El pasado 20 de abril se impartió la conferencia “500 años de las Comunidades de Castilla: el papel del obispo de Zamora, Antonio de Acuña” por José Carlos de Lera Maíllo, en el ciclo organizado por el centro la UNED de Zamora con el título UNED Zamora está contigo, celebrado entre el 17 de febrero y 15 de junio de 2021. Este reportaje es un resumen de la charla.

Pocos acontecimientos históricos han tenido tanta resonancia en España como la Guerra de las Comunidades (mayo 1520-abril 1521). Este episodio forma parte de los mitos colectivos del pueblo español. El análisis histórico actual lo comprende como un movimiento castellano y urbano, cuyo programa tuvo como objeto la reorganización política de signo moderno. El objetivo último fue limitar la autoridad de la corona (J. Pérez). En consecuencia, la derrota de esta revuelta o revolución, conseguida gracias a la alianza de la nobleza y la monarquía, reforzó la tendencia al absolutismo de la corona. 

El oficio de historiador se objetiva en analizar críticamente el pasado para sustituir mitos y leyendas e interpretaciones sesgadas, aplicando una metodología que nos permite un conocimiento científico y útil para la sociedad. En el tema que nos ocupa, a mi juicio, hay un variable sumamente interesante: reconstruir cómo se ha ido fraguando la memoria colectiva de este episodio histórico hasta nuestra realidad presente. Desde las crónicas de la edad moderna hasta la bibliografía abrumadora - de distinta calidad-, donde se han presentado interpretaciones opuestas. Este revisionismo crítico enriquece el conocimiento de esta realidad pasada.

           

El 23 de abril: “Día de la Comunidad

La Junta de Castilla y León, en 1986, fijó por ley el 23 de abril como el "Día de la Comunidad", al haber sido conscientes del carácter festivo que la conmemoración de Villalar había alcanzado. Según el texto de la ley, esta fiesta significa “a la vez homenaje a los antepasados y promesa antes quienes sigan en el afán de mejora de las condiciones de vida de los castellanos y leoneses (...)". Debemos destacar que su articulado reconoce remembranza de aquellos acontecimientos históricos, "ha permanecido en la memoria colectiva del pueblo que, consciente de la trascendencia que tuvo para la determinación de su evolución y desarrollo, ha reivindicado siempre como fecha ilusionada para la recuperación de su libertad y autogobierno en la solidaridad y unidad de España".

Los acontecimientos históricos.

En septiembre de 1517 desembarca el rey Carlos I en Villaviciosa. Este joven de diecisiete años, dominado por sus consejeros flamencos, especialmente Guillermo de Croy, señor de Chièvres, no llega al encuentro con el cardenal Cisneros, que muere en Roa, cuando estaba de camino para la cita, retrasada deliberadamente por el equipo del monarca. El nombramiento de un borgoñón como el sobrino de Guillermo de Croy para el arzobispado de Toledo (31 diciembre de 1517 - 6 de enero de 1521) constituyó uno de los primeros actos que alertaron a toda la nación. Otras medidas también alarmantes fueron: la extracción de la moneda de oro circulante; la venta de cargos y altanería de los extranjeros; la imposición del tributo de la alcabala a la nobleza, que estaba exenta hasta entonces; y al clero la recaudación de un diezmo sobre sus rentas. 

En las Cortes de Valladolid, Zaragoza y Barcelona se evidenció el descontento por estas medidas, y las peticiones presentadas serían el posterior programa comunero: jurar la libertades y privilegios del Reino; prohibir la intervención de los extranjeros en el gobierno; la consideración de reina para doña Juana, madre del rey; y lo más importante, que don Carlos I proyectase una política nacional, aprendiera español y residiese en España. 

 El 6 de julio de 1519, Carlos I recibe en Barcelona la noticia de elección de emperador del Sacro Imperio Romano. A partir de ese momento su principal ocupación fue el Imperio. El impacto de este proyecto político del rey fue debatido en las Cortes de Santiago-La Coruña, celebradas en febrero y marzo de 1520. Fue allí donde los procuradores presentan un documento, elaborado por frailes y regidores de Salamanca, donde se asientan dos ideas claras: la oposición al Imperio y la solicitud de intervención directa de las Comunidades en el gobierno. En estas Cortes el rey obtuvo un nuevo subsidio de 400.000 ducados (mayo de 1520).

