El día que el cartel de Semana Santa no genere debate, las procesiones de Zamora habrán muerto. Hay un termómetro en la ciudad, con distintos indicadores, que mide la temperatura social, la cuenta atrás hacia el primero de los desfiles. Uno de ellos es el premio Barandales de honor, cuyo vigor se ha enfriado tras el encendido debate de la primera década del milenio, donde se pusieron en cuestión las decisiones del consejo rector, censurando el corte "político" de muchos de los destinatarios.

Una lucha dialéctica, canalizada mediante los extintos foros digitales de debate, que abanderó la popular Josefa Fernández. "La Chupina", que falleció en 2017, nunca recibió el "Barandales" del pueblo y las cofradías perdieron, quizá entonces, aquella batalla. Otro de esos indicadores es la designación del pregonero oficial, una suerte que los nuevos modelos de comunicación -la importancia del vídeo, las imparables redes sociales- obligado a la revisión.

Pero el cartel es el debate. Y el día que su presentación no genere polémica, hablaremos de los otros periodos de crisis de la Pasión, y repetiremos aquello de que los pasos circulaban a ruedas, por falta de candidatos bajo los banzos. El pasado lunes, el escultor Higinio Vázquez desveló su creación para este 2019. Y lo hizo emocionado. No era para menos, habida cuenta la responsabilidad que asume un zamorano ante tan solemne encargo. Pero en esta ocasión, las redes sociales -imparables, inmisericordes- expresaron en tiempo récord su veredicto: decepción por el dibujo del imaginero de El Pego.

En realidad, Higinio ha sido fiel a sí mismo. Que su plasmación de la Semana Santa no concuerde con los cánones de la promoción del siglo XXI es un problema de otra naturaleza. En las últimas dos décadas, la Junta pro Semana Santa ha ido agotando la nómina de artistas a quienes remitirles el encargo. Dicho modelo, que ha dado algunos diseños sobresalientes, está agotado. Y no solamente porque los principales artistas vinculados a Zamora ya hayan firmado su cartel, sino porque más que la visión del artista sobre un acontecimiento social, lo que demanda la actual era de la imagen y la promoción turística es una composición que seduzca a los potenciales visitantes de la Semana Santa. Que convenza al destinatario; tanto da si convence o no al autor, aunque ambas realidades vayan de la mano.

En estas dos décadas se ha acentuado el divorcio entre el diseño del artista y el soporte en el que dicha creación se presentará de forma pública. La composición de Higinio es uno de los ejemplos más evidentes: un dibujo fotografiado y convertido en cartel. Pero no un cartel en sí mismo. Ya ocurrió con el genial Venancio Blanco, cuya aportación convenció más por la firma, que por el contenido. Y otro claro exponente de esta situación se dio en 2009, cuando Javier Carpintero sobreimpresionó el rostro de Jesús (La Crucifixión) sobre una composición de ceras. El acabado era ingenioso, pero la mayoría de los destinatarios jamás distinguieron el original lienzo en el cartel de papel, el definitivo.

En 2007, Fernando Pennetier definió con precisión la filosofía de un cartel. "Tiene que impresionar", dijo. Debe propinar una bofetada en el espectador. Su creación avalaba dicha teoría. Una mano -no asociable a ningún Cristo en concreto- expresaba el dolor de la cruz, un gesto abigarrado, conmovedor, embajador preciso del orgullo que sienten los zamoranos por sus procesiones, el coraje en la defensa de una fiesta que nos pertenece. "El cartel puede ser de Zamora, de Cuenca o de Sevilla", se escucha decir de forma recurrente a modo de crítica, de nuevo con el dibujo de Higinio. Pennetier solucionó la cuestión pintando el fondo con el negro del percal del hábito de La Mañana y el parduzco tono de la capa parda del Miércoles Santa. Nada hay más zamorano que esa combinación de colores.

Y siguiendo con el argumento de Pennetier, me permití pensar en los carteles que en las dos últimas décadas me habían impresionado. Sin buscar demasiado, a modo de experimento. Junto a la descrita "mano", recuerdo sin esfuerzo el diseño abstracto de Carlos Evangelista en 2002. Con varios trazos y cuatro colores logró sintetizar, "abstraer", el movimiento de las procesiones en las calles de la ciudad, el marchar de los pasos, el dinamismo de las cruces de Coomonte la noche del Lunes Santo Por cierto, que el artista benaventano convenció igualmente con su apuesta en 2013, en la que logró obtener la fórmula de representar la Pasión, sin renunciar a su personal, reconocible estilo.

Se me viene igualmente a la memoria la propuesta de Ana Zaragozá en 2011, aquel cartel que algunos bautizaron como "gore" por la abundancia de sangre que amenazaba el rostro de la Soledad. Un diseño ante el que es difícil no sentir esa "bofetada" a la que aludía Pennetier.

Es difícil vaticinar nuevos aciertos en el futuro con la fórmula actual. Y me temo que el cartel fotográfico tan popular en los noventa es también una senda ya recorrida (y exprimida). Quizá sea el momento de encargar la imagen de la Pasión a quienes mejor pueden tomar el pulso a los gustos de los potenciales visitantes: los diseñadores gráficos. Tengo en la mente varios nombres de zamoranos, pero muy concreto el de uno, a quien me gustaría ver ante el reto del lienzo en blanco. Confío en recibir de nuevo esa bofetada. Y que igual que yo, la reciban quienes vendrán a Zamora para desentrañar el reto de emocionarse por primera vez con nuestras procesiones. Entretanto, que no cese el debate.