Por muchas razones debía escribir hoy este obituario que no es al uso ni de cumplimiento. Y mucho menos de compromiso. Hoy estas líneas están impregnadas de un sincero sentimiento de pena. Ha muerto mi jefe. Y mi amigo. Siete años codo con codo con él en la Diputación de Zamora dan para mucho. Cuando con la obligada excedencia dejé la radio y atendí su insistente solicitud de que me fuera a trabajar con él a la Diputación, era una persona que me caía bien. ¿Y a quién no? Aunque conocidos de años antes, habíamos congeniado en las numerosas ocasiones en que cubría las noticias que emanaban de la Diputación y su trato siempre era exquisito, llegando más allá de la simple relación cordial del presidente y los periodistas.

Luego, con el trato diario, llegué a conocerle en toda su dimensión humana y su compenetración entre los dos fue tal que nos hablábamos con la mirada en muchas ocasiones. Entendía sus gestos y él los míos de una forma que parecía que llevábamos una vida entera juntos. Fueron siete años, día a día, con Luis Cid, de arriba abajo de la provincia. Del trabajo diario, de las audiencias a alcaldes, con o sin visitas programadas. Allí iban, muchas veces sin hora prefijada ni anunciarlo, aquella sala de espera parecía una consulta médica, y a todos recibía. Para todos tenía una palabra de estímulo. Y no miró nunca su carné de afiliación. De ello pueden dar fe aún hoy todavía algunos alcaldes del PSOE provincial. Si no había soluciones inmediatas, al menos tenía palabras de ánimo para todos. Valoraba enormemente la labor de los alcaldes, tan ingrata a veces cuando no se podían atender todas las necesidades de sus vecinos. Su magnífico talante personal fue clave en las relaciones con los principales líderes del PSOE, superando algunos momentos de gran tensión, que todos recuerdan en mayor o menor medida.

Sí quiero ahondar en la personalidad de Luis Cid Fontán como político de talla que vio, más allá de su intuición personal e inteligencia natural, las posibilidades de futuro de su provincia, limitadas pero ciertas. Al margen de la realización de las obligadas e imprescindibles obras en numerosos pueblos de la provincia, abastecimiento, saneamiento, carreteras, instalaciones deportivas, edificios consistoriales, impulsa el Instituto de Estudios Zamoranos Florián de Ocampo que dormía el sueño de los justos un montón de años, encontrando el apoyo y la iniciativa del diputado del PSOE Jesús Pedrero para revivir esta institución. Funda el Patronato Provincial de Turismo en el que, al lado de Felipe García, cuenta con el apoyo crítico pero leal e incondicional del diputado socialista Cecilio Lera Blanco, que se vuelca en su creación. Se inventa con el administrador de la diócesis, el añorado Juan Encabo Martín, un convenio con las diócesis de Zamora y de Astorga para la restauración de templos, ermitas y casas parroquiales, al que años más tarde se sumará la Junta de Castilla y León y en vista de su éxito, extenderá a las demás provincias. Llega a un acuerdo con la Junta de Castilla y León y la Diputación colabora tenazmente en la potenciación de las patrullas aéreas y terrestres en la lucha contra incendios en las comarcas que abrazan la Sierra de la Culebra hasta entonces tan desprotegidas. En vista de sus resultados, luego la Junta también lo extenderá a otras provincias y lo asumirá completamente.

Consiguió, tras intensas gestiones y fruto de colaboración con otras instituciones locales, que la UNED se implantase en Zamora con los espléndidos resultados que hoy día admiramos. Y abrió todos los caminos al Consorcio de Fomento Musical de Zamora que tanto bien ha hecho al rico e ingente patrimonio tradicional de la provincia y que continúa con su excepcional trabajo.

En colaboración con el ayuntamiento que preside Andrés Luis Cavo, alcalde del PSOE, con el que coincidió de 1983 a 1987 y amigo personal suyo, promueve el Primer Congreso Nacional de Cofradías de Semana Santa en 1987, el Centenario del imaginero Ramón Álvarez en 1989 y el nuevo grupo escultórico de la Santa Cena, de Fernando Mayoral en 1991, tres acontecimientos clave en la popularidad internacional de la Semana Santa local. En estas y otras iniciativas tradicionales ambos encontraron un valioso y entusiasta aliado en Eduardo Pedrero Yéboles, presidente entonces de la Junta pro Semana Santa y en su equipo de directivos y colaboradores. Tarde, muy tarde, en 2012, les llegó a ambos el reconocimiento del Barandales de Honor. Suya fue la iniciativa para que se televisase en 1988 la procesión del Santo Entierro, con el patrocinio del Patronato Provincial de Turismo. Memorables fueron en dos años las jornadas gastronómicas de la cocina zamorana en un conocido hotel madrileño con la asistencia de cientos de personajes destacados de la vida política, social, cultural y deportiva de la capital de España, en lo que fue el principio de la promoción nacional del vino de Toro, cuya denominación de origen arrancaba entonces, y del queso zamorano.

Su relación con los trabajadores de la Casa, Palacio Provincial, Hospital Provincial, Conservatorio, Parque provincial de carreteras, Colegio del Tránsito y Residencia de Ancianos de Toro fue excelente, fueran técnicos o ayudantes, ingenieros u obreros, médicos o del servicio de limpieza. Tuvo para ellos siempre abierta la puerta de su despacho, llegasen a él por motivos personales o laborales. Me vienen a la cabeza multitud de anécdotas sobre su cordialidad con todos ellos en días felices o dolorosos.

En esta hora de la despedida, no tengo muchas más palabras que escribir para recordar su trayectoria política al frente de la Diputación Provincial. Como persona, era inevitable, tuvo errores, equivocaciones, pero sí demostró con creces un amor a Zamora que hoy se agiganta con su muerte al recordar sus logros, tantos y tantos. Fue un honor, Luis, tenerte como jefe y como amigo. Descansa en paz. Te lo has ganado.