Han pasado cuatro décadas desde que Rafael Sanz Lobato (Sevilla, 1932) visitó Aliste por primera vez. Sin embargo, a sus casi ochenta años, recuerda aquella experiencia como si fuera ayer. Él propio fotógrafo reconoce que el trabajo documental que realizó de la Semana Santa de Bercianos «es el mejor que he hecho en toda mi carrera». Como un buen vino, aquellas fotografías han mejorado con los años y hoy transmiten como ninguna la reciedumbre y el carisma de la tradición berciana. Son parte del bagaje que el Ministerio de Cultura acaba de reconocer concediendo a Sanz Lobato el Premio Nacional de Fotografía.

Y es que aquella experiencia le impactó de tal manera, que años después regresó y encargó al sastre una capa alistana que guarda -intacta y sin estrenar- en su armario. Invitado por la cofradía de Bercianos, el veterano fotógrafo estuvo a punto de volver el pasado año para cumplir una promesa personal aún pendiente. Si la salud le acompaña, asistirá a la localidad para desfilar porque esa capa «hay que estrenarla». Lo dice un sevillano que cree que es ésta, la de Bercianos, «la mejor Semana Santa de todas las que he visto».

En la España de la posguerra, un joven Rafael Sanz trabajaba de lunes a viernes en una empresa americana. «Aprovechaba los fines de semana y los festivos para recorrer las zonas rurales y hacer fotografía documental», recuerda el fotógrafo sevillano, que ha sembrado de disparos la piel de toro. Corría el año 1969 cuando, por casualidad, se topó con un reportaje de media página en la revista cultural de izquierdas «Triunfo» y, aunque las imágenes «se veían muy mal», no dudó en coger su Seat 600 y poner rumbo a Zamora aquella Semana Santa, para alojarse en Alcañices. Con su cámara Nikon al hombro y los dos únicos objetivos que ha utilizado en su vida, Rafael Sanz llegó a Bercianos. Lo que vio a continuación le dejó «absolutamente impresionado». «La única persona que estaba fuera de la procesión era yo», recuerda el sevillano, testigo de cómo todo el pueblo se había sumado al desfile tras los mayores, ataviados con sus típicas capas alistanas.

Al día siguiente, Viernes Santo, el fotógrafo acudió al ritual del entierro de Cristo y el posterior desfile, de «una estética desbordante». Exhausto de disparar con la cámara, hizo un alto en el trabajo, se sentó en una piedra y comenzó a fumar un cigarrillo. «De repente, uno de los mayores con la capa que participaba en la procesión, se salió y se dirigió a mí para decirme: "Un respeto, por favor"». Sanz Lobato le preguntó qué hacía mal, ajeno al malestar que su humeante cigarro había producido entre los presentes, él, que había visto a los costaleros sevillanos todo tipo de licencias en la Semana Santa de su tierra.

Con la distancia del tiempo, reconoce que le hablaron muy bien del Juramento del Silencio de Zamora, pero nunca estuvo tentado por acudir a la capital para retratar la Pasión. Porque a Rafael Sanz jamás le interesó la ciudad, sino la España rural de la posguerra. Tampoco sintió mayor atracción por la fotografía que se estilaba en aquella época, que «únicamente estaba pensada en llamar la atención de los concursos y los salones de fotografía», confiesa.

Hastiado por la llamada fotografía pictorialista, el sevillano optó por enviar sus trabajos documentales fuera de España y, así, sus fotos llegaron a Italia, Francia o Inglaterra, donde ganó algunos premios. El fotógrafo cuenta que uno de sus portafolios cayó en manos de Cristina García Rodero y «cuando vio las imágenes de Bercianos, decidió dedicarse a este mundo». Aquella experiencia propició, por ejemplo, que la reconocida García Rodero viniera a Zamora hace dos años para captar la esencia del Juramento del Silencio en la plaza de la Catedral.

Desde aquella época, Rafael Sanz ha defendido a capa y espada la vertiente documental, «la forma de expresión más noble de la fotografía y el retrato». El sevillano hace apología de este tipo de trabajo frente a los «idiotas» que lo atacan porque «se creen genios y desconocen que, de éstos, hay muy pocos». Frente al «arte conceptual» que defienden «estos gilipollas», está la verdadera fotografía, la que se hace en la calle «con diez o doce horas de trabajo cuando a veces no pasa nada». Y es que a Sanz Lobato le sirve una frase del escritor Miguel Delibes para poner literatura a lo que quiere expresar. «La buena fotografía es como cazar perdices a la mano», cita el nuevo Premio Nacional de Fotografía, que no olvida la capa que lo aguarda en el armario para volver a Zamora.