La Opinión de Zamora

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Pablo Hernández, en busca de la gloria torera

El joven zamorano de 17 lucha por recuperar un puesto en la Escuela Taurina de Salamanca y convertirse en matador de toros

Pablo Hernández, en la finca de su familia en Moraleja del Vino. | José Luis Fernández

Pablo tiene 17 años. Vive en Moraleja del Vino. Está a punto de comenzar a cursar segundo de Bachillerato en La Milagrosa. Le gusta el fútbol, tiene su pandilla de amigos y sueña con estudiar Veterinaria, “si me dan las notas”. A primera vista, Pablo Hernández no es diferente de cualquier chaval de los miles que andan por Zamora. Lo que hace diferente a Pablo es que persigue un sueño. Quiere ser artista. Quiere ser torero.

El moralejano ya ha formado parte de la Escuela Taurina de Salamanca, donde cursó un año. Sin embargo, como en tantos otros proyectos vitales, el COVID se cruzó en los planes de futuro del joven zamorano. “En el segundo año casi no pude asistir porque no se podía hacer desplazamientos entre provincias”, recuerda. Perdió la plaza y ahora lucha por recuperarla. Cuando se abran las inscripciones, el zamorano volverá a probar suerte. “Es mi sueño, tengo que hacerlo”, asegura.

En estos tiempos, capitaneados por el fútbol y siempre pegados a las redes sociales, llama poderosamente la atención que un chaval sueñe con dedicarse al toreo, un oficio comprometido, sacrificado, tan de verdad. “Es lo que quiero desde que soy pequeño”, asegura. ¿Y qué opina la familia? “No les queda otra. Al principio me insistían en que no, pero han visto que es lo que me gustaría ser”.

Si un hombre que sueña con ser torero siempre ha sido una “rara avis”, más lo es en unos tiempos en los que el animalismo tiene tanta fuerza. Máxime en los núcleos de personas jóvenes. “Mis amigos me apoyan, me dan ánimos. Alguno me dice que es muy difícil, que solo triunfan cuatro. ¿Y por qué no voy a ser yo uno de esos cuatro?” Otra cosa es cuando hay que presentarse ante otro tipo de personas. “Sí veo que mucha gente, cuando les cuento lo que hago, lo que quiero ser, muestra rechazo. No me importa. Yo no estoy de acuerdo con su modo de ver la vida y nadie tiene que estar de acuerdo con el mío. Pero cuando alguien es abierto de mente, cuando quiere escuchar, muchas veces acaban por entenderme”, reflexiona.

El joven, en la ganadería de su familia. | Jose Luis Fernández

De momento, Pablo aún no ha toreado de cara al público, aunque sí en capeas y en tentaderos, muchos de ellos en la provincia charra. “En las capeas siempre me tiro, para que me vean. Aunque las vacas sean malas, que muchas son malas, hay que tirarse. No he podido torear tanto como he querido, pero sigo en ello”. El zamorano espera que este año, si consigue entrar en la Escuela Taurina de Salamanca, pueda dar un paso adelante en su proyecto de ser torero. “Torear algún novillo”. Palabras mayores. ¿Cuando llega a ese punto? “Para eso se va a la escuela. Los responsables son los que te valoran, los que ven si estás listo o no estás listo y los que te dan la oportunidad”.

La Escuela Taurina, asegura Pablo, es “como una gran familia”. El ambiente “es muy bueno”, hay “mucho compañerismo”. Y los profesores son muy estrictos, asegura. Poco que ver tiene el entrenamiento de un torero con el entrenamiento de un futbolista. “Aquí tenemos una disciplina enorme. Cuando está hablando un profesor todos escuchamos. Si te ven que no estás escuchando, o que estás hablando, o que estás distraído... Te pueden poner a dar vueltas un circuito en cunchillas”, sonríe.

“Es que para ser torero”, puntualiza, “hay que ser muy disciplinado”. Renunciar a cosas a los que pocos jóvenes están dispuestos a renunciar. Apostar por un vida en la que el tiempo libre no se dedica al ocio, se dedica a las obligaciones. Es el precio de un sueño. “-¿Y estás dispuesto? -Sin duda ninguna”.

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