CARMEN CHICHES

Santo Sepulcro, Zamora (años sesenta)

Recuerdo cuando yo era muy pequeña que mi madre, la víspera y el mismo día de los Santos, ponía en la repisa de la ventana, en la cocina, dos tazones. No recuerdo muy bien si eran con agua o con aceite y encima las lamparillas cuatro o cinco. Y cuando alguna se aguantaba, la sustituía por otra, así todos los dos días.

Yo miraba muy atenta como mi madre las encendía con las cerillas de cera y cuando no me veía, soplaba las lamparillas suavemente para que se moviera y ver el reflejo de la llama en el cristal de la ventana.

Me decía que las ponía para que las ánimas que estaban en el Purgatorio encontraran su camino. Cuando nos íbamos a la cama cogía los tazones y los llevaba para la repisa de su ventana de la habitación. También lo hacía mi tía Manuela que vivía seis casas por encima de nosotros y alguna más. Lo rememoro con mucha nostalgia, pero al mismo tiempo se me escapa una sonrisa.

CARMEN DOMÍNGUEZ

Zamora (recuerdos de la niñez)

Cuando los niños éramos participes de la vida y de "la muerte". Sentados junto a la lumbre y a la luz del carburo empezábamos el rosario. “¡Hay que honrar a los muertos!”, decía mi abuela, no siendo que nos pase como a fulanita, que se le apareció su padre pidiéndole oraciones y misas prometidas y no cumplidas para su alma en pena. Contaban cosas de aparecidos y fantasmas deambulando por las casas. Esa noche dormíamos acurrucadas de miedo. Mis hermanos mayores hacían sombras con las velas para asustar nos aún más; de repente alguien muy enfadado decía: ¡apagad esas velas! Al día siguiente, estrenábamos calcetines largos con borlas, íbamos al cementerio y corríamos entre las tumbas para ir a nuestra aventura principal: el osario. ¿Veremos esté año alguna calavera?