha sido todo un reto dar clase así. Empecé al lunes siguiente, siendo consciente de tener las competencias digitales justas porque empiezas a utilizar aplicaciones nuevas. Me puse en contacto con los alumnos y tuve muy buena acogida por parte de las familias. Cada uno lo ha hecho como ha podido y, en mi caso, al ser clases individuales, es más sencillo porque, por ejemplo en música de cámara se complican las cosas”, valora.

“Había que superar las dificultades por fallos de conexión, vídeo defectuoso y mal sonido. He utilizado, sobre todo, Teams, aunque también, Skype y vídeos, cuando quería ser más concreta y que ellos la vieran con claridad”.

En medio de la vorágine personal generada para sacar adelante el curso, Paula encontró, al igual que sus compañeros, considerables dificultades para impartir las clases a los alumnos más pequeños. “He echado de menos mucho el contacto con ellos porque no sabes cómo corregirles sin ayudarte de esa parte física, para tocar el brazo y poner la posición correcta. Me he encontrado con alumnos que han estudiado más, quizá por la novedad, y con otros que se veían más abrumados por la situación y más despistados”, expone.

“He intentado mantener los horarios, con alguna modificación, siempre de acuerdo con el alumno. Ha sido tremendo no poder desconectar, especialmente al principio, cuando estábamos buscando alternativas para poder dar clases”.

González Cuellas organizó una videollamada grupal en dos sesiones para que los alumnos pudieran tocar de uno en uno. “Estoy muy contenta, aunque hubo algún problema de conexión y algún vídeo de peor calidad, porque ellos se pusieron en situación, se valoraron y, aunque mostraban nervios por la situación de tocar en público, hubo un buen resultado”, precisa.

Natalia Zapatero, zamorana de 37 años, da clases de piano como profesora interina en conservatorios desde hace diez años y compagina la docencia con los conciertos. “Ha sido una transición más fácil de lo que me pareció al principio, teniendo en cuenta que estamos bastante alejados de las tecnologías y que no tenemos muchos medios. Yo he tenido que utilizar mis propios medios tecnológicos y por ejemplo, cinco de mis alumnos tienen nueve años y no cuentan con dispositivos propios”, expone.

“Teníamos bastante avanzado el trabajo del segundo trimestre y empezamos con vídeos y audios pero era muy lento y poco práctico porque los alumnos necesitan la corrección en directo y después de Semana Santa organizamos sesiones de videollamada y lo complementamos con vídeos. Cuando pase todo esto, se va a quedar parte de esta forma de trabajar porque grabarse y escucharse a uno mismo es muy bueno para los alumnos a la hora de abordar el estudio. Ir a clase sin haber estudiado no da la misma vergüenza que mandar una obra hecha un desastre”, bromea.

De todas formas, Natalia reconoce que hay dificultades notables con el propio sonido y con las propias sensaciones y conceptos complejos como el movimiento y la relajación sin que haya contacto físico con el alumnado. “Para los más pequeños, que funcionan mucho por imitación, opté por comprarme un artilugio que se acopla al piano para grabar planos cenitales y me grabo muy despacio para que los niños lo vean con claridad pero sigue sin ser lo mismo que presencial”, denota.

“En las clases colectivas refuerzo mucho los contenidos de las individuales y le di vueltas a cómo poder hacerlo para estar casi todos y que no les resultase aburrido y las hemos hecho como si fueran audiciones para nosotros. Además, como tenemos muy buena sintonía los compañeros del Departamento, solemos hacer audiciones en común y compartimos muchos criterios pedagógicos”, aclara.

Por su parte, Jorge Rafael Gómez nació hace 39 años en Plasencia (Cáceres) y ha dado clases de Saxofón a cerca de 400 alumnos durante sus casi 22 años de trayectoria docente, seis de ellos, en el Conservatorio de Zamora.

Lejos de resignarse a perder el ritmo educativo, una semana después de declararse el estado de alarma, Rafael ya estaba dando clase a sus 16 alumnos. “Me interesó seguir con la dinámica de las clases porque me parecía lo mejor para ellos, antes de que se tomara una decisión oficial, que creo que tardó”, opina. “En algunos casos, costaba más conectarse y tuvimos que darle vueltas para solucionar los problemas pero, al final, hemos logrado dar doce clases, utilizando lo que se pudiera, desde Skype y Teams hasta WhatsApp y hasta llamadas de teléfono con el audio del móvil y el vídeo del ordenador, según lo que el alumno tuviera disponible”, describe.

“Dar clases así ha sido toda una aventura. Les he grabado para que ellos escucharan lo que yo recibía que, con frecuencia, parecía mas una psicofonía que otra cosa pero creo que lo hemos sacado adelante bastante bien y también incorporamos vídeos. Perder el contacto con el alumno lo hace todo muy difícil, cómo se cierra la boca, cómo se hace la respiración, qué postura pones… A través de una cámara no les puedes corregir como tiene que ser”.

Rafael organizó, también a iniciativa personal, un vídeo multipantalla en el que intervinieron 34 alumnos y dos profesores de piano. “Mandaron un vídeo tocando y el audio aparte y lo estuve editando. Que en una clase de 16 participen 34 para mí y para cualquier profesor es una ilusión muy grande”, recalca. “Organicé audiciones en grupos de cuatro, con sus saludos y sus aplausos. Se arreglaron y se vistieron para la ocasión, como tiene que ser”, concluye.