Sobre el polvo y las rocas descalzos,
asidos por el vientre van buscando,
cimarrones, los valles.
Los que se sostuvieron siguen el vuelo de los mirlos,
avanzan reposados como lluvia
honrando la geografía,
sorteando las piedras artificiales, ignotas,
escombros de puentes e iglesias
que hubieran querido llevarlos
adonde no pertenecían.
Muertos los espejismos ya marchan.
Sus navíos
quieren horizonte,
la maravilla que se presiente.
Caminan con el tiempo del alma
entre vaivenes y estaciones,
porque no conocen la línea recta.
Juntos nada les aflije sino el invierno.
No tienen miedo a la adversidad, no temen
a los precipicios, cimarrones, cimarrones,
son
tenaces y obstinados con el porvenir,
porque sienten
el futuro
palpitando
en sus venas.
Tienen pan
y agua.
Celebran sin desaliento la alegría con licores.
Se abrazan.
Respiran.
Agotan el atardecer
y cuando llega la sombra cierran los ojos y descansan serenos
y sueñan
aguardando la vida
que retoña al sol.
Con los rumores del amanecer
han acordado al nuevo día,
y borrachos de luminosidad
ya avanzan sin mirar lo perdido, cantando
al deslumbramiento de este momento
de ahora
con la profundidad del que siente la vida como es,
fugaz,
con la emoción de ser
los primeros
y los últimos
hombres.
(Del libro La lentitud del liberto, Maclein y parker, 2018).
Maribel Andrés Llamero