Postrado en una cama -desde la que mira a la vida desde hace cinco meses- con veinte kilos menos y la sensibilidad a flor de piel, bandea su mala suerte. A ratos echando mano de la ironía, resquicio de la que siempre le acompañó; y a ratos, sin poder ahogar las lágrimas, arropado por su novia día y noche: «No se le puede dejar solo, ahora tiene miedo de todo...». Y apenas se puede mover.

La valentía y el arrojo para enfrentarse a tres ladrones en plena noche le llevó al medio de una carretera: Los delincuentes le arrastraron 50 metros y le pasaron por encima con una furgoneta, Ford Transit blanca, matrícula de Salamanca, y con el remolque que le acaban de robar al lado de su propia casa. Alberto García Toribio, un joven de 36 años, entonces fuerte y corpulento, quedó estampado contra el asfalto, «en mitad de la carretera, sobre la línea continua, sin poder mover las piernas» mientras algunos coches le pasaban a ambos lados. «Creí que me habían partido al medio». A lo lejos, «vi cómo marchaban en dirección Benavente. Ya no pude levantarme».

Pensó que debía salir de allí cuanto antes para evitar que volvieran a atropellarle y «me arrastré hasta la cuneta». Una linterna, la que usó para aproximarse a los tres intrusos, le salvó la vida: La mantuvo encendida para hacer señales de socorro. «El tercer o cuarto coche que pasó se detuvo, era el secretario del Ayuntamiento de Puebla de Sanabria. Me tapó con una manta» y se ocupó de llamar a su familia y al teléfono de emergencias del 112. Eran las 23.30 horas del 23 de noviembre, «yo sólo sentía frío y que no podía moverme de cintura para abajo. Trataba de tranquilizar a mi novia». Seis costillas y la cadera rotas, perforado un pulmón, la uretra y el pene destrozados, y una pierna machacada, «atrofiada por tres sitios». En la parte izquierda de su cuerpo, de cintura para abajo, la rodadura de los neumáticos quedó grabada durante meses, «marcada en las costillas y la cadera, de lo hinchado que estaba no tenía ni cuello», rememora su novia. Fue «terrible», estuvo veinte días en la Unidad de Cuidados Intensivos, sedado porque trataba de irse constantemente. «Tenía unas pesadillas terribles y muchos dolores».

Desde el atropello «no puede dormir en silencio», cuenta su novia, Anastasia Fernández, por quien Alberto, dejó su vida en Aguilar de Campoo (Palencia) en marzo de 2007 para venirse a vivir a Montamarta, donde aprendía el negocio de su suegro, decidido a instalarse en Zamora. «Me estoy volviendo loco... No puedo dormir más de dos horas seguidas porque me vienen pesadillas, vuelvo a recordar el accidente y estoy obsesionado con cuál será mi futuro, tengo dos hijos, una niña de 15 y un niño de 10 años, y tengo que pasarles la pensión». Era camionero desde los quince años, aunque este invierno había trabajado arreglando carreteras y esperaba que volvieran a llamarle en diciembre. «No sé cómo quedaré. De momento, la pierna no puedo moverla bien; me quedan operaciones para reconstruirme la uretra y el pene; y otra de pulmón, estoy en lista de espera en León y Salamanca; y de la cadera en cuatro años».

¿Cómo se podrá ganar la vida?, se pregunta una y otra vez. Su novia trata de animarle, de infundirle el optimismo que él ha ido perdiendo en estos meses. «Le digo que poco a poco, que es como volver a nacer». Se agarran de la mano y comparten la angustia, las lágrimas cuando recuerdan lo ocurrido y palpan la «incertidumbre sobre el futuro. Estás haciéndote un futuro y vienen unos desgraciados y nos destrozan la vida por robar un puñetero remolque».

¡Cómo se arrepiente de haber ido al encuentro de los ladrones! Esa noche estaban en casa, los perros ladraron y Alberto salió con una linterna para ver qué ocurría. Observó que una furgoneta emprendía la marcha con uno de los remolques que tenían para vender. «Me acerqué y les di en el cristal del conductor con la linterna; les dije "¡qué me estáis robando!" y el que iba atrás contestó "tira que nos pillan"». Fue lo último que escuchó antes de encontrarse tirado en la carretera. Cree haber reconocido a dos de los ladrones, que abandonaron el remolque en La Encomienda para evitar que se les localizara. Eran extranjeros por el acento, dice, pero la Policía parece no tener nada, «es difícil que les pillen». Ese es el problema: ¿Quién le pagará la indemnización por las secuelas? Tendrá que pleitear para que el Consorcio de Seguros se haga cargo. E ir recuperando su vida y volver a ser el que fue: «Valiente, activo y trabajador, fuerte, alegre...».

«He llorado en estos cinco meses lo de toda una vida»

Su vida y la de su novia han dado un giro radical y «resulta muy duro» afrontar la nueva realidad a la que se encaran día a día, asegura la joven Anastasia Fernández, vecina de Montamarta. «Tratas de que el otro no se dé cuenta...». Vuelve a llorar. «Si sé que va a pasar esto no le traigo a Zamora», dice pesarosa. Alberto García Toribio, palentino que llevaba un año y medio en Montamarta cuando ocurrió el desgraciado suceso, gira la cabeza hacia la ventana de la habitación del hospital Virgen de la Concha, donde lleva casi tres semanas ingresado. Le acaban de extirpar una hernia, posiblemente una secuela más del accidente sufrido cuando le atropellaron tres ladrones. «Sólo pido que pasen por lo que yo he pasado, que sufran como yo estoy sufriendo. He llorado en estos cinco meses lo de toda una vida». Echa de menos su trabajo, las cenas con los amigos, los paseos con sus perros y su novia. Y su afición: El bricolaje, «tiene su taller»; y la jardinería, «iba a hacer un huerto».