A estas alturas de la vida y después de ver a la mujer barbuda y al hombre que arrastra el tren con una oreja, ya nada me sorprende. Ni el morro de dos vejetes americanos que acuciados por la necesidad no dudaron en resucitar a un colega para chuparle la pensión. La hilarante historia es, más o menos, como sigue.

En una casa de California vivían tres caballeros metiditos en años. Uno de ellos tenía una pequeña pensión de trescientos euros al mes. Con ella iban tirando todo lo mal que se tira hoy en día con esa ridícula cantidad. Pero las cosas que van mal siempre son susceptibles de empeorar. Y eso es lo que le ocurrió al trío. Bueno al trío no, al dúo que quedó después de que el compañero de fatigas pasara a "dormir con los Tribbles", que dirían los fanáticos de Star Trek.

Cuando lo encontraron en la cama abrazado a la parca se dijeron resignados, es ley de vida. Acto seguido pensaron, pero esa muerte puede ser nuestra resurrección. Y es que en la mente de uno de los vivos se había fraguado un plan para seguir gozando de la humilde soldada.

Tom, le dijo al compañero, ¿por qué no seguimos cobrando la pensión de John? Y Tom le respondió mirando al fiambre que yacía sobre la cama y apuntándole con el cañón de su uña del quince largo, oye Peter ¿y cómo se hace eso si John está muerto? Peter se llevó la mano a la cabeza y rascó en busca de una idea, luego espetó mirando de soslayo al muerto, ¡pues resucitándolo, Tom, resucitándolo! Ni cortos ni perezosos se fueron a un banco a cobrar la pensión del finado. Pero claro, el cajero de la ventanilla les dijo que para cobrar, el titular no sólo debía de estar vivo, sino que tenía que acudir al banco en persona. Entonces Tom y Peter se dijeron, no problem, we iremos a la house y trairemos a míster John al bank.

Volvieron a la house, le pusieron un traje al muerto, le flexionaron las rodillas y le sentaron en una silla de ruedas antes de que el rigor mortis le dejara tieso como la mojama. Le colocaron un sombrerete y hale, a cobrar. Al llegar dijeron de nuevo al cajero, oiga, good morning, que aquí está el titular de la pensión. Y el cajero dijo, pues que se acerque y firme. Y los amigos, es que tiene reuma y no puede levantarse. Un inspector al ver al fiambre tan modosito en la silla que ni tan siquiera pestañeaba se mosqueó. Cogió el impreso, un boli y se los alargó al finado, qué tal abuelo, golpeó el sabueso al vejete en el hombro, firme aquí para que le den su pensión. Pero el muerto ni se inmutó.

El tío de la ventanilla asistía asombrado a las maniobras del poli con el difunto. Viendo que permanecía como una estatua se impacientó, ¡a ver si se ha muerto! No respira, respondió el poli al fin acercando su mano al corazón y meneándole la cabeza como si fuera un muñeco de goma. Los dos amigos se miraron asombrados y exclamaron, ¡pero qué me dice míster inspector! Y el poli replicó, pues que este pensionista está más frito que el palo de un churrero.

No se arredraron los amigos del finado y lejos de ponerse nerviosos volvieron a la carga, Oh my good qué desgracia más grande, o lo que quiere decir, joder Juan nos han pillao con el carrito del helao.

Acusados de intento de estafa en estos momentos comen gratis en una prisión estatal. Al menos durante el tiempo que estén allí podrán ahorrarse unos dólares para luego seguir tirando. En la lápida pusieron: "John y Peter no te olvidan". Como para olvidarlo. Ay si pilla el argumento Alfred Hitchcock.