Es el corazón, el hígado, los riñones... el alma a la intemperie del Festival Internacional del Cante de las Minas. Treinta años pensando en flamenco, en extender al mundo una expresión artística única, pegada a la tierra, a la tragedia, a la soledad del trabajo más inhumano. Manuel José Navarro Jiménez (La Unión, 1963) lo ha conseguido: «su» festival es patrimonio mundial y se cantan mineras hasta en Nairobi. Manolo está mañana en Zamora, junto a José Francisco Ortega y el cantaor Ricardo Fernández del Moral (Lámpara Minera 2012). Participa en una jornada sobre el festival y la figura señera e histórica de Pencho Cros. Será a partir de las 20.00 horas en La Alhóndiga, organizada por la peña flamenca Amigos del Cante. Un lujo para la afición flamenca de Zamora, la provincia del norte que «más ama este arte», en palabras del entrevistado.

—Zamora es flamenca, ¿qué referencias tiene de la «Andalucía del Norte»?

—Sé que es la provincia del norte de España que más ama este arte. Mairena lo destacó muchas veces. Está la peña y su gran trabajo; sé que la capital rezuma arte románico, que tiene mucha sensibilidad.

—Usted es un enamorado de la figura de Pencho Cros, pero ¿por qué?

—Es un icono de la Unión, del Festival. Saltó a la fama en el 65 cuando ganó la Lámpara, volvería a hacerlo otras dos veces. El cante para él era un ritual, tenía duende, pellizco, era un apasionado. Trabajó de joven como alpargatero... Era único por muchas cosas. Nunca quiso salir de la Unión, como Asensio Sáez, María Gerarda... Estaba impregnado de cante, del bueno, con melisma.

—Un referente del festival, sin duda, pero usted también lo es, 30 años de esfuerzo, ha llevado el edificio hasta el cielo.

—He hecho lo que he podido. El festival de hace tres décadas no se parece en nada al actual. De una gala hemos pasado a seis. Solo había un premio para cante y guitarra. Ahora se valora también el baile y los instrumentos flamencos. Es, sin duda, una referencia. Hay otras muchas: el Nacional de Córdoba, el de Mairena..., muchas, pero no iguales.

—¿Cuándo cambió a lo que es hoy?

—Fue muy importante en los años noventa la remodelación del Mercado de Abastos. Se mejoró la acústica, que era horrorosa. Hoy es una enorme sala cultural. La exigencia a los cantaores es mayor. Se ha llevado a cabo una política de promoción internacional, convenios con el instituto Cervantes. En Japón estamos muy presentes... ¡Hasta en Nairobi se cantan mineras¡

—Hay «Lámparas» con mucho tirón y otras que no tanto.

—Claro, claro... No es lo mismo aprobar con un 5 o un 9, depende de los años.

—¿Y qué se valora?

—Se valora la originalidad, que el artista aporte algo, no se quieren copias.

—¿De los ganadores del Festival, ¿a quién destacaría?

—Hay muchos: Poveda, Mayte Martín, Vicente Amigo, Luis de Córdoba...

—¿Y en el panorama general del flamenco, una vez que han desaparecido las grandes figuras históricas...?

—Nos queda Poveda, que siempre está ahí y todo lo hace bien; Antonio Reyes, Jesús Méndez, Pedro el Granaíno... En baile está Israel Galván, Rocío Molina, con un nuevo lenguaje. En el caso de los cantaores, cuanto más años cumplen mejor cantan. Por eso hay que esperar. Guitarristas tenemos muchos, a Vicente Amigo, Antonio Rey, Manuel Valencia...

—¿Puede haber grandes creadores trabajando en la sombra?

—Hoy hay mucha preparación. Hay cátedras de flamenco. Es verdad que el arte está pasando una crisis de creatividad, pero seguro que la superamos. Hay gente que está volviendo a las raíces, al origen.