Los feligreses toresanos abarrotaron la Colegiata Santa María la Mayor, durante la misa dominical de ayer, para tener la oportunidad de besar la reliquia de San Valentín, patrón de los enamorados -pero también es la figura que se invoca en la tradición cristiana para paliar los dolores de cabeza, las jaquecas y las migrañas-. El cráneo del santo romano, que se encuentra confinado en una caja de plata, es una de las reliquias más preciadas del templo toresano. Los restos del mártir romano permanecen en la iglesia local desde el 26 de abril de 1545, cuando Diego Enríquez -capellán de Carlos I de España y V de Alemania- recibió el beneplácito del nuncio de Pablo III para su colocación en la construcción medieval.

El párroco local, José Luis Miranda, fue el encargado de dirigir la homilía de ayer. Antes de acometer la ceremonia de veneración de la reliquia del santo, el sacerdote insistió en tres aspectos durante su sermón semanal: la soledad en nuestro mundo, el desamparo de las personas que mueren de hambre y el programa de actividades de la diócesis local para la semana que empieza. Una vez finalizada la eucaristía, decenas de vecinos que habían acudido al oficio religioso hicieron cola para poder besar la caja que guarda los restos del cráneo de San Valentín.

La leyenda de San Valentín se remonta a la época del Imperio Romano, cuando fueron asesinados tres mártires de nombre homónimo a la festividad; dos de ellos durante el gobierno del emperador Claudio II. No obstante, la existencia de dichos mártires se ha puesto en jaque en numerosas ocasiones. De forma que la iglesia decidió retirar la festividad del calendario eclesiástico en 1969, a pesar de que en muchas parroquias locales -como es el caso de la Colegiata de Toro- se mantiene dicha tradición. En 2014, el Papa Francisco retomó la celebración de San Valentín, en un intento por devolverle el sentido religioso a una festividad que ha tornado en pagana y que algunos historiadores han situado sus orígenes en las Lupercales romanas.

En el caso de la reliquia local, los expertos fechan su llegada a la ciudad a mediados del siglo XVI. Un siglo después, en 1682, el canónigo de la Colegiata -Valentín Tejederas- logró que el Papa Inocencio XI diera su consentimiento para otorgar indulgencia plenaria cada siete años a todos los fieles que visitaran la capilla del santo y glorificaran su reliquia. Asimismo, la aquiescencia del sumo pontífice concedió el jubileo a los hermanos de la cofradía de San Valentín, que se mantuvo activa hasta su desaparición durante el siglo XVIII.