Brillante. Estuvo brillante desde la ¿tímida? naturalidad, alejado de vanidades y otras hogueras. «Con frecuencia, he encontrado con que los lectores leen mejor que los críticos». O, también, esto otro: «la figura del intelectual es un absurdo. No nos engañemos: los intelectuales no existen. Dan risa esos que se autoproclaman así». Tal dijo Camilo José Cela Conde durante la presentación de su novela "Telón de sombras", efectuada ayer en el Club La Opinión-El Correo de Zamora, que tiene la sede de sus actividades en el centro cultural de Caja Duero. Había comenzado con la expresión de su ánimo ante estos casos: «Me da muchísima vergüenza hablar de mis libros». Y, de inmediato, recordó a Enrique García, responsable de la Obra Cultural de la entidad de ahorro, recientemente fallecido. El lector-introductor, Francisco Somoza, arquitecto de obra bien hecha, destacó: es una novela «entretenida, interesante e intensa», que debe leerse «lentamente», porque «el conocimiento es una de las principales fuentes de felicidad».

El profesor de Evolución Humana en la Universidad de las islas Baleares, autor de ensayos y relatos, se planteó -en verdad, se le planteó- qué hubiera dicho su padre, Premio Nobel de Literatura, ante este libro. Y, para esa ¿malévola? hipótesis, encontró una posible explicación: «tengo una referencia de lo que comentó de "Genes, dioses y tiranos"», libro anterior sobre la filosofía de la biología, traducido al inglés. «Se lo dediqué y se lo llevé. Lo abrió, leyó el primer párrafo, me lo devolvió, y me dijo. "Está en alemán". A lo mejor era más benévolo con "Telón de sombras", y me decía que se encontraba escrito en gallego o en catalán». Cierto que, según desvela ahora, Cela «no leía jamás libros de literatura contemporánea». Se quedó, según parece, en Francisco de Quevedo, aquel gran irónico y crítico.

«Yo, como columnista, si hubiera de firmar una autocrítica en el periódico, titularía: "¿por qué no metió un cuarto personaje?"». La novela está contada en primera persona. «Odio la perspectiva del narrador omnisciente». Aparecen tres personajes que se expresan «con su propia voz, y no existe ninguna referencia». Y, ante eso, el lector «debe obtener su conclusión acerca de quién es el que habla por la forma de la narración». Existe un cuarto, «tan importante como los anteriores», que nunca abre la boca. Y es así porque Cela Conde se volvió loco «para dar con tres formas distintas de narrar en el mismo libro, y fui incapaz de dar con aquél».

La ironía tampoco faltó en algún momento de su disertación, ante una pregunta: «En todos los tiempos», explicó, «los profesores universitarios hemos dicho que la Universidad nunca había estado tan mal como ahora. Así que debe ser una verdad muy cierta». Y si se reclama una mayor presencia de los humanismos y de los humanistas, ante la ¿hostilidad? de las ciencias, pues esto: «No hay que mirar hacia atrás, no hay que volver a la hermenéutica, sino que debemos mirar hacia adelante». Siempre. Por aquello de las legendarias estatuas de sal y otras miradas pétreas. O perdidas.

Somoza, en su introducción, fue al grano. Puso la primera piedra, y que autor y público, frente a frente, dialogasen. Es la mejor manera de entenderse. Sin intermediarios, aunque sean expertos oficiales. «El relato describe la coreografía existencial de una Diosa, un ser maravilloso para quien la danza lo es todo», apuntó. El amor, la ciencia, «la luz y la oscuridad», la belleza, «la enfermedad y la salud», la existencia y la parca constituyen «el escenario» donde transcurre la acción. Y, tras referirse al conocimiento como «razón primordial de la felicidad y la existencia», apuntó que el novelista «nos introduce en el pensamiento sobre el arte, la ciencia, la literatura o la música». Cree el lector-presentador, lúcidamente, que «todo lo que sucede entre los tres personajes centrales del relato, y alrededor de ellos, es la expresión de la importancia de la yuxtaposición del talento, la intuición, la inteligencia, el esfuerzo y la sorpresa», algo que permite «la transformación del caos en orden, de la oscuridad en luz». Y, en todo momento, «desde la incomprensión de los misterios, desde la redundante imposibilidad de describir lo inefable». Como es, a veces, la vida.