"Galicia. Una nación entre dos mundos" es el título del libro que el historiador Ramón Villares presenta esta tarde (20.00 horas) en el Colegio Universitario, en un acto organizado por la UNED de Zamora. El historiador repasa el fenómeno de la emigración y cómo ha influido en la composición de la identidad gallega.

-¿Qué recoge este estudio sobre la emigración gallega?

-El título, "Una nación entre dos mundos", significa que la cultura gallega es el resultado de una influencia y una transformación de la cultura europea, desde la época medieval, con los frailes benedictinos y cistercienses, hasta el Camino de Santiago y la relación de muchas élites gallegas con Europa. Al propio tiempo, existe una emigración popular a América, que ha aportado una conciencia de identidad y también muchos valores materiales, tanto en remesas de dinero como en apoyo a escuelas o periódicos, cambiando incluso los gustos arquitectónicos, introduciendo la música popular cubana en muchas partes de Galicia o apoyando la creación de monumentos simbólicos, como el Panteón de Gallegos Ilustres o la Real Academia Gallega. Todo esto es obra de la emigración y mi intención con este libro ha sido contar Galicia desde dentro para fuera, pero también desde fuera para adentro.

-Apunta que el libro pretende ayudar a entender el proceso histórico de la identidad de Galicia.

-Es una relectura de toda la tradición cultural gallega, desde el Romanticismo hasta mediados del siglo XX, pero a la luz de lo que hoy se entiende como historia cultural del nacionalismo, que no solo es la movilización política o la reivindicación, sino también una serie de símbolos y valores que unifican a la gente. Me ha preocupado sobre todo analizar el proceso de construcción de Galicia como una nación cultural, en la que la cultura es esencial para entender su propia existencia: una lengua popular que se ha mantenido, un tipo de familia, de apego al territorio, de gustos en el ámbito de la música o de la organización social. Y también una tendencia a la emigración, que fue muy importante para descubrir precisamente la propia identidad.

-¿En qué sentido?

-La identidad normalmente es el resultado de una fractura social y una fractura cultural, cuando en conexión de otros uno se percibe como distinto. En muchas naciones europeas ha surgido a través de las guerras o de los conflictos dinásticos entre monarquías. En el caso más concreto de Cataluña o País Vasco ha influido mucho la inmigración externa para descubrir al buen catalán y buen vasco. En el caso de Galicia, esa inmigración no ha sido tan fuerte, ha sido más importante la emigración.

-Es colaborador en el Centro de Estudios de la Emigración de Castilla y León, ¿es comparable con la de Galicia?

-Quizá fue menos intensa, pero muy importante. Además, gran parte de esa emigración salió por puertos gallegos, de Vigo o Coruña, y esto otorga una especie de hibridismo entre ambas emigraciones. Por otra parte, esta emigración revela que se trata de dos orígenes regionales con un tipo de propiedad de la tierra relativamente próxima, aunque más minifundista en Galicia. Una parte de la sociedad tomó conciencia de que podía mejorar emigrando y no se resignó a quedarse donde estaba. Eso es todo un acto de audacia y también de cálculo económico y define un poco la España septentrional en contraste con la meridional.

-¿Por qué América Latina fue el destino elegido mayoritariamente por los emigrantes gallegos?

-Primero, porque eran sociedades que estaban en expansión, estaban creciendo y construyéndose. Segundo, porque en mucha de ellas, anteriormente dominadas por castellanos, portugueses e incluso ingleses, había tenido mucha importancia y peso la emigración esclava y hubo un ansia de estas sociedades americanas, desde la segunda mitad del siglo XIX, por blanquearse. Eso significaba crear oportunidades a los que llegaban de Europa tanto en Estados Unidos como en Brasil, Argentina o Cuba. Al propio tiempo, emigrar fue una decisión que no tomaron solo los castellanos y los gallegos, sino gran parte de Europa, que era un continente superpoblado. O sea, que no fue un fenómeno solo español, sino que también emigraron irlandeses, escandinavos, italianos o polacos a Estados Unidos, Brasil, Canadá o Argentina. Otra razón es que las grandes compañías navieras francesas, inglesas y alemanas lanzaban ofertas de viaje a esos destinos.

-¿Cómo se lograba mantener el vínculo de la tierra a pesar de la distancia?

-La gente a veces se pregunta cómo es posible que hubiera tanta información, pero las noticias eran frecuentas y rápidas, sobre todo a través de las cartas y las fotografías. Esa era la vía más auténtica, porque el emigrante necesitaba saber dónde iba, qué es lo que pasaba allí y quién podía acogerle. Funcionaba muy bien la red de paisanaje y las redes culturales. Además, ya solo tener el mismo idioma ayudaba. La decisión de emigrar era, en muchos casos, colectiva, es decir, unos se iban y otros se quedaban cultivando las pequeñas propiedades mientras sus familiares iban a América y, en parte, retornaban o ayudaban a mejorar su economía de origen. De modo que la emigración era un hecho que unía dos continentes y eso suponía información y tránsito. También estaba la emigración golondrina, es decir, gente que iba y venía, incluso cada año. A menudo, era menos dramático de lo que parece, aunque también hubo muchos que lo pasaron mal y fueron unos perdedores, como los ha habido en muchos momentos de la historia.

-¿Qué se necesitaba para emigrar?

-Debían tener algún recurso e información, poderse pagar el pasaje y tener una forma de sobrevivir unos días, no solo cuando se estaba esperando el barco, sino también cuando se llegaba a destino. Hoy los emigrantes tienen una información más rápida gracias a Internet y una amplia red de contactos pero, como los emigrantes de hace un siglo, deben tener dónde comer y dormir los primeros días antes de buscar un trabajo. En ese aspecto, no se ha cambiado tanto.

-¿Y en qué sí lo ha hecho?

-La emigración hoy existe y es tan importante, o más, que antes. En la actualidad, los emigrantes son pueblos asiáticos, sudamericanos y africanos. Tiene unas pautas comunes, pero hay destinos distintos por razones diferentes. Lo novedoso de ahora es que también hay una emigración de cerebros, mucho más cualificada, que además no es estable y puede estar un año en Londres y al siguiente en Berlín, Dubái o en Estados Unidos. Esta es una emigración mucho más fluida, que revela la oportunidad que da la propia globalización. Hay mucha gente que se sorprende de cómo es posible que ahora personas tan preparadas, con una buena carrera, tengan que emigrar. Quizás es lamentable, pero también se puede ver de otra forma, en la capacidad que ha tenido la sociedad española para formar a gente tan competitiva en el marco internacional. El problema es que no somos capaces de ofrecer desde dentro los puestos o las oportunidades laborales que tienen fuera. Pero ellos son capaces de enfrentarse con mucha gente en otras ciudades y eso es una buena noticia. La mala es que perdemos esa fuerza, ese talento que nos vendría muy bien aquí. Pero soy optimista y creo que pueden volver, que la globalización, aunque trae incluso pandemias como la que estamos viviendo ahora, también trae muchas otras oportunidades y creo que algo va a cambiar.