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Doris, inmigrante en Zamora: "Me dijeron que solo podría trabajar de cuidadora, pero luché y logré retomar mi profesión"

"Vinimos de El Salvador huyendo de las maras, de la violencia y de la inseguridad; aquí encontramos oportunidades y cariño"

Doris Alejona Barrientos con una compañera en su puesto de trabajo.

Doris Alejona Barrientos con una compañera en su puesto de trabajo. / Jose Luis Fernández

La "violencia en las calles", la inseguridad extrema a causa de las maras, de las pandillas fueron cercenando el futuro para Doris Alejona Barrientos y su familia en Santa Tecla, de su país, El Salvador. "Era mucho el miedo que pasábamos, en la calle", dice. Un miedo que tardó en sacudir cuando llegó a España.

Su hijo de 18 años, Alejandro, y su hija de dos años, María, se merecían otra vida, oportunidades, crecer en paz. Esta mujer con determinación no dudó en seguir a su marido hacia ese nuevo destino. España esperaba a la joven pareja. Madrid fue la puerta que abrió Erick Salazar en 2019, la avanzadilla de Doris y sus hijos. "Entramos todos como turistas y a los tres meses éramos migrantes irregulares", una losa que pesó hasta salir adelante, hasta dejar atrás el albergue para refugiados del Estado en Madrid, en el que la familia se alojó "junto a muchas otras también migrantes, estábamos siempre en una habitación", apunta esta luchadora.

"Me dijeron que al ser migrante sería cuidadora, pero luché por mi vocación"

"Me dijeron que al ser migrante sería cuidadora, pero luché por mi vocación" / Susana Arizaga

Cruz Roja fue la ONG que asignaron a estos salvadoreños y la que tramitó su siguiente ciudad de estancia. Zamorano fue un destino elegido, pero "tenían plaza aquí, un piso compartido con otra familia de migrantes", todo un lujo viniendo de aquel lugar inóspito de la capital madrileña que se asemejaba más a un hotel que a un hogar.

Doris tardó poco en sentirse como en su casa. "Zamora nos ha dado muchas oportunidades, te llegan y, si no las aprovechas, se te van. Hay diferentes tipos para cada persona, cada uno ve cómo las aprovecha", ahonda.

Su gratitud por la acogida inesperada que la histórica ciudad del Duero le dio a ella y a los suyos está muy presente. "La gente es cálida, te arropa, no te trata mal. Estamos felices", sonríe con esa satisfacción de sentirse querida y segura. "Al principio teníamos miedo a salir por la calle", apunta. La sombra de las Maras aún era potentísima.

Erick volvió a ser avanzadilla para recalar en la ciudad del románico, donde trabajó en la limpieza en el cátering De Luz. Y antes, en la construcción y como dependiente: "no le ha faltado trabajo". Doris se quedó con Alejandro y María bajo el amparo de Cruz Roja a la espera de tener un piso disponible para toda la familia en Zamora, que no tardó en llegar. Enseguida, le informaron de los cursos de inserción laboral que la ONG impartía en la capital zamorana y que podían llevarle a encontrar trabajo.

Pero el destino la condujo hacia otros derroteros diferentes a los que le colocaban delante. "Me dijeron, "¡ólvidate, tú aquí no vas a trabajar de auxiliar administrativo!, solo podrás cuidar a personas mayores", pero seguí", recuerda. Ese mensaje negativo no logró socavar su voluntad. "A mí me gusta esa profesión y lo voy a intentar", replicó.

Esla se acababa de cruzar en su vida. "Empecé un curso y aprendí con ayuda de mis compañeras y de mis compañeros, les doy gracias por su paciencia", comenta. Si algo traía en su "mochila" personal era el aprendizaje de que nada es fácil ni difícil, la voluntad y las ganas lo pueden casi todo. "Puse mi esfuerzo, poco a poco adquirí esos conocimientos diferentes a los que había adquirido en mi país, no es la misma terminología, ni el mismo funcionamiento, los mismos programas" para desarrollar esas funciones. Pero, una vez más, su tenacidad pudo con los obstáculos, "también es cuestión de que te lo ganes".

Las dificultades le jugaron malas pasadas varias veces. "Dudé de poder conseguir este trabajo, había días en los que sentía que quizás no daba la talla", rememora. No dio tregua al desaliento. Se vuelve a mirar hacia sus compañeras con esa sonrisa de eterna gratitud: "sin ellas no lo habría logrado". Doris trabaja en la oficina de Esla, aunque no fue llegar y vencer, "tardé en conseguirlo, estuve tres meses con un contrato de inserción y después me fueron renovando".

El permiso de residencia le llegó de la mano los seis primeros meses de vida laboral. Cumplidos dos años con autorización para continuar trabajando en España, Doris se fue a por la nacionalidad que obtuvo en cinco meses.

De todo este periplo desde que abandonó Santa Tecla ha pasado ya un lustro. Esta salvadoreña que se siente una zamorana más: "diría que es mi pueblo". Supo echar el lazo a cada puerta que se le abría, lo mismo que hizo su marido y que ha hecho su hijo mayor que "trabaja de camarero" en un restaurante de la capital.

La rutina diaria encaja a la perfección, un puzzle en el que cada uno tiene su cometido. "El trabajo nos lo permite, yo dejo a mi niña en el colegio y me vengo a la oficina. Mi marido y yo nos organizamos, él se queda por tarde en casa, trabaja de mañana", explica.

Doris sigue buscando la superación, disponer de un piso propio, empeñada en dar a su hijo y a su hija "todo lo que yo no tuve y que lo puedan tener con la libertad de estar en un país donde se sientan seguros". Entre sus deseos más potentes: "Traer a mi madre conmigo".

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