Conoce al dedillo a los autores latinos de todas las artes (es experto en el poeta Virgilio), la música como lenguaje universal; docente con una mochila que no le cabe en la espalda, José Francisco Ortega (La Unión, 1962), lo sabe todo, too-do sobre cantes de las minas, el arte de las tarantas. De eso va su último libro, del que hablará mañana en Zamora, y también de otras muchas cosas, de la espiritualidad de la música, de la fuerza del flamenco en el pentagrama, de la tragedia de unas letras que son suspiros descarnados, que huelen a azufre, según descripción del gran Jacinto Almadén. Profesor titular del Área de Música de la Universidad de Murcia, se ha convertido en cirujano del jondo de siempre, ese que poco a poco se evapora sin dejar rastro. Flamencólogo convencido, es consciente de que el conocimiento hay que agarrarlo y traducirlo, para esconderlo y preservarlo.

—¿Dónde está la fuerza de los cantes de las minas?

—En lo que cuentan, en los toques de guitarra por tarantos, en sus giros, que sorprenden. También en los corpus de letras. Son una piedra de toque, de situaciones excepcionales; en el sentimiento, en sus melismas. Cuentan tragedias cotidianas, impresionantes por su fuerza, es un cante descarnado... Fuera nos escuchan con mucho respeto.

—¿Solo se canta en Levante?

—No, no. Ya lo hizo extraordinariamente don Antonio Chacón a principios de siglo XX y ahí está grabado en cilindros de cera. Sus cartageneras son un lujo. Ya hay constancia de que se cantaban en actuaciones a finales del XIX, lo mismo que las murcianas. En la actualidad, hay cantaores como Poveda, nacido en Cataluña, que las interpreta maravillosamente, hay que tener la fuerza suficiente para hacerlo y sentir la tragedia, la fuerza de los sentimientos. No todo el mundo es capaz de lograrlo.

—¿Cómo se consigue hincarle el diente a esta forma de expresión, a veces tan dura, casi siempre trágica?

—La afición tiene que ir calando poco a poco. La investigación es la asignatura pendiente del flamenco. Incluso músicos titulados se sorprenden de la fuerza de estos cantes, pero hay que hacer un esfuerzo para entenderlos. Lo primero es escuchar, sentir las letras, algunas de grandes poetas, otras de versificadores populares, que se peleaban a golpe de poema. Hay letras de El Cojo de Málaga que se clavan muy dentro.

—El flamenco es un arte relativamente reciente del que se ha investigado mucho en los últimos cien años, ¿está ya agotada esta veta?

—No, ni mucho menos. Queda mucho por investigar. El flamenco es poliédrico, es música, es sociología, es folclore, hay muchas historias tapadas, que hay que ir recuperando poco a poco.

—¿La Administración incentiva, de verdad, la flamencología?

—Parece que empieza a recuperarse un poco. Estamos realizando un amplio estudio sobre cantes por malagueñas, que tienen una riqueza infinita que te sorprende. Es muy interesante que las administraciones se tomen este mundo en serio, hay un patrimonio enorme, que tenemos que rescatar y mimar.

—¿Tiene referentes este arte universal y patrimonio de la humanidad?

—Claro que sí. Son las grandes figuras que aportaron su sello personal a lo que ya había. Es imprescindible seguir escuchando a Antonio Chacón, Morente, Camarón...

—¿Tiene preferencia por alguno de los cantaores actuales?

—Poveda es un referente, y precisamente el artista que estará con nosotros en Zamora, Ricardo Fernández del Moral, tiene una gran fuerza, sabe transmitir, con la voz y la guitarra. El flamenco está vivo y lo demuestra.