El sonido de la furgoneta de Abdón rompe momentáneamente el silencio que impera en Hermisende durante la última mañana del mes de abril. El panadero de San Ciprián hace sonar el claxon para advertir de su llegada y se detiene ante la puerta de Ascensión, una clienta habitual. Ambos se han acostumbrado ya a extremar las precauciones. El vendedor se baja con los guantes y la mascarilla puestos y la vecina evita cualquier contacto más allá del estrictamente necesario. En esta zona de la Alta Sanabria, el coronavirus ha pasado de puntillas; apenas un par de casos detectados en la fase inicial del estado de alarma. Ahora, acumulan más de dos semanas limpios, pero se mantienen alerta.

"Hay miedo al virus", reconoce Ascensión, sin abandonar los límites de su propiedad. Esta mujer regenta una pequeña casa rural con siete habitaciones, cerrada temporalmente por la pandemia. "Aquí no ha habido casos, pero...". Antes de marcharse, el panadero de San Ciprián completa la historia: "Se han dado algunos cerca"; matiza. Abdón se refiere a la zona de La Mezquita, ya en Galicia.

Las historias sobre lo ocurrido en estas semanas al otro lado de la frontera regional incluyen narraciones sobre algún regreso frustrado de los gallegos emigrados a las grandes capitales, rechazados por sus propios vecinos tras poner en peligro la salud del resto. La futura vuelta de "los madrileños" también genera cierta inquietud en Hermisende: "Muchos son jubilados; podrían vivir aquí y están allí. Ahora que se queden", apunta Ascensión con media sonrisa, aunque aclara que este horizonte muestra una doble cara. Para su negocio, que también incluye un servicio de bar, el retorno estival de los hijos y nietos del pueblo supone un importante impulso y, si se produce, estará preparada. "Podemos sacar mesas y, si no hay suficiente espacio, los chavales se llevarán sus cervezas para ponerse por cualquier lado", afirma.

Antes de terminar la conversación, un hombre irrumpe en la escena. Viene de San Ciprián, y va camino de la tienda. El negocio permanece abierto, también con las medidas de seguridad precisas para evitar cualquier riesgo. Son los tiempos que corren. Antes de cerrar la puerta, Ascensión opina sobre la posibilidad de que estas zonas que acumulan semanas sin casos puedan acelerar en la desescalada por delante del resto de los territorios: "Estaría bien que lo permitieran, porque esta situación ya cansa".

Uno de los argumentos que ofrecen los vecinos de la zona para justificar que exista una diferenciación entre su llegada a la "nueva normalidad" y la de las ciudades tiene que ver con la escasa movilidad de sus habitantes. Muchos de los pueblos de la Alta Sanabria cuentan con un porcentaje muy elevado de personas mayores, y los desplazamientos fuera de la zona se reducen a la mínima expresión. El aislamiento con respecto a los grandes núcleos también es patente. Hermisende está a casi hora y media en coche de Orense y a cerca de dos horas de Zamora o León.

En el citado municipio, ni el propio núcleo principal ni sus anejos alcanzan los cien habitantes, una cifra que sí supera Lubián, con 165 empadronados en el pueblo que da nombre al ayuntamiento. Allí regenta su tienda María Jesús Estévez: "Nos podrían dejar ya, porque aquí no hay nada", señala con claridad la responsable del comercio que abastece a los vecinos del pueblo. Aun así, a la entrada del establecimiento, un cartel invita al uso de guantes antes de tocar los productos.

El punto de vista de María Jesús va en la línea del que dejan entrever varios de los vecinos de la zona. El respeto al virus es patente y el cumplimiento general de las medidas de confinamiento durante estas semanas ha sido el exigido por las autoridades, pero hay una sensación creciente de que el peligro es mucho mayor en otros territorios: "En Lubián, quien no está jubilado, trabaja en los molinos o aquí en el pueblo como yo", insiste la responsable de la tienda, mientras la radio habla de fondo sobre el monotema.

