Su abuelo perteneció al Cuerpo de Carabineros con destino en Riomanzanas para el control de la frontera con Portugal, en la aduana de Alcañices. Allí nació su padre, un niño a quien la fatalidad dejó huérfano a los 9 años, edad suficiente para poder entrar en el Colegio de Huérfanos de Carabineros de El Escorial, había que aliviar la economía familiar, muy mermada por la ausencia del progenitor.

Su habilidad para las matemáticas, su inteligencia, le lanzaron a la Academia Militar de la mano de un coronel que insistió en que el zamorano debía estudiar allí. “¡Mi padre que venía del campo, escogió Caballería, ni se le ocurrió otra alternativa!”, exclama Anselmo Santos López, que repetiría la historia, “yo quería ser jesuita”, suelta con una media sonrisa que le lleva atrás en el tiempo.

A esos orígenes zamoranos de la saga Santos volvería Anselmo el 27 de diciembre de 2018, a punto de cumplir los 89 años, con la intención de asentarse en una ciudad que le cautivó de inmediato. El vínculo se estableció a partir de 2009, tras organizar un viaje con parte de su familia zamorana, arraigada en Benavente, para que conociera Rusia, donde vivió 28 años tras llegar en 1991 a Moscú para estudiar en profundidad la figura de Iósif Stalin, “el zar rojo”, cuando abrieron todos los archivos y “podía recoger toda la información”. Uno de los mandos de Anselmo, el coronel Moyano, le había inoculado la curiosidad por quien definió como “un hijo de perra, pero un genio”. Esa sentencia le empujó a bucear a fondo en la vida personal y militar del dictador soviético, una tarea que ya dura “70 años”, puntualiza.

Desde aquel apartamento de Moscú, invitaba a amigos y familia para mostrarles Rusia, “porque me pareció una maravilla”. Entre sus primos llegó “Carmina Infiesta, casada con el hermano de un quesero muy conocido de Santa Cristina de la Polvorosa. Me hablaron de otro de Bamba del Vino, del que me terminé haciendo muy amigo”. Desde 2009, Anselmo inició sucesivos viajes a Zamora para disfrutar de la capital y la provincia, y descubrírsela a sus amigos madrileños, entre ellos un matrimonio con el que ya viajaba todos los años a la ciudad que ha terminado por convertirse en su casa. Esa pareja fue la culpable, en parte, de que el nieto del carabinero volviera a echar raíces en su tierra de origen. “Un día me llamaron para venir a Zamora, yo acababa de regresar aquí desde Madrid, pero no pude negarme. Cuando llegamos, me habían buscado varios pisos para que pudiera elegir uno”.

El románico es una locura, pero me gusta también cómo está estructurada la capital, caminar de la Catedral a la estación de Renfe

Y desde entonces vive en la plaza del Fresco, con vistas a la iglesia de San Vicente, aunque “tengo poco tiempo de mirar por la ventana”, embebido en su profuso trabajo intelectual, disciplinado, “me levanto a las siete de la mañana, desayuno tranquilamente”, y a las nueve ya está delante de sus papeles hasta el mediodía. La dedicación a las letras le vuelve a ocupar de las cuatro de la tarde hasta las ocho. Y, después de cenar, desde las nueve hasta las once y media de la noche.

Conserva la casa de Madrid, la que compró en 1970, tras regresar de Barcelona, donde vivió parte de su carrera como militar, allí nacieron sus tres hijos. Visita la que fue su residencia familiar para encontrarse con sus múltiples amigos. Pero “yo quería escapar de Madrid, esa es una de las razones por las que me viene a Zamora, buscando la paz. Zamora es un refugio, no la cambio por nada”. Llegó huyendo de una vida laboral que le colmó de conocidos, tras su larga inmersión como comercial, abandonado ya el Ejército de Tierra, en el que permaneció solo once años activo.

“En Madrid, tengo demasiadas relaciones, soy una persona muy abierta y salía a comer todos los días laborables, regresaba a casa a las cinco de la tarde, cansado y me iba a la siesta. Ahí se terminaba el día para mí”. Zamora fue su vía de escape a “esa vida desesperante, sabía que tenía que marcharme, quería tranquilidad”.

Deja a un lado su móvil y el maletín en el que guarda un ejemplar de la segunda edición de su segundo libro “Stalin el Grande”, lanzado con una editorial de Barcelona dedicada a biografías. “Es un personaje que le interesa mucho a la gente”. El libro -publicado después de “En Rusia todo es posible” (2003)- es el resultado de ocho años de intenso trabajo, “lo más dolorosos ha sido tener que cribar, tengo muchos datos sobre él, para escribir mucho más”.

