Opinión | Un castillo para Baltasar Lobo

Pascual Úbeda

Zamora: un destino para la obra de Baltasar Lobo

Imagen del castillo y de la catedral desde el puente de los poetas.

Imagen del castillo y de la catedral desde el puente de los poetas. / Archivo

Aunque no soy de Zamora, frecuento esta ciudad y cada vez que la visito practico un ritual que consiste en cruzar en solitario el Duero por el Puente de Piedra para caminar por la margen izquierda del río contemplando la ciudad, detenerme junto a una fuentecita de hierro fundido con la leyenda del "Anillo del obispo Atilano" y releerla; un poco más adelante, paso un buen rato apoyado sobre el pretil del Puente de los Poetas, porque me parece un sitio idóneo para recordar la Historia y observar el singular paisaje urbano que apenas ha variado en el tiempo, como se puede comprobar en el dibujo realizado por el cartógrafo flamenco Antón van den Wyngaerde hace ya 530 años. Esa larga mirada me produce emoción, porque como dice Brodsky: "La belleza se encuentra donde se para la mirada para descansar". La estampa que contemplo también tiene propiedades misteriosas que van más allá de lo físico. El primer plano es un pequeño espacio que por sus significados se ha convertido en un territorio simbólico, donde de forma longitudinal y ordenada ya en el Medievo se fijaron los poderes de la sociedad: el real y militar representado por el castillo, el poder religioso representado por la catedral y, a la vera de ambos, el caserío del pueblo.

En el volumen del Castillo predomina lo horizontal, con muros modificados durante el reinado de Felipe V para su defensa ante la artillería. Fue construido por Fernando I de León y sirvió de fortaleza de frontera durante la Reconquista. Muy próxima se encuentra la Catedral con la singular silueta de su cimborrio y la enorme masa de su torre con las dos funciones de campanario y de defensa.

Este conjunto de contenedores está cargado de episodios históricos y uno de ellos, creo que importante para la identidad de los zamoranos, corresponde a las dos naciones peninsulares, ya que el primer rey de Portugal, Alfonso Henríquez, hijo del conde Enrique de Borgoña y de Teresa, hija natural de Alfonso VI de León, fue nombrado caballero en la Catedral de Zamora y, en el año 1143, Alfonso VII de León firma en estos lugares el "Tratado de Zamora" con el que le reconoció como el primer rey de Portugal. Transcurridos doscientos cincuenta años, este pequeño territorio que contemplo varado junto al río, percibo que está envuelto en el hilo de las Moiras en forma de dedo señalando desde el castillo hacia poniente a las dos naciones ibéricas, una proyección al otro lado del Atlántico, y así se pactó entre ambas a 65 kilómetros Duero arriba.

En épocas posteriores, el castillo fue cuartel, después Centro de Arte y Diseño, luego Escuela Central de Idiomas y, por último, Escuela de Artes y Oficios. Y ello es lógico porque este tipo de edificios históricos, si se pretende conservarlos, deben cumplir una función, ya que, de otra forma, el abandono provoca poco a poco su destrucción, y lo que es peor, el olvido a causa de la indiferencia sobre un hito importante de la ciudad.

Los edificios históricos, si se pretende conservarlos, deben cumplir una función, ya que, de otra forma, el abandono provoca poco a poco su destrucción y, lo que es peor, el olvido

El expolio de patrimonio que ha sufrido España en los últimos siglos ha sido importante, sobre todo debido a la invasión napoleónica y, en los comienzos del siglo XX, a la venta indiscriminada a museos, instituciones y magnates extranjeros, de pinturas, esculturas, bajorrelieves, retablos, e incluso ábsides y claustros trasladados piedra a piedra. En general, el flujo de pérdida patrimonial ha sido de dentro hacía el exterior. Sin embargo, tenemos un ejemplo de signo contrario que beneficia a Zamora. Se trata del legado de Baltasar Lobo, que, tras su muerte, su familia dejó como herencia a esta ciudad. Este singular artista es reconocido internacionalmente, con esculturas en museos y plazas de París, además de museos de Nueva York, Tokio y Caracas, entre otros. Y sus hermanas solo pidieron como condición que la obra fuera expuesta en su tierra con dignidad en un museo definitivo, que está pendiente de construir.

Es cierto que hay un pequeño museo de Baltasar Lobo junto a la Catedral, pero el grueso de la obra (más de 700 piezas) lleva esperando años su ubicación definitiva. Se han formulado propuestas que por sus condiciones y superficie solo sería factible albergar parte de la obra legada, y esta colección, declarada Bien de Interés Cultural por la Junta de Castilla y León (octubre 2023), debe estar unificada y no dispersa. Por eso, es necesario un espacio importante que se convierta en referente, hito o imán cultural. Y el castillo, edificación protegida por el Patrimonio Histórico Español según la Ley 16/1985, sería idóneo para este fin. Se trata de una oportunidad magnífica para poner en valor este monumento, transmitir su historia y dotar a cada recinto de su correspondiente significado. Y se puede realizar porque hay materiales y soluciones constructivas con los que es posible que, sin dejar de potenciar el "antes", funcionen también en el "ahora".

Sin duda, cualquier ciudad del mundo que recibiera una donación de esta categoría, estaría honrada y correspondería con un magnífico museo para mostrar esta obra con orgullo y potenciar su prestigio.

Pero, en Zamora, la obra de Lobo en cierta medida ha chocado con algunos sectores de la sociedad con una extraña laxitud, a veces teñida de indiferencia. Por eso, es importante la intervención de las instituciones y de los poderes locales, que son los que deben velar por los intereses y potenciar la común construcción de la identidad. Esta y no otra cosa debe ser su razón de ser. Aunque la idea de identidad es difícil de aprehender, yo la entiendo como un conjunto de valores colectivos del pasado, que influyen en el presente, y que tienen una proyección en el futuro, pero lo más importante es que la identidad se ha de construir socialmente y por ello es imprescindible la intervención de todos los zamoranos. En este caso, todas las fuerzas deberían unirse, aunque estemos en momentos de confrontación entre los que mandan y de desinformación ciudadana. Vivimos inmersos en lo que se está denominando "la post-verdad". Y, precisamente por ello, nos tenemos que aferrar a la Cultura, que no es otra cosa que los símbolos en acción. Y ese es el futuro para hacer de Zamora un territorio menos olvidado.

Pascual Úbeda

Aparejador y Doctor en Sociología, en la rama de Antropología. Ejerció como Catedrático de Rehabilitación de edificios en la Universidad Politécnica de Madrid. El amplio conocimiento del sector de la construcción le viene del ejercicio de su profesión y de antecedentes familiares. Como él mismo indica, es constructor como su padre y su abuelo. Su trabajo ha sido reconocido por su enfoque en la arqueología urbana y la valoración de los espacios construidos. Es un profesional comprometido con la investigación y la preservación del patrimonio arquitectónico. Sus libros y contribuciones han enriquecido el campo de la arquitectura y la historia del arte. Su último libro, Venecia: la ciudad devorada (Madrid, 2024), es un testimonio más de ello.