"En una ciudad de 65.000 habitantes forman parte de las cofradías más de 24.000 personas". Este breve extracto del expediente incoado por la Junta de Castilla y León el pasado nueve de diciembre es uno de los principales argumentos que soportan la inminente declaración de bien de interés cultural (BIC) para la Semana Santa de Zamora. El documento que recoge el inicio de la tramitación -publicado este viernes en el Boletín de Castilla y León- está plagado de referencias al papel que los zamoranos han desempeñado para mantener viva una tradición que arranca al año 1273.

Más allá de la subjetividad, impropia de un texto que recoge valores objetivos, el expediente subraya que "existe una participación activa de más de un cincuenta y tres por ciento de la población". Es lo que el antropólogo leonés José Luis Alonso Ponga define como un "hecho social total", justificado en que "la participación de la sociedad zamorana" es "uno de los elementos más destacados y caracterizadores de este hecho cultural".

La redacción reivindica que la Pasión zamorana supone "una reactivación de las relaciones sociales de la comunidad" que "refuerza la pertenencia del individuo al grupo y a la sociedad zamorana". En efecto, se trata de una realidad fácilmente constatable. No pertenecen a la celebración solo los que viven en la ciudad de manera continuada, sino también los emigrados que no renuncian (e incluso refuerzan) a su amor por la tradición más entrañable de la sociedad, aquella que explica la idiosincrasia y el sentido más profundo de los zamoranos.

Frente al individualismo de otras celebraciones, expone el documento ratificado por Patrimonio, "un cofrade puede pertenecer a más de una hermandad". Tal es así que es infrecuente el vecino de la ciudad que solo forma parte de una cofradía. Así, tanto los hermanos que desfilan durante la Pasión como a espectadores y visitantes son los "depositarios de esta expresión cultural".

La declaración BIC no llega ahora por casualidad a la Pasión de Zamora. Más bien al contrario: como un reconocimiento a un legado que será "transmitido a generaciones futuras". Así ha ocurrido durante décadas y siglos, como atestiguan las imágenes más antiguas que se conservan de desfiles y pasos. La sociedad ha cambiado. La Semana Santa apenas ha experimentado modificación alguna.

De ahí que en las conclusiones, el expediente ponga el foco en "el valor de las vivencias comunitarias transmitidas de padres a hijos, como un patrimonio vivo y en auge revivido constantemente por la comunidad, se conjugan a lo largo de la historia de un marco urbano de alto interés patrimonial, que ha pervivido y evolucionado como escenario de esta expresión cultural hasta nuestros días".

En efecto, el documento también habla del valor de los pasos de Semana Santa; del papel clave del imaginero Ramón Álvarez, de las llamadas "mesas a la zamorana", de los sonidos o de la música autóctonos, además de los momentos singulares de la fiesta. Sin embargo, la tradición fue forjada por las personas con un código no escrito -el amor por los momentos compartidos- conservado de generación en generación.