Finalmente, el esfuerzo de llevar La Crucifixión a Madrid fue muy superior al ya muy elevado que se había previsto. Para Zamora las cosas siempre son un poco más difíciles y los integrantes de la Cofradía de Jesús Nazareno quizá pagaron la novatada de no llevar nombre andaluz o de portar las imágenes de la Pasión sin exuberantes tronos dorados. Al llegar a la Puerta del Sol, los integrantes de La Congregación tuvieron que aguantar un parón de una hora para rendir pleitesía al Cristo de Mena, que los legionarios sacaron del desfile con su habitual parafernalia. Y sin embargo, el tremendo derroche físico «ha merecido la pena».

Lo dice Eduardo Pedrero, como presidente de la cofradía, pero lo secundan todos y cada uno de los participantes en el histórico Vía Crucis de Madrid, el acto más señalado de la Jornada Mundial de la Juventud presidida por Benedicto XVI. Zamora estuvo entre «las 14 mejores obras de la imaginería española». Es un título inexacto por la dificultad de elaborar 14 Estaciones con lo mejor de España, pero sin duda la Pasión zamorana dejó sus señas de identidad. Sonó Thalberg, los cargadores bailaron La Crucifixión con la sencillez de la Semana Santa de Zamora, el Merlú estremeció a más de uno de los peregrinos que presenciaron el desfile y la original representación del imaginero coresano Ramón Álvarez, cuyo caminar dejó estampas que nunca se repetirán, en compañía del célebre Edificio Metrópolis o la Puerta de Alcalá. Y, como no podía ser de otra manera, el itinerario terminó a las cinco de la mañana, la hora del reloj que mejor define a la cofradía.

La ambigüedad con la que se manejó la organización para cumplir el protocolo de seguridad impidió vislumbrar la hora exacta de salida de los pasos. Tras un precioso rezo del Vía Crucis en la plaza de Cibeles, los distintos grupos escultóricos comenzaron a formar la procesión por las calles de la capital. Zamora, décima Estación, no podía imaginar que el momento más deseado se produciría a la una menos diez de la madrugada.

Tras horas de sueño, espera, tensión y alegría por el paso del Santo Padre ante La Crucifixión, los cargadores buscaron los banzos para levantar el paso. Entonces, la banda Nacor Blanco tocó los primeros acordes del maestro Thalberg y un trozo de Zamora comenzó a latir en el paseo de Recoletos. Con nombre propio. Con sobriedad y sencillez. Al estilo zamorano.

Comenzaba un Vía Crucis de cuatro horas «con escenas tremendas», narra Eduardo Pedrero, como «la bajada por la Carrera de San Jerónimo, cuando los cargadores ya no podían más y solo el esfuerzo de la banda Nacor Blanco les ayudó a terminar el recorrido».

Antes de eso, la Puerta del Sol saludó la imaginería zamorana. La Crucifixión esperó la llegada de La Piedad de Gregorio Fernández, obra que acudió en representación de Valladolid, y juntos emprendieron el regreso hacia el Palacio de Telecomunicaciones. «En la parte final, cuando llegábamos a Neptuno, íbamos prácticamente solos y de noche», añade Pedrero, para ejemplificar que «parecíamos parte de una película de Ingmar Bergman».

Ya en el Palacio de Telecomunicaciones, sede del Ayuntamiento de Madrid, los cargadores y el resto de acompañantes «le dimos un enorme aplauso a la banda, porque han sido indispensables», reconoció Pedrero. En un primer balance, tras más de 24 horas de pie en una jornada de emociones, el presidente de Jesús Nazareno reconoce que el esfuerzo, inmenso, «ha merecido la pena, porque Zamora ha estado entre los mejores y no podíamos dejar pasar la ocasión».

El grupo de Ramón Álvarez duerme esta noche en el Palacio de Telecomunicaciones para emprender el regreso mañana, lunes, a eso de las dos de la tarde. Con la entrada de La Crucifixión en el Museo de Semana Santa habrá finalizado una aventura de la que, si no hubiera imágenes como testigo, sería difícil calificar de real.