Recoge Sergio del Molino en La España Vacía un dicho portugués que afirma que "Portugal é Lisboa e o resto é paisagem", y apunta que aquí se podría decir que España es Madrid, y el resto ni siquiera es paisaje. Este miércoles, Carmen Rigalt firmaba en "El Mundo" un artículo titulado Cromos Repetidos en el que se afirmaba, entre otras cosas, que aquí no se habla de política y que "en ciudades apocaditas como Zamora existe el pensamiento único, pero en el caso de Agustín García Calvo él era el único que pensaba", para acabar equiparando esa supuesta falta de crítica zamorana a los independentistas que no se cuestionan el procés.

Poco hay que discutir a esa imagen de la Castilla quieta, callada y conservadora -causante, en gran medida, de que estemos como estamos-, pero el fondo y la forma de su artículo son el ejemplo perfecto del sentimiento de superioridad absurdo que se le critica al nacionalismo catalán, que tiene bastante que ver con él y que contribuye a alimentarlo de forma terrible, falsa e injusta: yo soy más listo, tengo más dinero y estoy más desarrollado que tú, provinciano que vive de las subvenciones mientras yo te mantengo con mi sudor y mi trabajo porque sé que soy mejor que tú.

No es una cuestión de patriotismo facilón o de enfadarse sólo porque se ha metido con nuestra tierra. No se trata de sacar a relucir nuestro queso o nuestro vino, de hablar de la ciudad más bonita que tenemos y del paraíso escondido en Sanabria, de presumir de lo bien que se come aquí y de gritar fuerte que como en Zamora en ningún sitio. Para eso ya están los señores que, como Bertín Osborne, pasan por aquí de visita a cobrar miles de euros por decirnos lo bien que estamos aquí. Dice Carmen Rigalt que aquí no se habla de política, cuando la verdad es que no hacemos otra cosa. Igual el problema es que se habla demasiado de política -del procés que tanto preocupa también a los listos de ciudad, de las cabalgatas de Vallecas y de las polémicas que no nos afectan - y muy poquito de políticas serias para luchar contra la despoblación, de la falta de inversiones, del cierre de empresas y de todo lo que nos está matando a nosotros y a toda la España rural. Otro gallo cantaría si nos preocupásemos de salir a la calle a protestar por ello tanto como nos quejamos en las redes sociales de las luces de Navidad, de los conciertos de San Pedro o del mencionado procés.

El problema del artículo no es que hable de Zamora, es que podría hablar de Soria, de Aragón, de las Castillas, de Extremadura o de Andalucía, y sería igual de falso y de ofensivo. Hace poco, en el programa de la Cadena Ser La Vida Moderna, Quequé hablaba con los miembros de 'Milana Bonita', una plataforma que pide una conexión de tren decente entre Madrid y Badajoz. Ya no un AVE ni una ampliación de horarios: un maldito tren que no tarde 6 horas en hacer 400 kilómetros. Algo que, por otra parte, también les suena en Soria, en Almería o en Granada, que lleva más de mil días sin conexión ferroviaria directa. Entonces, Quequé -salmantino con raíces zamoranas- dijo una frase que causó cierto revuelo, pero que pocos podrán rebatir: "Una cosa importante para amenazar con cortar el AVE es tener AVE. (?) En España parece que nos hemos flipado mucho con el este del país, pero hemos olvidado en el oeste también hay gente. Y no es que no tengan AVE, es que no tienen un puto tren. Y, claro, cuando ya lo tienes todo, puedes jugar a reclamar repúblicas y esas cosas.".

Quizá por eso, porque aquí no hemos tenido nunca nada y cada vez vamos quedando menos gente para protestar, seguimos aguantando estoicamente como buenos castellanos los comentarios de los salvadores que sólo pasan por aquí en vacaciones y no nos conocen, pero se permiten el lujo de decirnos cómo somos, cómo tenemos que pensar y hasta de qué tenemos que discutir en los bares los pobres paletos que no sabemos ni situar Flandes en un mapa.

A mí no me molesta especialmente que Carmen Rigalt hable de Zamora -que es mi hogar y donde están los míos, pero entiendo es un ejemplo o una licencia literaria que se toma para soltar su discurso- porque podría haber hablado de cualquier otro lugar del interior de España sin variar apenas el texto. A mí me enfada y me entristece que sea el soniquete generalizado de aquellos que vienen de zonas donde se ha invertido todo durante años, que tienen la industria que aquí nos falta y que importan trabajadores del resto de España, que aún tienen que aguantar que se les llame despectivamente 'charnegos' después de generaciones. Son los mismos que vienen a tratarnos con condescendencia y a acusarnos de ser el lastre de España mientras se benefician de los que consiguen todo a golpe de chantaje político. No es justo y no lo somos: hablan de millones en subvenciones, pero hablemos de la falta de inversión en nuestras infraestructuras simplemente porque no resultan rentables, porque cada vez somos menos, porque tenemos que emigrar hacia los sitios donde hay trabajo porque allí sí se ha invertido y mucho durante décadas. El ejemplo es fácil: si te da un infarto en Madrid, lo más probable es que sobrevivas porque hay centros de salud y hospitales donde te atenderán rápido. Si te da en un pueblo de Aliste o de Sayago, que Dios te asista. La que vive y la que muere: esas son de verdad las dos Españas. Llevan muchos años separadas, cada vez lo están más y, por lo que se ve, no tiene pinta de que vaya a haber reconciliación si seguimos con los desprecios, con los 'os pagamos el PER para que viváis sin trabajar' y con el resto de falacias injustas.

La soberbia, la superioridad y el clasismo que llevan implícito todas estas acusaciones y artículos como el de Carmen Rigalt contribuyen a crear una imagen del interior español que continúa como en 'Los Santos Inocentes' y que ya no tiene sentido, que no es real y que sólo beneficia a los que creen que hay españoles de dos categorías. No elegimos nacer en Zamora, fue una cuestión de azar y no de orgullo, pero eso no significa de ninguna manera que seamos menos que nadie por ello. Basta de complejos de inferioridad: no tenemos que pedir perdón ni sentir vergüenza por ser de la España que a nadie le importa. Pero, si al final tienen razón y existen las dos clases de españoles, tengo clarísimo cuáles son de los míos, y no me hacen falta ni idiomas ni banderas para reconocerlos y admirarlos: los trabajadores valientes que sacan adelante a su familia en una tierra que muere, los que curan a los ancianos que resisten en su pueblo, los maestros que hacen kilómetros para educar a los pocos niños que quedan por aquí, los pensadores y los artistas que se parten la cara por hacer de esta ciudad algo habitable.

Carmen, pensad lo que queráis de nosotros, pero no te engañes: no somos cromos repetidos, somos los cromos descartados que han querido que seamos. Somos lo que nos han dejado ser, y, aunque algo tengamos que ver en ello, no creo que sea sólo culpa nuestra. Eso sí, por favor, no nos utilicéis a los "pringaos" del campo para seguir hablando del procés y de lo malos que son los nacionalistas, que al final es el objetivo del artículo. Aquí no sabremos de política pero, como vosotros no parecéis hablar de otra cosa, seguid con lo de Cataluña, con Flandes y con las cosas importantes de las que os ocupáis la gente lista. Mientras, nosotros seguiremos calladicos y a nuestras cosas, que bastante tenemos con no morirnos, con no tener que emigrar y con esas minucias que nos preocupan a los paletos de las ciudades apocadas.