Estos días, quienes han completado el recorrido hasta el monasterio de Santa María de Moreruela, se han encontrado con la puerta en las narices. Todo consuelo ha quedado reducido a un cartel fijado por la Junta de Castilla y León, dueña del edificio, en el que se puede leer "Este monumento permanecerá cerrado en el periodo del 8 al 14 de agosto". No hay más explicación. La otra cara de una noticia negativa, como es esta, entronca con los recientes acontecimientos en Santiago de Compostela. Una de las esculturas de la Catedral fue ilustrada por unos trazos bastante naïf que despertaron la indignación en las redes sociales. En este caso, el cabreo, la preocupación por el patrimonio se ha expresado de manera llana, clara: "¡Hijo de puta, qué vergüenza!".

Cuesta comprender que una vez cubierto el camino, uno tenga que darse la vuelta. Los kilómetros que separan la carretera del monasterio demuestran, una vez más, que el movimiento monacal buscó refugio en lo más recóndito de la naturaleza. Una forma definitiva de romper con el desprestigio que acompañaba al clero urbano, que apenas si aparecía por los templos religiosos. En ese paraje natural de privilegio, provisto de abundante agua, es donde se estableció en la Edad Media el original del que hoy sobreviven las ruinas.

La indignación de quienes no han podido acceder al interior -en parte, quizá porque hacían de guías para mostrar la joya cisterciense a un conocido o un familiar- tiene su razón en la belleza del edificio, que en los últimos años ha ampliado la experiencia de la visita, gracias a las obras de limpieza y consolidación de dependencias como el refectorio (la sala en la que se reunían los monjes para comer), la cilla (donde se almacenaban los alimentos) o las propias celdas de los religiosos, que permiten reconstruir mentalmente la vida de la comunidad.

La visita de todas estas estancias, que se muestran diáfanas al espectador y con paneles de apoyo para la comprensión de los distintos lugares, posibilita invertir algo más de tiempo en el descubrimiento del monasterio. Contrasta el recorrido con el de tiempo atrás, cuando el itinerario estaba limitado a la nave central de la antigua iglesia, la observación del extraordinario ábside medieval y la fotografía clásica -para los aficionados- desde el exterior, la típica estampa del ábside y sus absidiolos, que curiosamente es la parte mejor conservada pese al lastre del tiempo.

El proyecto arqueológico y de consolidación de las ruinas han permitido conocer en las últimas décadas los sistemas de canalización del agua, rutinas como las de la comida diaria y otros aspectos claves en la vida monacal. De ahí que contraste la probada preocupación de la Junta de Castilla y León con estas dos semanas de cierre, vacaciones de personal que coinciden con las vacaciones de los propios visitantes.