El evangelio de hoy, es seguramente reflejo de una costumbre de las primitivas comunidades cristianas. Son prácticas heredadas del judaísmo, entre ellas la preocupación por la vida interna de la comunidad. El evangelio nos advierte que no se parte de una comunidad de perfectos, sino de una comunidad de hermanos, que reconocen sus limitaciones y necesitan el apoyo de los demás para superar sus fallos. Los conflictos pueden surgir en cualquier momento, pero lo importante es estar preparados para superarlos. También nosotros en nuestras relaciones sociales, eclesiales, familiares o de amistad, tendemos a esperar que los otros sean perfectos y en cuanto alguien falla ponemos el grito en el cielo. La verdad es que ninguna comunidad es posible sin aceptar y comprender que todos somos imperfectos y que antes o después saldrán a relucir esas carencias. Es muy difícil advertir al otro de sus fallos sin acusarle, pero es más difícil todavía aceptar que me corrijan.

Una buena corrección tiene que dejar muy claro que buscamos el bien de la otra persona y no nuestra vanagloria. Debemos entender que cuando alguien se aparta o excluye de los otros, está perdiendo su identidad, las personas, por naturaleza, somos sociales, formamos parte de la comunidad, de los distintos grupos que la integran.

El sentido de la comunidad es la ayuda mutua en la consecución de la plenitud de cada persona. La Iglesia debe ser signo de salvación para todos. Comunidad de hermanos que caminan juntos en lo bueno y en lo malo. Hoy día nos falta conciencia comunitaria. Pasamos, en muchas ocasiones, de los demás. Seguimos enfrascados en nuestro egoísmo incluso dentro del ámbito de lo religioso. El fallo más letal de nuestro tiempo es la indiferencia. Seguramente es hoy el pecado más extendido en nuestras comunidades.

La realidad que hoy vivimos causa a mucha gente pena y dolor: ante tanta polarización, ante el odio que destilan las palabras de los enemigos políticos, ante la tentación de desacreditar y descalificar todo lo que hacen los que no piensan como nosotros, ante la alegría que sienten algunos por al dolor y el fracaso de los demás… pienso el bien que nos haría hacer nuestro el recurso a la corrección fraterna que nos propone Jesús y empezar +a construir juntos en lugar de competir para vencer. Esto deberíamos aplicarlo a todos los ámbitos en los que se realiza nuestra vida.