  Don Carlos I embarcó para Alemania el 20 de mayo dejando como regente al cardenal Adriano. A la vez comenzó en Toledo la sublevación comunera, alcanzando una fuerza en los primeros meses que parecía irresistible, ganando todas las ciudades castellanas. En Valladolid, el Regente se amparó en el Almirante de Castilla. Se alzó la Junta de Tordesillas que sumaba cada vez más adhesiones. Esta Junta elevó a Carlos I unos capítulos con distintos apartados con la pretensión de que los aprobara. Tales capítulos se referían a reforzar el papel de las Cortes, asegurar que Carlos gobernaría como rey de Castilla y tendría su residencia en ella; evitar la salida de oro y plata, y también de materias primas en bruto, en especial la lana. Esta última condición parece trasparentar los intereses de Segovia. Los comuneros querían volver a la situación de equilibrio lograda bajo los Reyes Católicos entre una monarquía fuerte y un poder municipal dirigido por la nobleza intermedia y la burguesía (J. Pérez).

La geografía del movimiento tuvo su centro en la Meseta, cuyas evolucionadas ciudades ya habían alcanzado más protagonismo en la vida del país. Padilla, Bravo y Maldonado acaudillaron el movimiento en Toledo, Segovia y Salamanca. Los tres pertenecían a esa clase media de caballeros que, juntamente con algunos clérigos y burgueses, tomaron la dirección de movimiento.

   A finales de julio se constituyó en Ávila la “Junta Santa”, que aglutinaba a todos los sublevados. A finales de octubre de 1520 los regentes – el cardenal Adriano, junto con el almirante Fabrique Enríquez y el condestable Íñigo de Velasco- declararon la guerra a la Junta, que se había trasladado a Tordesillas buscando el apoyo de la reina doña Juana. En septiembre de ese año se incorporaron a la Junta catorce ciudades de las dieciocho con voto en Cortes.

La falta de decisión de los comuneros debilitaba la unidad inicial y se ahondaban sus diferencias. Si el movimiento se hubiera transformado en una revolución social hubiera contado con masas, pero no con la organización, los jefes y el programa necesarios para triunfar (J. Pérez). Esta situación fue aprovechada por el rey Carlos y anuló las disposiciones más impopulares para satisfacer a la nobleza y la alta burguesía burgalesa. Por otro lado, el cardenal Adriano de Utrecht (futuro papa Adriano VI) recompuso el ejercito realista, y el 5 de diciembre desaloja a los comuneros de Tordesillas. Después de ocupar Torrelobatón, se dirigieron a Toro. El 23 de abril de 1521 fueron sorprendidos y derrotados cerca de Villalar por las tropas realistas. Los dirigentes comuneros, Padilla, Bravo y Maldonado fueron decapitados. Después sólo se resistió inútilmente Toledo, cuya resistencia fue protagonizada por María Pacheco, viuda de Padilla. 

La represión no fue sangrienta, en cambio las sanciones económicas fueron numerosas. Hubo un perdón en 1522 del que se exceptuaron 283 reos, y de éstos sólo fueron ejecutados 23, a los que hay que añadir otros veinte muertos en prisión y algunos más, víctimas de la represión señorial.

  Con la exaltación liberal decimonónica se trasladaron los restos de los tres líderes comuneros a la Catedral de Zamora en 1821. Al final del Trienio Liberal se volvieron a exhumar, sin conocerse actualmente el destino de los mismos.

 Las repercusiones fueron inmensas: en adelante, ningún movimiento de protesta organizado tendría lugar en Castilla, ninguna barrera eficaz se opondría a la consolidación del absolutismo real.

 Zamora y su obispo Acuña en las Comunidades

Según la síntesis de Joseph Pérez, ratificada posteriormente por Fernández Álvarez, la ciudad de Zamora se encuentra hasta septiembre de 1520 bajo la aristocracia local, representada por el conde de Alba y Aliste con un posicionamiento ambiguo frente a la revolución.

El incendio de Medina del Campo por el ejército real al mando de Antonio Pacheco, 21 de agosto de 1520, provocó la indignación popular y permitió al obispo Acuña de Zamora, que residía en Toro, pasar a la ofensiva. El prelado con el apoyo de Padilla logró la expulsión del conde de Alba de Aliste, el prior de la orden de San Juan y el corregidor de la ciudad. Desde septiembre la ciudad quedó ya bajo el movimiento comunero.

El obispo don Antonio Osorio de Acuña (circa 1460-Simancas, 24 de marzo de 1526) proyectó una carrera eclesiástica que no le impidió alcanzar puestos políticos de confianza de la monarquía. Su nombramiento como embajador en Roma (10 de agosto de 1505) le permitió gestionar su cátedra zamorana con Julio II.

