Con qué frecuencia lo fiamos todo al langostino, el oropel y el Cantosán. Con qué frecuencia nuestro sueño es colgarnos la estrella de un Mercedes en el ojal de la solapa y un maletín de cuero en la palma de la mano. Con qué frecuencia, mientras nos olvidamos de vivir la verdadera vida, ponemos el ojo en la diana del roscón de Reyes o en el michelín que se nos agarró a la cintura. Cuán equivocados estamos con qué frecuencia.

En la loca y estúpida carrera de la vida nos olvidamos de eso, de que la meta es vivir, gozar, soñar. A menudo no vamos al tajo para vivir, vivimos para ir al tajo. Y cuando levantamos la cabeza del lavabo el espejo nos devuelve una cara surcada por las arrugas que han arado la mala leche, la envidia, la codicia. Y cuando metemos la cabeza en el alma la encontramos vacía, llena de un vacío amargo, de un limón ácido que nos estriñe y nos hace vivir en un empacho continuo de desazón y desesperanza.

Ahora, en este talud de enero que viene por ahí cargado de subidas, serán pocos los que tengan una pértiga para sortear el bache. Alguno incluso tendremos que aferrarnos al síndrome de Diógenes y comenzar a acumular basura: comida basura, ropa basura, zapatos basura... Alguno, en el intento de saltar, caeremos como un sapo en el charco.

Una pena, pensando que mañana, caballero, ni usted ni yo estaremos aquí. Lo acumulado otro lo desparramará de nuevo. Debemos sacar las lecciones elementales de la vida. La primera es vivir. Vivir es caminar mientras la cosa dure, que suele durar menos de lo que dura una onda

en la superficie de agua de la taza del váter.

Hace dos días me encontré con la parca cara a cara en el puente del Arroyo Ciervas. Venía la tía en un viejo BMW azul borracha de velocidad. Traía mala cara la tía. Traía la resaca colgada de los ojos. El destino y el freno me tienen hoy aquí en este escaparate de papel por carambola. Podía estar allí, siendo pieza principal en el banquete de los gusanos.

Una amiga cenaba en Nochebuena con su grave enfermedad a cuestas. La innombrable tenía a su marido sumido en la rabia y la desesperación. Mal diría mi amiga que a su diestra esperaba la dama negra para cobrarse otra pieza. Había elegido para Navidad una pieza joven y sana.

Al día siguiente el marido se afeitaba. Quería ir a Misa del brazo que por plazo breve Dios le brindaba.

De pronto mi amiga sintió un golpe. Corrió por el pasillo y de pronto se encontró la muerte tirada en el cuarto de baño. Así. Sin más. Ya lo ves. Y estaba sano como un roble. Como una castaña. No tenía nada. Se arreglaba para ir a Misa a besar el pie al Niño Jesús y ya ves.

Sólo cuando un incidente nos roza los talones nos percatamos de que cualquier día, a cualquier hora pueden pitarte un penalti injusto y dejarte fuera del partido. No sea usted Mameluco, caballero. Goce ahora que tiene la certeza de estar pues el mañana no existe, es caminar hacia una aventura para la que no necesitamos botas.

Hágalo, buen amigo, no sea que mañana, como Julio Iglesias, tenga que cantar arrepentido: "Me olvidé de vivir, me olvidé de soñar...". Ya lo decía la bueli de una amiga mía, vive hoy que mañana Dios dirá. Y a menudo lo que Dios dice es, venga usté pa acá.