La Alta Sanabria es una de las partes de Zamora que encabeza el mapa de "zonas verdes" que la Junta actualiza a diario para identificar los espacios que llevan más de dos semanas sin casos de coronavirus, pero no es la única. En el entorno de Tábara y de Carbajales de Alba, también llevan más de medio mes felizmente ajenos a los partes de positivos.

Si nada se tuerce, así llegarán a la llamada fase uno en Escober, un pequeño pueblo cuyos habitantes han ido pasando el confinamiento bajo el amparo de la prudencia que exige el momento. Así lo cuenta, en el primer día en el que se permiten salidas puntuales para la población en general, Paulino, de camino a la zona donde guarda sus cabras. "Aquí no hacen falta muchos esfuerzos para mantener las distancias. Si acaso ves a alguno de lejos", subraya este vecino, que alude a una realidad común a la inmensa mayoría de los pueblos de la provincia: "Somos casi todos jubilados. Como mucho, alguno se desplaza a Tábara", sostiene.

Así, Paulino pone el foco en la dispersión entre los propios vecinos y en la palpable ausencia de movilidad para incidir en la dificultad de que, en estas aldeas, se pueda propagar el virus si no median agentes externos. También cita a Miguel Ángel Revilla como ejemplo de político que explica a las claras lo que sucede en los pueblos de España.

El presidente de Cantabria tiene su público en la zona. En Ferreruela, Antonio Pérez también se deshace en elogios hacia él. Este jubilado, que retornó a su pueblo de origen hace ya doce años, se reconoce feliz por vivir la pandemia en un entorno rural, repara en las diferencias con Madrid o Barcelona y se muestra igual de satisfecho y cauto que el resto de los vecinos de los pueblos que se mantienen sin casos: "Por aquí no se ha oído nada. Algo por Tábara y Vegalatrave, pero aquí no ha llegado", comenta.

En la cola de la panadería, las sensaciones son similares. La precaución se mantiene, y el recelo también, pero el paso de los días sin malas noticias permite que impere el buen ambiente. El dueño del negocio, un hombre tunecino que sale a repartir por el entorno, resalta que lo lleva "como puede", aunque todo esté siendo verdaderamente atípico. Para él y para su familia, de religión musulmana, este escenario se ha juntado con la llegada del Ramadán, que modifica sus horarios habituales y añade una dosis extra de cansancio a una tarea cotidiana salpicada ya de bastantes preocupaciones.

También en la zona "limpia" de coronavirus, Losacio aguarda la posibilidad de una salida rápida para regresar a una rutina normalizada. Así lo espera Ángel Barrigón, que pasea a su perro por las calles vacías del pueblo. Mientras este vecino habla del escaso contacto con sus paisanos, una pareja se une a la conversación desde una terraza cercana. "El peligro será cuando vengan de Madrid o Barcelona", opina la mujer, Montse, que recuerda que, en esos instantes, Losacio debería haber estado engalanado para festejar la Santa Cruz, Esta vez, tocará aguantar las ganas de celebración hasta que la coyuntura lo permita.

Mientras, desde este y otros pueblos de Zamora, siguen con atención las noticias sobre el inicio de la desescalada. La intención del Gobierno sigue siendo que la referencia para aplicar los criterios se sitúe en el ámbito provincial, aunque se mantiene abierto a opciones como la que plantea la Junta de Castilla y León, defensora del valor de las Zonas Básicas de Salud, que marcan divisiones inferiores incluso a las de las comarcas. De un modo u otro, la evolución de la pandemia definirá cómo y cúando llegan las medidas de alivio y en qué etapa alcanzan los diferentes territorios la nueva normalidad. "De momento, aquí no hemos visto al virus", recuerda Antonio desde Ferreruela. A apenas un puñado de kilómetros, en Escober, Paulino concluye: "Esto es lo bueno de vivir el lugares donde no hay gente".