Ahora estoy escribiendo sobre las purgas de Stalin, que se llevó por delante a miles de personas

Y en esas anda, ahora con una biografía de Beria, “el asesino número uno de Stalin, el jefe de la NKVD, la policía política del régimen, quien organizó el asesinato de León Troski y de los nacionalistas ucranianos y de Georgia”. Y colaborando en el libro conmemorativo del centenario del nacimiento de Vasco Gonçalves (Lisboa, 1921), una figura esencial en la revolución de los claveles de Portugal. “Le conocí el 18 de agosto 1975, cuando dio su último mitin. Nos hicimos amigos, él venía a mi casa de Madrid y yo a la suya de Lisboa”. A Anselmo Santos López, al nieto del carabinero de Riomanzanas, le han asignado cerrar la publicación, “mantengo una relación muy estrecha con sus hijos”, tras la muerte del militar luso en 2011, comenta sin dar ninguna importancia al hecho. Y vuelve sobre su personaje histórico preferido, “ahora estoy escribiendo sobre las purgas de Stalin, porque se llevó por delante a miles de personas”. Basado en la ingente documentación que atesora desde que se sumergiera en los archivos que fue consultando en Moscú sobre el régimen soviético.

Anselmo Santos en un momento de la conversación Emilio Fraile

“¿Pero de qué quieres que hablemos?”. Y Aselmo va dejando pinceladas de una inquietud intelectual que le ha colado en los círculos de la literatura de Madrid, en revistas especializadas; en el periódico El País como columnista y en las páginas de su cultural Babelia; en periódicos digitales de tirada nacional y como protagonista de alguna columna de LA OPINIÓN-EL CORREO DE ZAMORA, de Pedro de Silva con motivo de la publicación de “Stalin el Grande”, “es que somos amigos", explica. Y recuerda su asistencia al club del periódico “hace años, ya no sé decirte la fecha”.

No le ha sido nada difícil hacerse amigos en Zamora en los tres años que lleva en la capital. Entre sus mejores armas, su locuacidad, su gran dominio del lenguaje, ese trato educado, la serenidad de quien habla desde el dominio de la materia, esa clarividencia, cualidades que conserva intactas a los 91 años. Y ese buen sentido del humor, esa ironía fina que confirma su pertenencia a “la Asociación “Apelanos” para la libre elección de nuestro obituario” (se echa a reír), creada en Madrid junto a buenos amigos como el editor, crítico y comentarista cultural Manuel Rodríguez Rivero -colaborador del suplemento Babelia-, al musicólogo Luis Suñén de Radio Clásica; o a Antonio María Ávila, director ejecutivo de la Federación de Gremios de Editores de España. En su agenda, este inquilino de la plaza del Fresco ya tiene reservados unos días para convertirse en cicerone en Zamora de estos dos últimos amigos. Como ya ejerciera de embajador de Zamora en Madrid y en Moscú, ciudades donde residió durante 28 años a meses alternos. Y allí a donde va, desde mucho antes de que decidiera instalarse definitivamente en esta capital entrañable para él.

“Además del románico, que es una locura, me gusta cómo está concebida la ciudad”. Cada día, al mediodía, da su paseo diario bien en dirección a la estación del ferrocarril, bien hacia la catedral. Su rincón favorito: “los bancos próximos al antiguo laboratorio del Ayuntamiento, frente al Consejo Consultivo, me gusta mirar ese edificio. Los jardines del Castillo y La Marina”.

Quería escapar de la gran ciudad, venía buscando la paz, yo sabía que tenía que irme de Madrid

Sobre la gastronomía, comenta que “soy castellano: un buen plato de cuchara, un cocido, y el vino de Toro, una copita a diario”, explica el nieto de aquel carabinero, que con 18 años ingresó en la Academia General del Ejército de Tierra de Zaragoza. Dos años después pasó a la de Artillería de Segovia para alcanzar el rango de teniente en 1952, con un sueldo escaso, “1.100 pesetas al mes, entonces mi madre cobraba de pensión 333,33 pesetas al mes” como viuda, recuerda. Por eso no fue jesuita, “no podía hacerle eso a mi madre, con tres hijos más”. Tras quedar huérfano a los 15 años, y como hijo de un militar optó por entrar en el Colegio de Huérfanos del Ejército. Esa alternativa le permitiría no ser una carga para la familia y disponer de ingresos muy pronto, “se cobraba un sueldo a los dos años, y en la academia estaba con pensión completa”.

El nuevo vecino de Zamora llegó joven a capitán de Artillería, el mayor oficial de rango medio, pero la necesidad de engordar los ingresos le empujó “a ir buscando un trabajo complementario”. Y la vida civil tiraba lo suyo, “quería irme a ese mundo y, como me gustaba leer y escribir, entré en una pequeña editorial para hacer las reseñas de los escritores y la sinopsis de los libros en las solapas”. Así comenzó el pluriempleo, “algo normal entonces entre los militares, teníamos un sueldo bajo”. Por la mañana, artillero; por la tarde civil, “intentaba buscar trabajos hasta que mi ascenso a capitán me permitiera dejar el Ejército”. Esa aspiración no tardaría en llegar, en 1960 pudo pedir la excedencia, en cuanto logró los galones de capitán.

