La Opinión de Zamora

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Breve, o no tanto, semblanza de Clara Miranda Molina (1933-2022)

La mujer valiente y libre que nunca fue sombra de Claudio Rodríguez

Claudio Rodríguez y su esposa, Clara Miranda en Cambridge. Seminario Claudio Rodríguez

Clara nació en Madrid, hija de José y Julia, también nacidos en Madrid. Su padre (Pepe, Pepín), de origen asturiano (Oviedo), de familia ilustrada, con ideas liberales y progresistas estudió en la Institución Libre de Enseñanza. Su madre era de familia oriunda de Riópar (Albacete) desde donde el abuelo de Clara emigró a Madrid para ejercer labores financieras y de administración en una empresa eléctrica.

Familia de la pareja coloca flores en la tumba que comparten ambos desde junio. | Jose Luis Fernández

Clara fue la mayor de siete hermanos y tuvo una infancia feliz, a pesar de discurrir en tiempos tan turbulentos como la frustrada República, la guerra civil y la postguerra. Ello fue posible por el fuerte sentimiento familiar de sus padres que evitaron en lo posible que el ambiente tan duro afectara a sus hijos. Los veranos interminables de toda la familia en Zarauz, la convivencia con sus abuelos y su tía Juani, hermana de su madre, lo hicieron posible. En los últimos meses de su vida Clara lo recordaba continuamente.

Clara estudió el bachillerato en el colegio de las teresianas de Goya, en Madrid, hoy desaparecido y, bajo el influjo de su padre, se matriculó en la Facultad de Filosofía y Letras donde se graduó en la rama de Historia de América. En el viaje para celebración del paso del ecuador de la carrera, a Granada, conoció a Claudio Rodríguez, estudiante de la rama de Románicas, y allí comenzó una relación que no terminó nunca, incluso tras el fallecimiento de Claudio. En esos años de universidad Clara entró de la mano de Claudio en los círculos literarios e intelectuales, donde conoció a grandes personalidades, ya consagradas o que lo serían con el tiempo, y que siempre la acogieron con enorme cariño y respeto, siempre correspondidos.

Clara y Claudio se casaron en julio de 1959, tras un primer año de estancia de Claudio en Nottingham como lector de español en su universidad. El curso siguiente lo pasaron allí y los tres siguientes, hasta 1963, con la misma función, en la Universidad de Cambridge. Clara decía a menudo que esos fueron los mejores años de su vida. En verano volvían a España y se producía el reencuentro con su familia en Zarauz, lugar que sedujo a Claudio y a donde acudieron todos los años hasta su fallecimiento.

De vuelta a España se instalaron en Madrid, reanudaron sus contactos con el ambiente literario y Clara comenzó a trabajar como bibliotecaria en el Instituto Internacional hasta su jubilación. Claudio continuó escribiendo, con sus clases, conferencias, cursos, siempre con el apoyo fiel y constante de Clara.

Con frecuencia viajaban a Zamora y disfrutaban con los amigos de toda la vida de Claudio que incorporaron a Clara a su grupo como una más. Ya siempre fueron en Zamora los Cla-Cla

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Con frecuencia viajaban a Zamora y disfrutaban con los amigos de toda la vida de Claudio que incorporaron a Clara a su grupo como una más. Ya siempre fueron en Zamora los Cla-Cla.

Discurrieron los años, fueron lenta pero implacablemente publicándose los libros de Claudio, fueron cayendo los premios que confirmaban aquel temprano premio Adonais en 1953: Nacional de Literatura, Nacional de la Crítica, Príncipe de Asturias de las Letras, de Castilla y León, Reina Sofía, etc. Clara disfrutaba y sentía un legítimo orgullo por todo ello. Sin embargo, desgraciadamente, a una edad todavía temprana, una enfermedad de muy mal pronóstico, acabó con la vida de Claudio en julio de 1999. Durante su penosa enfermedad Clara estuvo siempre a su lado, hasta el final.

A partir de entonces Clara se acercó aún más a su familia, sus hermanos, ya que no tuvo hijos; los sobrinos y nietos de sus hermanos fueron para ella un estímulo y fuerte motivación que la ayudaron a superar el golpe ocasionado por la pérdida de Claudio. Clara adoraba a los niños y era su gran diversión, tanto que a veces los excitaba demasiado. Pero eso era parte del carácter de Clara: tímida, generosa, impulsiva, variable, pero siempre positiva, optimista, bondadosa y, llegado el caso, pidiendo perdón cuando sentía que a alguien había ofendido.

Sin Claudio, Clara mantuvo su independencia, vivió sola, pero le encantaba estar con los jóvenes, estar al día de todo, lectora empedernida, pendiente de la actualidad y con el deseo permanente de vivir mucho para conocer cómo cambiaría el mundo

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En esta etapa de su vida, sin Claudio, Clara mantuvo su independencia, vivió sola, pero le encantaba estar con los jóvenes, estar al día de todo, lectora empedernida de libros y periódicos, pendiente de la actualidad, de la política, y con el deseo permanente de vivir mucho para conocer cómo cambiaría el mundo. Su tiempo era el presente, no se consideraba de otra época, estaba encantada de recibir en su casa a escritores y profesores de las nuevas generaciones que acudían a ella a consultar e indagar sobre Claudio y su obra, orgullosa de sí misma por llegar al convencimiento de que había conseguido ser una mujer libre y autónoma, había superado esa sensación de estar permanentemente a la sombra de su marido y conseguido actuar por sí misma, pendiente de su familia y amigos, manteniendo el contacto con los círculos literarios, con los amigos de Zamora. Era popular entre sus vecinos de su casa y del barrio, donde se paraba en la calle, a cada paso, hablando con todos.

Había conseguido ser una mujer libre y autónoma, había superado esa sensación de estar permanentemente a la sombra de su marido y conseguido actuar por sí misma, pendiente de su familia y amigos

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Su gran objetivo y su preocupación en los últimos años fue la gestión y preservación del patrimonio literario de Claudio. Acogió con entusiasmo la constitución del Seminario Permanente Claudio Rodríguez en Zamora y a ello dedicó sus esfuerzos, viajando en numerosas ocasiones a seminarios y conferencias y reencontrándose con los amigos zamoranos. Su deseo fue que el Seminario se hiciera cargo de la gestión de los derechos de autor de Claudio porque nada mejor que una institución que lleva su nombre, radicada en Zamora, su ciudad natal, gestionada por expertos literarios y amigos que tanto le quieren y recuerdan, para preservar y difundir su obra.

Inesperadamente, una inoportuna caída de Clara en su casa causó la rotura de su cadera, De la operación, tristemente, no pudo recuperarse y falleció el pasado 5 de marzo. Desde el 18 de junio, cumpliendo sus deseos, sus cenizas acompañan a Claudio, ya inmortal, y quedarán siempre juntos por toda la eternidad.

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