La Opinión de Zamora

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Agustín

Chicho Sánchez Ferlosio, Agustín García Calvo y Amancio Prada. Cedida

“Ni el tiempo sabe

que los hombres lo cuentan”.

(Agustín García Calvo)

Agustín García Calvo ha sido uno de los raros hombres libres que he tenido la suerte de conocer. Un pensador infatigable que no dejó nunca de luchar contra cualquier forma de engaño y dominación. Cabezas como la suya muy pocas cada mucho tiempo. Más rara aún su conducta: indiferente a todo honor y toda gloria, vivió siempre de espaldas a todas esas vanidades que a los demás nos pierden. Aquel día de noviembre, hace diez años, cuando era enterrado en Zamora, mientras cantábamos “El mundo que yo no viva”, pensaba en cuánto saber se iba con aquella cabeza, cuánto pensamiento que rumiar, cuántos versos que cantar. Lo seguiremos leyendo y cantando para sentirnos vivos y para que él no muera del todo. Como decía su admirado Antonio Machado, que se sabía de memoria, “lleva quien deja y vive el que ha vivido”.

Al mirar esta foto con Chicho y Agustín, que nos hizo Pablo Sorozábal en Zamora hace más de cuarenta años, siento una extraña sensación de abrigo y orfandad al mismo tiempo.

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Y ahora, al mirar esta foto con Chicho y Agustín, que nos hizo Pablo Sorozábal en Zamora hace más de cuarenta años, siento una extraña sensación de abrigo y orfandad al mismo tiempo. Estamos en el escenario del Colegio Universitario, un rato antes de comenzar el primer recital que íbamos a dar juntos los tres. Después daríamos unos cuantos más. Especialmente celebrados fueron los de aquellas dos noches en el Teatro Español en noviembre de 1982. Chicho había sido el primero en cantar poemas de Agustín, de forma admirable y con aquella gracia suya. Algunas de sus canciones, como “El mundo que yo no viva” o “Tú, cuya mano”, de tanto cantarlas no sé si son mías o de Chicho. Pero no, no: ni de Dios ni de nadie. Ni de Agustín siquiera.

En la primavera del 2006 volví a cantar en el Teatro Principal de Zamora, con motivo de su IV Centenario como Corral de Comedias. La segunda parte de aquel recital estaba dedicada a sus “Canciones y Soliloquios”. Y entonces, Agustín tuvo a bien recitarnos un poema y entonar otro, pero no en el escenario sino de pie en el patio de butacas, “desde abajo, de viva voz y... de cuerpo presente”, dijo él. Y es que Agustín, además de escribir y recitar magistralmente, también inventaba melodías, melopeasprefería llamarlas él, para sus farsas y tragicomedias... ¡Y las cantaba! Cuánta competencia hay, le decía yo... Y él se sonreía.

Ya ves, Agustín, que seguimos contando el tiempo. Y cantando tus canciones y soliloquios para evocar tu presencia, y la de Chicho y el príncipe Galín e Isabelita

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¡Han pasado ya diez años! Ya ves, Agustín, que seguimos contando el tiempo. Y cantando tus canciones y soliloquios para evocar tu presencia, y la de Chicho y el príncipe Galín e Isabelita... “junto al fuego en las noches frías”. Qué suerte haberos conocido. Gracias por tanta vida.

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