A la muerte de Isabel la Católica (1504) apostó por el partido de Felipe el Hermoso contra Fernando de Aragón. La llegada a la sede zamorana de don Antonio de Acuña (1509- 1526), rompió la inercia de sus predecesores, ausentes de la sede por sus cargos en la Curia Romana, como el cardenal Juan de Mella (1440-1467), y Diego Meléndez Valdés (1494-1506). Y sobre todo su forma de alcanzarla por medio de las armas (1507) a causa de tener la oposición del rey Fernando. Según Guilarte, biógrafo de Acuña, en su trayectoria vital buscó honra y propiedad; lo define como un obispo rico.

Una vez tomada posesión de la mitra de Zamora, inició una auténtica batalla judicial desde 1509 hasta 1518, antesala de las Comunidades. Fue un obispo comprometido con su sede; su objetivo era recuperar las propiedades y jurisdicción de las villas de señorío episcopal, apropiadas fraudulentamente por señores comarcanos y concejos de las villas.

 Las crónicas hablan de él como un posible capitán general del ejército comunero, capaz de reclutar trescientos curas de su diócesis confiándoles la defensa de Tordesillas contra las tropas reales. 

La última actuación en la Comunidades la inició el 12 de abril, cuando salió de Toledo al frente de mil quinientos hombres para atacar a las tropas del prior de San Juan. Al llegar a Toledo, la noticia de la derrota de Villalar y de la muerte de Padilla, Acuña tuvo que enfrentarse con la personalidad de María Pacheco, que vio en él un rival. No tuvo más remedio que abandonar discretamente la ciudad, a principios de mayo. Dio por fracasada la revolución e intentó entonces huir a Francia, pero fue detenido en Navarra, tres semanas después.

El Papa autorizó al cardenal Adriano a instruir el proceso, pero le impuso dos condiciones: Acuña no sería sometido a tormento y el juicio definitivo se celebraría en Roma. La acción judicial se prosiguió hasta que, en febrero de 1526, Antonio de Acuña intentó huir de Simancas matando a su carcelero con un puñal. Encarcelado otra vez, Acuña fue objeto de un nuevo proceso, que instruyó el alcalde Ronquillo, quien, el 22 de marzo, lo sometió a tormento y pronunció la sentencia de muerte el día siguiente. El obispo Acuña fue ahorcado el 24 de marzo de 1526 en la misma fortaleza de Simancas

Sin duda Acuña ha sido el personaje de las Comunidades que más estudios ha protagonizado, en primer lugar, por ser un obispo, además de su personalidad. Rizzuto se pregunta si puede hallarse una “eclesiología comunera”. En la acusación del fiscal Pero Ruiz contra Acuña, el 16 de abril de 1524, le imputaba de utilizar la eucaristía al servicio de su causa comunera: hacía publicar y predicar para atraer así y a su traición y rebelión y dañado propósito muchas gentes que todo lo que hacían hera santo y bueno, y en servicio de Dios y de SS.AA. ya que decía comunidad y su mala opinión hera Sancta y que su propósito y de los traydores hera Sancto y muchas veces andando haciendo los dichos delitos dezía misa y teniendo el Santísimo Sacramento en sus manos en el altar dezía públicamente a toda la gente jurándoles por el Santísimo sacramento que tenía en sus manos que todo lo que hacía y mandaba hazer y lo que la dicha gente de guerra y los de la que dezían comunidad y los traidores de la dicha Junta e mandaban hazer que era todo Sancto y bueno y justo y en servicio de Dios y del Rey. (Reproducido como apéndice en Fernández Martín, Luis. El movimiento comunero en los pueblos de Tierra de Campos. León: Centro de Estudios e Investigación San Isidoro, 1979, 500-501)

 

El significado histórico de las Comunidades

 Los cronistas de los siglos XVI y XVII.

Los cronistas condenan la revuelta, en la que ven una rebelión inadmisible contra un soberano legítimo, un levantamiento de la plebe contra las autoridades y orden social; un accidente lamentable, pero sin que modificara profundamente el destino de España.

Interpretación romántica y liberal de los comuneros.

 Todo cambia en los últimos años del siglo XVIII y a principios del XIX. Aquí se inicia la interpretación liberal y romántica de las Comunidades, y va a imponerse sobre todo el siglo XIX.

La interpretación gira en torno a dos temas: El despotismo y nacionalismo.

 La síntesis de la interpretación de los liberales y los románticos es que: las Comunidades fueron una rebelión popular contra el absolutismo, una reacción nacionalista frente a la dinastía extranjera.

Aportaciones modernas de Marañón

Se propone demostrar, cultivando el anacronismo, que los comuneros eran hombres del pasado en todos los sentidos: política, social y espiritualmente. Interpreta las Comunidades como el último intento de la Castilla feudal, medieval, para mantener sus privilegios frente al poder real absoluto, unificador del país. Los comuneros fueron vencidos y, con ellos, el feudalismo de Castilla. 

