Dice su madre Dory que de pequeño siempre se quedaba atontado mirando a los magos que salían en la tele. A los seis años comenzó a imitarlos. Hizo sus primeros pinitos en actuaciones benéficas y a los dieciocho cobró un espectáculo por primera vez. "¡Anda, qué maravilla, si me pagan por esto!", pensó. En aquel momento no se planteó hacer de su pasión su profesión. Empezó a estudiar en Salamanca Ciencias Económicas y en Valladolid se especializó en Márketing, el arte de la venta y la comunicación. Trabajó durante 27 años en una entidad financiera donde ostentó cargos de responsabilidad, pero en 2013 lo dejó todo. "Hasta entonces había ido muy bien el matrimonio pero llegó un momento en el que tenía que elegir", recuerda Paulino Gil.

Al primero que le contó la noticia fue a su padre, quien le soltó: "Después de tantos años diciendo que te ibas a ir?¡ya era hora!". Él quería invertir pero no dinero sino tiempo. Y de otra manera. "Estaba a gusto pero llega un momento en esta vida en el que tienes que decidir. Si no hubiera dejado el trabajo, hubiera sido imposible desarrollar todos los proyectos de los últimos cinco años", razona.

Resumiendo su extenso currículum, es mago, consultor mágico y organizador de festivales como el de Zamora, que este año ha cumplido veinticinco años. Además, en 1989 obtuvo el primer Premio Nacional en Magia General y en 2014 el Premio Mundial de Magia Cómica. Desde que dejó la oficina, todos los días sigue la misma rutina. A las ocho se pone en pie „mide 1,90 metros de altura„ y comienza a trabajar sentado frente al ordenador: abre su email, responde a las decenas de correos de su bandeja de entrada, busca por Internet, llama por teléfono? Cada hora se toma un descanso para despejar la mente. Desenrolla su esterilla y comienza sus ejercicios hipopresivos y de meditación en su pequeña biblioteca, atestada de libros, vídeos, fotos, dedicatorias, acreditaciones, trofeos y recuerdos. Sobre las doce, sale de casa a hacer recados y regresa a la hora de comer.

Vive en un noveno. Tras pasar el código de barras de su felpudo, deja sus llaves sobre la figurita porta llaves de un asiático arrodillado sobre el mueble recibidor. Junto a él, hay un florero lleno de margaritas y un hermano de las Capas Pardas hecho de cerámica. El pasillo de la entrada está flanqueado por fotografías de sus actuaciones, letras chinas enmarcadas y carteles de Fu-Manchú. Una decoración que da fe de la singularidad de quien allí habita: a veces Paulino, a ratos Leonardo y otrora Ya-Lipú. Al recordar el nombre artístico de uno de sus "alter-ego" nos surge la duda. "¿De dónde vino eso de Ya-Lipú?". "Ya-Lipú es Pauli (de Paulino) pero cambiando el orden de las letras y añadiendo una y griega", nos explica desvelando el secreto. En las escaleras hay dos maletines negros. En su interior no hay fajos de billetes sino una pila de barajas de cartas. En los armarios, no hay camisas ni corbatas sino gorros y trajes con motivos orientales. También está perchada la chaqueta roja de Picaporte en recuerdo del personaje de botones que encarnaba su ayudante y amigo Luismi.

Su salón es otra cosa. Un gran vinilo del mago Carter invita a las familias a llevar a sus niños al país de las hadas. Bajo las manos escultóricas de Anthony Quinn se encuentra el diploma que certifica el récord Guinness de aparición de varitas logrado en Zamora en 2013. Detrás de un biombo se esconden los artilugios de los últimos trucos que está practicando. Los palomares de cerámica, las huchas de cerdito y los rosetones en miniatura de la iglesia de San Juan se entremezclan con más libros de magia, viajes e inglés. Y, tras unas grandes vitrinas, se exhibe su pequeño museo. En 1995 compró una figura en forma de mago en el mercado londinense de Portobello. Fue comprando una en cada país que visitaba: China, Budapest, Tailandia, Argentina? Y ahora, trece años después, atesora una colección de casi 500. Los hay de todos los tamaños, formas y colores. De cerámica, de peluche y hasta vidrio de Murano.

Su fascinación por viajar y su predilección por el mundo de Oriente pululan por su hogar desde el suelo hasta el techo, desde las alfombras persas hasta las cabezas de dragón. Utiliza la magia como excusa para viajar porque sostiene que es la mejor forma de aprender. Se considera a sí mismo como un "ciudadano del mundo" y no contempla una vida sin ilusión. La misma que él lleva repartiendo desde hace veinticinco años en Zamora.