Si en la ciudad de Toro hay un nombre conocido por todos sus habitantes es el de Victoriana Villachica, integrante de una familia de la alta burguesía y la única de los nietos de don Manuel Villachica Arza, que llevó el apellido Villachica en primer lugar, si embargo pocos toresanos conocen su verdadera historia.

Adentrarnos en su biografía nos lleva a recordar que los Villachica procedían de la provincia de Álava desde donde se instalaron en Madrid a mediados del siglo XVIII. En la capital desarrollaron actividades comerciales y financieras hasta llegar a formar parte de la burguesía madrileña que también se implicó en la política y es en su seno cuando en el último tercio del siglo siguiente nacería nuestra protagonista.

Sus antepasados más próximos, Manuel Villachica Arza y su esposa Basilia Rivacoba, vivieron en la plaza de Isabel II de Madrid donde además tenían uno de sus negocios los Baños de Oriente y allí criaron y educaron a sus cuatro hijos Paula, Camila, Manuel y Luis con la ayuda del servicio y de una maestra jubilada, Mariana Dubois, que permaneció en la casa hasta su fallecimiento, sus días de asueto los disfrutaron, primero en su palacio de Carabanchel y después en su casa de la dehesa de San Andrés, en Toro.

El camino seguido por las hijas fue el matrimonio, Manuel estudió Derecho y siguiendo la tradición familiar se casó con una paisana y Luis permaneció soltero y se interesó por la explotación y administración de las fincas rústicas que integraban la muy considerable fortuna de los Villachica teniendo especial interés por las de la provincia de Zamora hasta el punto de que su padre lo reconoció así en sus disposiciones testamentarias «a concurrir en mi hijo don Luis de Villachica Rivacoba una porción de circunstancias especiales que sus mismos hermanos reconocen lego el remanente del quinto y mejoro en el tercio de todos los bienes» y continuaba diciendo: «Declaro y así es mi voluntad y deseo, que, si a mi dicho hijo don Luis, le agradase y conviniese, se le adjudique en parte de pago de dicho legado del remanente del quinto y mejora del tercio que le hago, la Hacienda, que me pertenece, nombrada Dehesa de San Andrés, término jurisdiccional de Toro, con cuanto la forma y constituye, inclusa la heredad titulada de Adalia, próxima de dicha Dehesa y en el propio término jurisdiccional». Y añadía: «mi convencimiento es que dicho mi hijo es el más apto para que maneje dicha posesión por el conocimiento que tiene de ella, adquirido en las grandes temporadas que ha pasado en la misma a mi lado, tomando parte activa en todas las operaciones que son necesarias para su conservación y fomento». Nos queda la curiosidad, que no hemos podido satisfacer, de saber qué circunstancias especiales concurrían en Luis, que sus hermanos reconocían y que llevaron a su padre a mejorarle en la herencia.

Luis Villachica eligió como lugar de residencia, durante muchos años, la dehesa de San Andrés, en Toro, en cuya casa vivió, acondicionándola a su gusto y dirigiendo sus negocios desde ella y donde estuvo empadronado desde 1874 hasta 1887, a partir del año 1888 fijó su residencia en Madrid, aunque los viajes a Toro fueron frecuentes, pasando en la dehesa toresana la primavera, el verano y el otoño.

Al fallecer su padre, don Manuel Villachica Arza, recibió como herencia casi todos los bienes que poseía la familia en la provincia de Zamora y en Toro, excepto algunas fincas que se le otorgaron a su hermano Manuel. Las propiedades que pertenecían a la administración de Zamora se encontraban en Zamora, Tardobispo, Valcabado, Cubillos, Carrascal, Peleas de Arriba, Peleas de Abajo, Fonfala, Bamba, Montamarta, San Cebrián de Castro, Fontanillas de Castro y las de la administración de Toro se hallaban en Castrillo de la Guareña, Villalba de la Lampreana, Villarrín, Bóveda de Toro, Villabuena, Guarratino, Gema, Madridanos, Torres de Cañizal, Fresno, Coreses y Toro.

