El camino sigue. Los años de vacío pronto serán una gota anecdótica más en medio del océano de tradición que arrastra la romería de La Hiniesta, una cita que atrae a personas de todas las edades, como muestra palpable de su propia consistencia. La brújula para continuar por el sendero abierto hace más de 700 años pasa de padres a hijos y eso hace que perviva la emoción, ya sea por una cuestión meramente religiosa o por razones de índole más identitaria.
Este lunes de pentecostés, por la calzada que conduce a La Hiniesta, los abuelos se mezclaron con los niños y con unas generaciones intermedias que ya tienen la capacidad para ejercer de transmisoras del espíritu de la romería. Entre ellas, proliferaron los comentarios sobre lo que ha cambiado desde 2019, aunque en realidad es poca cosa. La tormenta de la pandemia ha dejado algún charco, pero nada que vaya a perdurar.
De hecho, la romería de 2022 se pareció bastante a las de los años 10 del siglo XXI, con el matiz de alguna mascarilla suelta. Pocas, a decir verdad. Los zamoranos también se van desprendiendo poco a poco de esa protección cuya ausencia, en un tiempo más bien cercano, hacía sentir a la gente una desnudez bastante incómoda.
Los romeros no echaron de menos el cubrebocas, pero alguno se lamentó bien pronto de haber salido sin paraguas. Pasadas las diez de la mañana, el cielo cubierto y la presencia de algunas gotas amenazaron con romper el pronóstico que hablaba de un día de tiempo agradable. Por suerte, el agobio se evaporó enseguida.
El sol se fue imponiendo a medida que avanzaba el día para ofrecer un marco idóneo a un momento anhelado. Pasarán los años, pasarán las generaciones y ahí seguirá la romería de La Hiniesta.