Es tradición con el nacimiento del nuevo año, que cada uno hagamos propósitos bienintencionados, algunos de los cuales probablemente no hayan llegado ni siquiera al día de hoy, y eso que sólo estamos en el segundo día de este bisiesto 2008. Es costumbre también, que formulemos peticiones sobre cuestiones que, como superan ampliamente a la capacidad de acción de cada uno de nosotros, nos hacen quedar estupendamente, sin menoscabo de la opinión que de nosotros mismos tenemos. Son las propuestas para que otros cambien el mundo a mejor. Las que todos apoyamos al unísono, sin fisuras y como siempre, sin compromiso personal.

Al final, uno es no sólo casi idéntico al resto de los bípedos sino incluso, según nos recuerdan cada poco tiempo los científicos, muy parecido a los cuadrúpedos. Así que yo también voy a manifestar solemnemente mis deseos. Los propósitos personales, me los guardo, por pudor y porque como el resto, seguro que tampoco los cumplo. Ahí va una selección de los deseos por los que brindo en el nuevo año. Todos no me caben en la columna.

Brindo por que la paz se cierna sobre el planeta, por empezar con algo sencillo. Por que la ONU se despoje de corruptos y se convierta en instrumento de cooperación internacional, no de utilización de los países pobres en el juego de poderes internacional. Que los pacifistas líderes de algunos países dejen de fomentar el tráfico legal de armas y de obviar el ilegal. Que los órganos humanos, los niños, las mujeres o los esclavos dejen de ser objeto de tráfico comercial internacional. Que los diamantes no amparen guerras. Que el único genocidio sea el que se lleve por delante a los genocidas. Que la enfermedad que corroe el alma de los tiranos se extienda a su cuerpo y se vayan pronto al infierno para que sus países puedan salir de él. Que las religiones promuevan el bien y no la lapidación, la opresión y el terrorismo. Que dejemos de ensuciar el mar. De esquilmar las especies y los recursos naturales. Que la globalización ayude a que los más pobres en el mundo, dejen de serlo. Que puedan comerciar con lo que producen sin que los países ricos o las corporaciones multinacionales se lo impidan. Que los antiglobalización dejen de decir estupideces que sólo favorecen al mundo rico.

Y mil más, que se resumen en que la dignidad humana deje de ser pisoteada. Que la vida se convierta en el valor más sagrado y protegido. Que el respeto a la libertad guíe los pasos de los hombres y de los gobernantes. Y que el fin nunca justifique los medios. Si lo conseguimos, como canta Sabina, sólo nos quedan dos cosas, que ser cobardes no valga la pena y que el fin del mundo, nos pille bailando. A pesar de todo, ¡Feliz 2008!

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