Dedicado a la administración de sus propiedades y a los negocios hipotecarios, nunca se casó, pero mantuvo una larga relación con una sirvienta de la casa llamada Marta o Martina Murgoitio, probablemente desde que esta entró a servir en la casa familiar.

Marta Murgoitio-Beña Izaguirre había nacido en Elorrio, (Vizcaya) no conocemos detalles de su vida hasta que con veintidós años, en 1861, la encontramos en Madrid como sirvienta de los Villachica, en su domicilio de la plaza de Isabel II. En la casa entró diciendo que era viuda, cosa que no era cierta ya que el 27 de marzo de 1860 había tenido en Elorrio un hijo natural llamado Jacinto y al que dejó allí, probablemente al cuidado de algunos familiares. Marta no dijo la verdad, pero teniendo en cuenta la época y lo que significaba ser madre soltera, es comprensible que falseara su estado civil para conseguir trabajo y para justificar la existencia de su hijo, prestó servicio a la familia tanto en la casa de Madrid como en su finca toresana de San Andrés a la que con frecuencia iban Manuel Villachica, viudo desde 1854, y su hijo Luis.

Poco tiempo tardó en iniciarse la relación entre Luis Villachica y Marta, relación que suponemos clandestina por lo desigual de la clase social a la que pertenecían. La pareja se refugió en Toro, en la casa de la dehesa de San Andrés hasta que un acontecimiento rompió la rutina: Marta se quedó embarazada en 1869 y, obligada o voluntariamente, para evitar el posible escándalo, se marchó a dar a luz a su tierra, pero no en su villa natal ya que el nacimiento de Victoriana se produjo en Eibar (Guipúzcoa). Había nacido la que iba a ser la heredera de una gran parte de los bienes de los Villachica: lo hizo a la una de la tarde del día 12 de enero de 1870 y fue bautizada en la parroquia de San Andrés apóstol de esa localidad. Se la puso por nombre Victoriana Benita, porque el santo del día era san Victoriano Obispo. Como hija natural el apellido fue el de su madre Murgoitio o Murgoitio-Beña, ya que era hija de Marta Murgoitio-Beña Izaguirre, pero ¿qué fue de Victoriana a partir de ese momento?

Marta tenía que volver al lado de Luis y la dejó en Elorrio con su hermana María del Carmen Murgoitio y el marido de esta, Valentín Eraña. No sabemos cuál fue el motivo por el que no se trajo a su hija. El siguiente dato, obtenido a través de los padrones vecinales de Toro, refleja que en el mes de junio de 1871 en la dehesa de San Andrés vivían Luis, Martina Murgoitio, que según consta llevaba en la finca seis años, y un niño de once años llamado Jacinto Murgoitio que hacía un año que residía en el lugar. A través de esta información deducimos que en esta fecha Luis había aceptado que Marta se trajera a su hijo para vivir con ellos y sin embargo no a la hija de ambos y que Luis no llegó a enterarse de su embarazo, cosa harto extraña o que no aceptó la idea de tener una hija «ilegítima».

