En medio del ambiente alegre que respiraba la ciudad durante estos días festivos, un hombre sentado en Santa Clara pedía limosna en medio de la calle. Llevaba un cartel que decía: "Es triste pedir. Más triste es pasar hambre". Un mensaje que refleja uno de los efectos de la pobreza que las organizaciones humanitarias llevan advirtiendo desde hace mucho tiempo: la exclusión social de quienes la padecen. Necesitan ayuda. La piden. (Se deciden a pedirla). Y se les retrata. Como dice Toño Martín de Lera, son pobres y encima se les señala con el dedo. Pero a fin de dignificar la vida de estas personas en riesgo de vulnerabilidad social, a finales del pasado año Cáritas Zamora decidió dejar a un lado el economato para apostar por el anonimato.

En 2017, la entidad analizó su sistema de reparto de alimentos: una persona entraba en la parroquia de vacío y salía de ella con una bolsa cargada de productos básicos: pasta, aceite, galletas, conservas, etcétera. Sin quererlo, ellos también estaban señalando al pobre. Estaban contribuyendo a su estigmatización.

Por eso, la institución caritativa decidió implementar una nueva fórmula contra el hambre que "invisibiliza" a quienes se ven abocados a recurrir a Cáritas porque no les llega el dinero para comer: una tarjeta prepago que la organización recarga con 20, 30, 40 o 50 euros en función de las necesidades de cada familia para la compra de alimentos básicos. Cada caso es estudiado de forma personalizada por el personal de Cáritas. "A lo mejor la pide una familia con muchos miembros pero sopesamos que la cantidad de la tarjeta tiene que ser menor y al revés, igual la solicita una familia con menos miembros pero necesidades más grande y decidimos darle una tarjeta de mayor importe y las recargas se hacen de forma quincenal o mensual", explican las trabajadoras sociales Marta Martínez e Isabel Sampedro. La tarjeta es de uso exclusivo para cada unidad familiar y está rotulada con el nombre, apellidos y DNI de la persona titular. "Así, van con esa tarjeta, pagan y pasan desapercibidas, nadie sabe nada. Es más anónimo. Tratamos de dignificar el tema de los alimentos y que estén en igualdad de condiciones sin tener que salir de la parroquia llevando la típica bolsa", razonan. Actualmente, en torno a 300 familias de la capital y 700 personas del medio rural se benefician de la iniciativa, que se ha ido implantando paulatinamente. De hecho, las parroquias de la capital que continúan con la entrega en mano de alimentos a los necesitados son contadas.

Entre esos necesitados pueden imaginar a una persona desaliñada, desaseada y con la ropa ajada. Pero nada más lejos de la realidad, lo cierto es que entre quienes acuden en busca de ayuda cada vez hay más jóvenes, más madres solteras, más pensionistas? en definitiva, más familias. Y familias con trabajadores, pero trabajadores pobres, de esos que tienen empleo pero con un sueldo que no les da para llegar a fin de mes, espejo de la cronificación de la pobreza que también advierte Cáritas: hay menos pobres, pero los que hay, lo son cada vez más.