La revisión de J.A. Maravall

En la publicación de su libro Las Comunidades de Castilla. Una primera revolución moderna 1963, comprende que no fue una simple rebeldía, sino una revolución, desde el mismo momento en que se reúne la Junta en Tordesillas. Una reunión de Cortes, si se quiere, pero sin convocatoria del soberano; es más, contra la voluntad del monarca y sus representantes. Para Maravall, Castilla en 1520-1521 se está adelantando a una teoría que en el resto de Europa tardaría aún siglos en cuajar: el principio de representación política (J. Pérez)

Las interpretaciones de Gutierrez Nieto y Joseph Pérez

Julio Valdeón se ha preguntado si las Comunidades fue última revuelta medieval. Para este medievalista este movimiento, si bien respondía a causas inmediatas y específicas del momento, recogía numerosos elementos de los conflictos sociales de los siglos bajomedievales         

En este hilo argumental se basa la tesis de Gutiérrez Nieto que puso de relieve las repercusiones importantes en el campo, por la trascendencia de los aspectos antiseñoriales.

Según la reflexión de J. Pérez, “la revolución de las Comunidades no fue fruto de una exaltación nacionalista ni de una oleada de xenofobia, producto del advenimiento de una dinastía extranjera. Sus raíces profundas hay que buscarlas en la crisis que se inauguró en Castilla a la muerte de la reina Isabel. La crisis dinástica impidió el mantenimiento de un poder real fuerte; la alta nobleza intentó recuperar sus prerrogativas políticas”.

Para este hispanista francés, de padres españoles, la derrota de Villalar (23 de abril de 1521) “significa la derrota del programa comunero. La política vuelve a ser asunto reservado, no a una minoría ilustrada, sino al monarca, único depositario de la soberanía y del poder del Estado. Toda participación del reino en el sentido amplio de la palabra (las fuerzas vivas de la nación, las élites económicas, sociales e intelectuales) o en el sentido más restringido (las Cortes) es sentida como indeseable, como peligrosa”.

El cuadro de Antonio Gisbert

  Este lienzo representa el ajusticiamiento de Padilla, Bravo y Maldonado, líderes de la Guerra de las Comunidades. Fue pintado por Antonio Gisbert en 1860, actualmente se encuentra en el Congreso de los Diputados. La ejecución tuvo lugar el 24 de abril de 1521. El patíbulo está situado en la plaza mayor de Villalar, perfectamente identificada por la iglesia parroquial.

El pintor español Antonio Gisbert (Alcoy 1834-París. 1902) trabajó sobre temas historicistas y legendarios, con todo tipo de licencias o enfoques personales. Se documentaba en los textos de historia de Modesto Lafuente como todos los pintores españoles de la segunda mitad del siglo XIX. Su oficio destaca por su habilidad en dibujar a sus personajes y su capacidad para la composición de las escenas de sus cuadros.

En la primera observación de la obra debemos ver cómo la perspectiva se plantea de abajo arriba, con el fin de colgar el cuadro a cierta altura para conseguir que el espectador tenga una visión del patíbulo como si estuviera presenciando la ejecución. El eje de la composición recae en Padilla, y es el centro de las tres secuencias de imágenes correspondientes a cada uno de los ajusticiados: la subida al cadalso de Maldonado; la espera digna de Padilla con los brazos cruzados en los instantes antes de la decapitación; y la exhibición al público de la cabeza de Juan Bravo, cuyo cuerpo yacente está a la altura de los ojos del espectador.

 El perfeccionismo con el dibujo y el tratamiento de las ropas de los ajusticiados que indican su origen noble y, sobre todo, su pose hidalga, firme sin miedo, se contrapone con el resto de los personajes de la obra.

Carta de los comuneros expedida en Tordesillas Archivo Zamora

 

Carta de los Comuneros, expedida en Tordesillas, el 8 de septiembre de [1520] Archivo Municipal de Zamora. Leg. XX doc. 71. Depósito actual: Archivo Histórico Provincial de Zamora.

Reproducimos la carta firmada por Juan de Padilla, Juan Bravo, Juan Zapata y Luis de Quintanilla, dirigida problamente al Corregidor de Zamora notificándole que han recibido “letras de los Señores de la Junta” mandándoles ir con gentes del ejercito a Zamora junto el señor obispo [Acuña] contra “las personas que desobedeçieron los mandamientos de aquellos señores de la Junta”. Agredezco a mi colega Florián Ferrero la reproducción del documento y compartir el estudio del documento.