El tiempo fue pasando. Luis alternaba sus estancias en Toro con pequeños viajes a Madrid y Victoriana, ausente, seguía sin formar parte del núcleo familiar en el que Marta y su hijo Jacinto, a los ojos de todos, eran unos sirvientes más, hasta el punto de que, cuando en el mes de febrero de 1877, Luis otorgó el primero de sus cuatro testamentos entre otras disposiciones figura la siguiente: «En atención a los muchos y leales servicios que viene prestando en mi casa con suma fidelidad Marta Murgoitio, natural de Elorrio (Vizcaya) la dejo una pensión de seis mil reales anuales equivalentes a mil quinientas pesetas por todos los días de la vida de la misma cuya pensión de seis mil reales anuales después del fallecimiento de dicha Marta Murgoitio continuará subsistente por todos los días de la vida de la persona que la misma Marta designe en la disposición testamentaria bajo que fallezca. Si esta (Marta) no hiciese uso del derecho que la concedo de nombrar a persona que disfrute como segunda vida de dicha pensión se extinguiría totalmente (dicha pensión) cuando ella fallezca. Encargo a mis testamentarios que aseguren el pago de la expresada pensión vitalicia con bienes inmuebles y que su pago se haga en todo caso, por trimestre o adelantado, en el punto donde resida la vitalicista». En este documento dejaba como herederos a sus hermanos por lo que cabe suponer que en esa fecha Luis no conocía la existencia de una hija de Marta pero ¿cómo era eso posible? tal vez si Martina había dado a luz en Eibar y había dejado allí a la niña todavía no se lo había dicho o tal vez Luis no estaba seguro de que esa niña, que aún no conocía, fuera hija suya. Esto último parece poco probable por lo que nos inclinamos a pensar que ignoraba su existencia al no mencionarla en su testamento.

Algo debió de suceder, porque en el padrón del mes de diciembre de ese mismo año aparece por primera vez en la casa toresana una niña llamada ¡Victoria Egaña Murgoitio! curiosamente su fecha de nacimiento coincide con la de Victoriana pero no su nombre ni apellidos. Esta niña es, efectivamente Victoriana, pero su madre falseó su nombre. Es difícil explicar el motivo. En la finca convivían además de Luis y Marta, Jacinto y cinco personas de servicio. Ocultar la verdadera personalidad de Victoriana, pero tenerla en casa después de siete años y conseguir que el padre se encariñara con la niña era avanzar en un posible reconocimiento por parte Luis. Cuando visitamos la casa de los Villachica nos comentaron que en la cocina hubo un relieve en el que se representaba a una niña calentándose al fuego ¿pudo ser Victoriana?

Muchos años más tarde, en el mes de mayo de 1889, todavía no se había resuelto la situación de Victoriana, en la familia la única novedad era que Jacinto, que ejercía labores de mayordomo, se había casado y vivía en la casa con su esposa y la hija de ambos, el ama de gobierno era Martina y la joven Victoriana o Victoria Egaña Murgoitio, de veintinueve años, figuraba en el padrón como sirvienta. El cochero y su esposa y tres sirvientes más completaban la compañía de Luis.

No sabemos si durante su infancia, adolescencia y juventud Victoriana supo o no que era hija de Marta, y mucho menos de Luis, pero hasta 1893, en que es inscrita como «nueva vecina» en el registro de cédulas personales de Toro con el número 317 y con los apellidos Villachica Murgoitio. No se le da la categoría de hija de ambos, aunque todavía quedaban años para su reconocimiento oficial por parte de Luis Villachica, veintitrés años de su vida, hasta ser aceptada y aún quedaban otros diez para que su padre, el día 25 de mayo de 1903, firmara el documento de reconocimiento de su hija natural, Victoriana Benita Murgoitio, que vivía en su compañía y en la de su madre en la calle Almirante nº 10 de Madrid. Una vez realizado el reconocimiento ante notario, el documento se remitió al día siguiente a la iglesia de San Andrés, de Eibar, para que se adjuntara a la partida de bautismo de Victoriana.

Cuando Luis Villachica reconoció a Victoriana tenía setenta años pero lo cierto es que convivió con la madre y con la hija hasta el final de sus días, instalados ya en Madrid. En 1914 falleció Marta y fue sepultada en el panteón familiar de los Villachica de la Sacramental de Santa María, de Madrid. Había sido amante, sirvienta y madre. Sin embargo en los padrones que a lo largo de los años se realizaron en los domicilios de los Villachica siempre figuró como sirvienta o como ama de llaves. Hasta cuatro años antes de su fallecimiento, en 1910, constaba como tal con un sueldo de cuatrocientas ochenta pesetas anuales. Toda la vida juntos y nunca considerada como lo que realmente fue.

