El poeta zamorano, Premio Castilla y León 2013 de las Letras, Jesús Hilario Tundidor, lanza miradas a los ojos como rayos y mira siempre de forma grave, ocultando que ríe con los ojos. En los últimos tiempos, la salud también le ha hecho «un poco la burla», pero eso no le impide mirar hacia delante, eso sí, sin cuestionarse jamás qué le pide a la vida, pregunta a la que suele responder con un lacerante «¿Qué le pides tú?». A estas alturas de tan amplia trayectoria profesional, cabría pensar que el Premio Castilla y León de las Letras es un reconocimiento más, pero lo valora de un modo especial y no oculta su satisfacción por recibir el aplauso unánime de su tierra. El poeta, que atiende desde su casa en Madrid a Ical, habla con viveza desde su voz rasgada y pide, como siempre, que se le tutee, «porque el respeto es otra cosa».

-A Jesús Hilario Tundidor ya se le llama «nuestro poeta», como una propiedad pública.

-Yo qué sé, no sé ni lo que soy ya.

-¿Por qué siempre insistes en que se te tutee?

-Porque ya sabes como soy para estas cosas y el respeto nace de lo que se hace merecedor uno, no de la falsedad.

-Tu premio coincide con el que se le concede a la científica Rosario Heras. Parece que los zamoranos están pisando con decisión en estos tiempos.

-Hombre, pienso que sí. Zamora es tierra de muchas cosas, entre ellas, artistas, trigo y vino.

-¿Cómo recibiste el premio, además del agobio de los teléfonos fritos a llamadas?

-Con confusión. Estaba trabajando en mi biblioteca, me llamaron y se cortó. Volvieron a llamar para decirme que me habían concedido el premio y me quedé asombrado. No sabía nada de nada. Fue mucha alegría.

-Cuando recibes un nuevo premio ¿te acuerdas del Adonais, que es, probablemente, uno de los sueños de cualquier poeta?

-Entonces sí lo era. Por aquel entonces era un premio clave de la poesía española, no sólo por ser joven sino porque era conocidísimo. Tenía una calidad extraordinaria y ha continuado.

-«Junto a mi silencio» se llamaba aquella obra y tú tenías 27 años.

-Sí. Había empezado a escribirla a los 16 años pero luego quité poemas y publiqué «Río oscuro», un libro que estuvo inexistente mucho tiempo e incluí los poemas que había hecho sobre los dieciocho años que prácticamente fueron al segundo, a «Las hoces y los días». Yo no sabía que mi mujer lo había presentado para el premio con ayuda de Maruja Rodrigo, la mujer de Valentín Pascual, y fue una alegría cuando fueron a comunicármelo a Olmillos de Castro, donde estaba yo ejerciendo de maestro entonces. Me pillaron jugando a las cartas y no me lo quería creer. Si no saca el médico el periódico, no me lo creo. Me dijo «ha salido que le han dado a usted el premio Adonís» (suelta una carcajada).

-Hombre, bien parecido, sí, pero tanto como Adonis?

-Bueno, yo siempre he tenido complejo de feúcho? (Risas).

-¿Por qué has tratado tanto el tema del silencio?

-Porque creo que es donde el hombre se está enfrentando a sí mismo.

-¿Cuál es el hilo con que se podría unir toda tu obra?

-Tengo una cosa muy clara: siempre he intentado clarificar la emoción que me producía la existencia, la vida, la lectura y el conocimiento. Por qué se hace así y apasiona a uno la inteligencia para escribir. La vida está en el poema y lo demás se da por añadido.

-A ti te anclan un poco en el existencialismo pero en tu obra se detecta mucho vitalismo, si se puede llamar así.

-Yo he sido siempre un buen conocedor de la filosofía aunque, a la hora de escribir poesía, no importa mucho, ya que vale más lo que tengas necesidad de decir del mundo y de la vida. El existencialismo mío viene de que existir es vivir con conciencia, estando presente en la vida y participando en ella en todos los órdenes posibles y con gran amor y respeto a todo el mundo, en contra de lo que algunas personas han dicho de mí, que no sé por qué.

-¿Tienes alguna rutina?

-La rutina me parece algo horrible, prefiero no vivir nunca en rutinas.

-¿No escribe a horas determinadas?

-No, no. Es horrible. Puede que algunos novelistas lo hagan pero yo he escrito siempre y cuando tuviera la necesidad de escribir, de contar algo que me estaba exigiendo desde dentro nacer. Como una mujer en estado que necesita parir y tiene que hacerlo. Igual me pasaba a mí.

-Cuando publicaste «Un único día» sonó a despedida pero sigues escribiendo.

-Era una despedida de mi obra anterior porque es la que recojo en esos dos volúmenes, pero no estoy seguro de haberme despedido porque las despedidas son tristes y aquello fue un momento de alegría.

-Ha llamado mucho la atención en esta edición de «Zamora invisible» tu poema manuscrito con la panorámica de la ciudad.

-Yo he sido un enamorado desde siempre del Castillo de Zamora y muchas veces estaba leyendo a la luz de la bombilla junto al gran estanque, he visto infinidad de atardeceres, he amado, he estado con amigos, he ido a los estupendos conciertos de rock y flamenco que se hacían? Desde el otro lado del Duero, desde las Pajarrancas, veía cómo se reflejaba en el Duero nuestra maravillosa cúpula y nuestra torre bizantina que parece que tiene ahí dos huevos, de esos de guerrero medieval, cortejando a la dama mora o a la dama bizantina, que era la delicadeza sutil de la cúpula, que parece que tiene un miriñaque para bombonera el vestido. He intentado plasmar esa visión en el soneto.

-No mucha gente sabe que fuiste un buen portero. ¿Echas de menos el fútbol y el fútbol sala?

-Hombre, qué mas quisiera yo que volver a aquellos años, ahora que ando cojo (risas). Estoy muy orgulloso de haber jugado. Incluso participé en una selección castellana de fútbol en mis años jóvenes. Lo tuve que dejar por una lesión y a los cuarenta y tantos volví al fútbol sala y se me dio muy bien, la verdad.

-¿Qué libro tienes en la mesilla de noche?

-Tengo un vaso de agua.

-Era una forma de preguntarte qué lees?

-Es la verdad. Ahora llevo una temporada que casi no he leído nada porque he estado pendiente de muchas otras cosas aunque, generalmente, solía leer muchísimo. Leía los Libros Sapienciales de la Biblia; a los filósofos del XIX como Nietzsche y, más adelante, la Escuela de Viena, y los clásicos latinos, sobre todo, Heráclito y Platón. Uno de los dos volúmenes de «Un único día» se titula «Borracho en los Propileos».

-¿Cuántas veces rehaces un poema?

-El poema es una cosa muy extraña. Es una vida y, como tal, a veces sale perfectamente elaborada y otras, un trabajo en pequeñas cosas. Algo que te dice que no estás a gusto. Dejas pasar el tiempo, vuelves no a reelaborarlo sino a tocar puntos necesarios. Por ejemplo, yo tardé diez años en «Un único día», en quitarle las pequeñas lagunas. Exige un esfuerzo intelectual grande de atención, de recopilación, de búsqueda emocional hasta dar con lo que te gusta, que no quiere decir que sea lo mejor.