El abismo de los pájaros frente al furor del Apocalipsis
La melancolía y la locura se daban la mano al recibir la que, muy probablemente, era la primera interpretación en la ciudad del singular Cuarteto para el Fin de los Tiempos de Oliver Messiaen
Elisa Rapado
La jornada grande del Pórtico 2014 concluyó a las doce de la noche del pasado sábado con una de las citas más sobrecogedoras que se recuerdan en el Festival. La melancolía y la locura se daban la mano al recibir la que, muy probablemente, era la primera interpretación en la ciudad del singular Cuarteto para el Fin de los Tiempos de Oliver Messiaen. La obra, escrita en el campo de prisioneros alemán de Görlitz en 1940, tiene una relevancia extraordinaria dentro de la evolución de su autor (y ello explica por sí solo su papel para la música europea del siglo XX, al ser Messiaen uno de los creadores de mayor influencia, siendo, además, la más conocida de todas las piezas concebidas y estrenadas en medio del horror de los campos de concentración. La dirección artística del Festival recuperó el enunciado de los títulos que figuran en la partitura, completados con algunos textos con los que el propio autor meditó en voz alta sobre su obra algunos años después. En ellos se aprecia el pensamiento místico y la sinestesia visual del compositor, quien -asociando armonías con colores- se inspira en un fragmento del Apocalipsis para narrar con su música la aparición del ángel justiciero revestido del arco iris, al son de las siete trompetas. En este contexto sobrenatural, el cuarteto actúa con una única voz en muy pocos momentos, pues a cada instrumento o grupo se le asigna un significado propio: Juan Carlos Garvayo daba vida desde el piano a las piernas del ángel -descritas por el Apocalipsis como columnas de fuego y representadas por Messiaen con inmensos bloques de acordes repetidos-, José Miguel Gómez a la eternidad de Cristo, entendida como un largo llanto para violonchelo, Miguel Borrego al Jesús viviente y resucitado que clamaba desde su apasionado violín, mientras José Luis Estellés transformaba su clarinete en el canto de los pájaros, quizá los seres de la naturaleza más queridos por Messiaen. El autor exige al clarinetista en su solo partir de la nada más absoluta y transformarla en un desgarrador grito antes de desvanecerse de nuevo en la voz de las aves: pocas veces un artista logra que ese grito sea tan largo, apasionante y desgarrado como en esta noche de Pórtico. La versión -honesta, conmovedora y cuidadosamente ilustrada por los comentarios de Messiaen leídos por Camilo García- hizo plena justicia a una obra que da sentido a la grandeza del ser humano en medio de las mayores miserias.
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