Faltaban pocos años para que muriese Luis, que tal vez por influencia de Marta o por cariño hacia su hija, en sus últimos testamentos la dejó como única heredera de todos sus bienes, añadiendo un legado para el hijo de Marta, Jacinto Murgoitio, que en esas fechas desempeñaba el papel de encargado de la dehesa de San Andrés, en Toro. El legado consistía en una pensión o renta vitalicia de treinta pesetas diarias y a su fallecimiento, si premuriese al testador, la pensión pasaría sus hijas Fernanda, Trinidad, Marina, Celestina e Isabel. Dicha pensión se recibiría por mensualidades vencidas y le sería satisfecha por su heredera.

De la convivencia entre padre e hija solo tenemos un dato y es la contribución económica que hicieron ambos, en 1917 a las obras del recientemente empezado monumento al Sagrado Corazón de Madrid, entregando ciento cincuenta pesetas. Luis ya tenía ochenta y cuatro años y, de los cuatro hermanos Villachica Rivacoba, era el que más años había vivido y el que había tenido una existencia menos convencional. Falleció tres años más tarde, el 29 de diciembre de 1920 y fue sepultado al día siguiente en el panteón familiar de la Sacramental de Santa María de Madrid.

Victoriana se quedó sola y se convirtió en una mujer acaudalada. Tal vez fue tarde para ella, tenía cincuenta años, nunca se había relacionado con su familia paterna y su único apoyo fueron las hijas de su medio hermano Jacinto con las que convivió el resto de su vida. Ni su infancia, ni su juventud habían sido normales. Cuando sus primos paternos brillaban entre la alta sociedad de la época, ella permanecía recluida en la dehesa de San Andrés. Un detalle, no nimio, nos llama la atención, Victoriana no mandó publicar la esquela de su padre. ¿Qué sentiría hacia él? ¿Resentimiento, rencor, cariño, respeto? Es difícil saberlo, tal vez una mezcla de sentimientos que amalgamaron su carácter y la convirtieron en un personaje huidizo y extraño, según nos han comentado los que la conocieron.

Se narran de ella un sinfín de anécdotas que van desde su peculiar forma de vestir hasta el negarse a instalar luz eléctrica en su casa de Toro, usar el coche de caballos como medio de transporte o vivir medio recluida en alguna de las habitaciones de su casa. Sus rarezas la llevaron a disponer una serie de normas que deberían cumplirse en la residencia de sacerdotes ancianos que había fundado en Toro, tales como prohibirles fumar o jugar a las cartas. Los que la conocieron y sirvieron en su casa del lago de Sanabria confirman estas apreciaciones, según cuenta César González, cuyo padre estuvo a su servicio. La casa del Lago se reconstruyó hacia 1928 o 29. Era conocida como la casa de los pescadores y estaba edificada sobre el agua unos ochenta metros; debajo guardaban las barcas los pescadores que trabajaban para ella y cuando esta inauguró la casa, los vecinos de Galende demostraron su disconformidad apedreándola por considerar que monopolizaba la pesca al crear allí una piscifactoría. En la prensa se encuentran referencias a esta casa nombrándola siempre como «la Casa de la Marquesa». Incluso se cuentan anécdotas que recuerdan a Victoriana residiendo allí durante el invierno, porque se añade que el lago estaba helado y que al ver a unas niñas cruzando por su superficie, desde la playa de los Enanos hasta Ribadelago, y comprobando el estado del hielo lanzando piedras, «La Marquesa» desde su casa gritaba: «Dios ampare a esos párvulos que no saben lo que hacen?».

