Los restos de Gregorio Martínez Sacristán reposarán en la Catedral de Zamora a partir del próximo lunes, cumpliendo así con un ritual que se remonta a tiempos inmemoriales. La Seo dedicada al Salvador alberga entre sus muros las tumbas de diferentes obispos que a lo largo de los siglos recibieron el encargo de dirigir los designios de la Diócesis. Desde Bernardo de Perigord, que fallecía en el año 1149, hasta Antonio Álvaro Ballano, cuya defunción se registraba en el año 1927. Por el camino, varios ministros católicos cuyas lápidas aún pueden observarse a través de un simple paseo por el templo más importante de la capital. Un honor que será también concedido al que hasta ayer fue la principal cabeza visible de la Diócesis de Zamora.

Hay que remontarse casi una centuria en el tiempo para encontrar al último obispo que falleció en sus funciones y que fue enterrado en la Catedral. Su nombre era Antonio Álvaro Ballano y ha trascendido a la historia como uno de los principales responsables de que la gripe de 1918 fuera epidémica para la ciudad de Zamora. Pese a los intentos de la prensa de denunciar las condiciones de insalubridad de la capital y las recomendaciones de evitar las aglomeraciones, el prelado desafió a las autoridades y organizó una novena multitudinaria, lo que permitió al virus propagarse sin oposición. Ballona encontró la muerte en 1927 y sus restos descansan en el subsuelo de la Seo.

Remontando el calendario, los casos de obispos fallecidos y enterrados bajo la Catedral se sucedieron entre finales del siglo XIX y principios del XX. Tales fueron los casos de Luis Felipe Ortiz y Gutiérrez (1893-1914), Tomás Belestá y Cambeses (1880-1892), Bernardo Conde y Corral (1863-1880) y Rafael Manso (1851-1862). La lista sigue a golpe de sepultura hasta el año 1149 que figura en la lápida de Bernardo de Perigord situada en el interior de la Seo. Este obispo fue el primero de la Diócesis de Zamora tras su escisión definitiva de la Diócesis de Salamanca, cuando ambas estaban unificadas y se separaron definitivamente a la muerte de su antecesor, Jerónimo de Perigord.

En la historia reciente, existen dos obispos que, si bien fallecieron en Zamora, sus cuerpos no llegaron a descansar en la Catedral. Se trata de Eduardo Martínez (1951-1970), cuyos restos reposan en el convento de las Benedictinas; y de Eduardo Poveda (1976-1991), quien pidió expresamente que le enterraran en el Tránsito. Sin embargo, en ambos casos sí se cumplió la tradición de velar al prelado en el Palacio Episcopal, algo que no ocurrirá con Gregorio Martínez Sacristán, cuya despedida se realizará en la iglesia de San Andrés antes de darle traslado a la Catedral para su eterno descanso.