Nunca la vida es justa con quien la abraza porque siempre acaba despegándose y marchándose sola. Más ingrata es aún cuando le da la espalda a una persona joven, vital, que todo lo que hace tiene un fondo de futuro. Y es miserable cuando se marcha a la fuerza, empujada por no sé quién, como ha ocurrido ahora. Leticia Rosino se ha quedado sin vida sin querer, y sin querer ha dejado huérfana a su gente, que vive en sus pueblos más queridos: Castrogonzalo y Tábara. También hablaba en algunas ocasiones de Anta de Rioconejos, el pueblo de su abuelo. Maldita sea la vida.

Leticia Rosino, 33 años, con todo un horizonte por delante, se ha encontrado con el final en un instante. Quienes -muchos- que la conocían saben que era una mujer fuerte, sin miedo a vivir y que para ella cada día tenía algo que aprovechar. Con una actividad que, a veces, asombraba a los íntimos, nunca cerró la puerta a cualquier posibilidad. Por eso su periodo de formación nunca acabó y aprendió de todo, sobre todo a ser simpática, a tocar el corazón de la gente.

Leticia era especialista en gastronomía, experta en análisis microbiológicos de los alimentos, "quality manager" de la empresa benaventana Lácteas Cobreros, máster en seguridad alimentaria, ingeniera técnica agrícola en industrias alimentarias y agrarias por la Universidad de Salamanca. Y, de ello presumía en muchas ocasiones, era máster de Enoturismo de la USAL, impartido por medio centenar de profesores de universidades de la región.

"El Máster proporciona unos conocimientos amplios en un sector que está empezando; si nos lo curramos bien, encontraremos nuestro hueco", declaraba a preguntas de este periódico en junio de 2009, cuando acababa de doctorarse en Enoturismo. Y explicaba: "Lo más interesante de estos tres meses es el haber podido escuchar a diferentes ponentes que nos han hablado de distintos temas como la cultura del vino o el vino en la literatura".

Leticia era pura actividad, natural de Tábara (sus vecinos decían ayer que era "muy popular" por su afán de colaborar con todos los proyectos de progreso y culturales), se fue a vivir hace más de dos años con su novio, natural de Castrogonzalo, a este pueblo famoso por sus paradores. Allí se le notaba feliz. Le gustaba pasear junto al río, perderse por la tarde y soñar. "Era una soñadora", dice uno de sus muchos amigos.

El hecho de que viviera a poca distancia de Benavente, en una vivienda rehabilitada, hecha a su medida, hizo que fuera una asidua de la Ciudad de los Condes Duques. Allí deja también muy buenos amigos, que ayer la lloraban con rabia.

No era Leticia Rosino el prototipo de zamorano al uso. Rompía el molde. Se ilusionaba por todo y defendía el futuro de la provincia, sobre todo de la industria agroalimentaria. Estaba convencida de que el vino y el queso tenían que ser las grandes banderas y enganches de Zamora para salir del atolladero.

"Quien la haya matado no tiene nombre", decían ayer familiares. Sí, el de asesino. No se explica que se pueda segar una vida en un instante y no se caiga el mundo. Acaba de ocurrir y se ha ido una mujer que entendía como nadie lo que sucedía a su alrededor. Difícil es comprender que se cierre el telón y no salga la actriz a saludar. Los recuerdos son inmortales, a ellos se tienen que agarrar ahora los vecinos de Tábara y Castrogonzalo. Y tantos y tantos otros.