A medida que fueron pasando los años, Victoriana fue vendiendo a sus arrendatarios algunas de sus propiedades en la provincia de Zamora. Parte de su capital lo invirtió en fincas urbanas en Madrid, al igual que lo habían hecho sus antepasados. Algunas temporadas siguió residiendo en su casa del lago de Sanabria, lago que después de un largo pleito pasó, en 1932, a ser propiedad del Estado, y en la de la dehesa de San Andrés en Toro, lo que la vinculó a los acontecimientos que ocurrían en estos lugares. Así, cuando se incendió la iglesia de Santa Catalina, de esta última ciudad, en el mes de mayo de 1957, entregó como donativo cinco mil pesetas para su reconstrucción y cuando ocurrió la tragedia de Ribadelago, el día 9 de enero de 1959, hizo un donativo de veinticinco mil pesetas.

No sabemos qué motivo tuvo Victoriana para encargar la construcción de una residencia para sacerdotes ancianos en parte de lo que había sido el antiguo convento de San Francisco, de Toro, pero la obra encomendada al arquitecto Enrique Pfitz se inició en 1923 y en 1928 estaba concluida. Los acontecimientos históricos hicieron que este edificio se convirtiera en hospital de sangre durante la Guerra Civil y que después pasara a ser Seminario Menor, siendo inaugurado el 14 de febrero de 1952. Su fortuna permitió que invirtiera varios millones en este edificio.

Los últimos años de su vida estuvo rodeada de sus sobrinas, hijas de su medio hermano Jacinto Murgoitio, de las que se había encargado desde que fallecieron sus padres. Murió, a los noventa y un años, en su domicilio de la calle Alcalá número 89, de Madrid, el día 3 de diciembre de 1961. Por su contribución a la iglesia se le había dado el tratamiento de Excelentísima Señora y «Cruz Pro Ecclesia et Pontífice», distinción instituida por el papa León XIII como reconocimiento a la labor de los laicos a favor de la iglesia de Roma. Sus restos fueron llevados al panteón familiar de la Sacramental de Santa María.

En la esquela que se publicó en los periódicos no figuran entre sus familiares ningún descendiente de los Villachica y sí sus sobrinas, hijas de su hermano, llamadas Fernanda, Trinidad, Marina, madre Corazón de Jesús (terciaria franciscana) e Isabel Murgoitio, así como su servidora, Susana Álvarez y demás servicio.

Su última voluntad fue nombrar como herederas a sus sobrinas y dejar un gran legado a la Iglesia, que incluía la dehesa de San Andrés, nada más alejado de lo que habría sido la voluntad de los Villachica y como en tantas otras ocasiones la historia de una familia acaba, perdiéndose el apellido que le dio origen y recayendo su fortuna en personas o entidades ajenas.

Con la muerte de Luis y Victoriana se acaba el apellido Villachica, a través de los descendientes de Manuel Villachica Arza, la única que lo llevó en primer lugar es casualmente Victoriana y sus decisiones distaron mucho de lo que había caracterizado a la saga.

El día 11 de marzo de 1965, un artículo del periódico ABC recuerda a don Luis de Villachica por algo que él no habría sospechado nunca, el artículo en cuestión trata del pueblo de Almaraz de la Mota (Valladolid) y su título es «Un pueblecito no se resigna a morir». En él se describe la situación que atraviesa Almaraz en ese crítico momento, cuando está a punto de desaparecer y su alcalde le explica a un redactor de El Norte de Castilla que el pueblo fue comprado por don Luis de Villachica a la casa de Alba y que al morir don Luis lo heredó su hija doña Victoriana y continúa literalmente: «Ella murió también, y desde hace tres años Almaraz ha sido propiedad de unas sobrinas suyas: una de ellas al hacerse cargo de la hacienda vino al pueblo, pero apenas se detuvo: vio la iglesia y se marchó. Con excepción de la iglesia y del cementerio, todo lo demás, casas, campos, eras, ha sido propiedad de las herederas de Victoriana Villachica», que no dudaron en venderlo al mejor postor porque necesitaban dinero para hacerse cargo de la herencia de los Villachica.