Anselmo Santos habla de su libro Emilio Fraile

Pero antes, llegó su traslado a Barcelona, capital que le proporcionó la posibilidad de comenzar a trabajar como comercial de un laboratorio, “un visitador médico, como se dice”. Sobre su motocicleta recorrió de punta a punta la ciudad condal, donde ya vivía con su esposa y sus tres hijos, “terminaba a las dos de la tarde como militar, comía, y hasta las ocho de la tarde con la Lambretta”.

Esa profesión fue escuela para desarrollar esa habilidad para meterse a la gente en el bolsillo, y que le permitió ganarse una remuneración ya fuera del Ejército “durante 35 años en el mundo de la cosmética”. A buen seguro, tuvieron mucho que ver sus dotes de gran conversador y ese don que le permite fraguar relaciones sociales con facilidad. Un personaje seductor, de conversación ágil, inteligente, culta e interesante, plagada de anécdotas curiosas y vivencias atrayentes es la que ha encandilado a sus vecinos, “que me cuidan muy bien”, y los amigos que ya ha conquistado en Zamora, con los que come cada jueves el cocido de la tierra, o aquellos otros con los que se toma un café.

Quería irme del mundo militar y, como me gustaba leer y escribir, entré en una editorial a escribir en las solapas de las sipnosis

De aquella etapa marcial, Anselmo se llevó su empeño por profundizar en una de las figuras clave en la historia de Rusia, Stalin, impulsado por su coronel Moyano, “un aristócrata muy culto” bajo cuyo mando estuvo como hombre de confianza. Por aquella frase que le describió a un gran estratega militar ruso, la curiosidad le llevó a investigar todas las vertientes del revolucionario y dictador soviético, secretario general del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética entre 1922 y 1952. Atraído por “la fascinante personalidad del “zar rojo”, confieso que es mi obsesión”, el escritor terminó por reflejar en 700 páginas la vida personal, política y militar, la faceta como gobernante de quien fue presidente del Consejo de Ministros de la Unión Soviética entre 1941 y 1953. Una cruenta historia que le ha llevado a vender 3.500 ejemplares en los que reconstruye la controvertida figura del soviético desde la documentación recopilando en Moscú.

“Tuve la suerte de ir a Rusia el mismo día en que cayó el muro de Berlín”, a donde le llevó un seminario de Ciencias Políticas, la carrera que estudió pasados ya los 40 años, y “en 1991 se abren los archivos, ya en ese año cojo un apartamento en Moscú, el mismo que uso hasta 2018 para poder investigar sobre el zar rojo”. El politólogo ya llevaba desde 1960 en excedencia del Ejército y años inmerso plenamente en la sociedad civil, y buscando documentación sobre “el hombre hecho de acero”.

El personaje histórico que se metió en su vida cuando vio en una vitrina de un piso de Madrid en plena dictadura franquista un ejemplar de la revista “Foring Affaires” con el reportaje titulado “Generalísimo Stalin y el arte de gobernar”. Fue en ese momento, cuando Moyano me dijo que era un analfabeto y sanguinario, cuando quise saber más”.

“De aquí solo me sacan con los pies por delante, Zamora y su gente es maravillosa”

Anselmo Santos en un momento de la conversación Emilio Fraile

Ni Valladolid ni Salamanca, “donde tengo una hermana y no me iría por nada, de aquí solo me sacan con los pies por delante”. Anselmo Santos López vive apegado a la ciudad que le ha acogido como a uno más, “estoy encantado aquí, la gente es maravillosa, infinitamente más simpática que en otros lugares de la comunidad de Castilla y León que conozco, que no se ofendan. Los zamoranos son muy serviciales, amables, todos mis vecinos están pendientes de mí porque saben que estoy solo”.

Tiene grabadas las veces que al preguntar por algún lugar, el zamorano no ha dudado en acompañarle, “son muy buena gente”. Cuando habla de su asentamiento en la capital de Zamora solo enumera ventajas, “está a hora y media de Madrid en tren” y, como curiosidad, menciona que “tengo un amigo investigador que trabaja en climatología y dice que el clima de esta ciudad es ideal y, al estar sobre un peñisco, las nieblas se quedan en el río Duro, por lo general. Además, el frío es seco, no hay contaminación y la altitud, 640 metros sobre el mar, es la misma que la de la puerta del Sol”.

Este hombre incansable conserva el carné de conducir, “me traje mi coche”, aunque la prudencia solo le permite “usarlo cada quince días para ir a Toro, otra ciudad que me encanta. Allí compro el chocolate artesano, todos los días tomo una onza”.