La Opinión de Zamora

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Agustín Ferrero

El poder de la coma

No se entiende cómo una ley muy esperada está provocando efectos contrarios a lo que, al menos en parte, cabría esperar de ella

Árbol con letras

No sé si todos somos conscientes del poder que tiene la coma cuando la colocamos de una u otra manera en función de lo que deseamos expresar a través de la escritura. Lo cierto es que ese signo, que ya usaban en la biblioteca de Alejandría (S.III a.c.), tiene una fuerza enorme. Archiconocidas son algunas frases que se suelen poner como ejemplo para destacar su influencia. “Vamos a comer, niños” y “Vamos a comer niños”, es una de ellas. En la primera versión pedimos a los niños que acudan a comer; en la segunda nos hemos vuelto antropófagos y decimos que nos vamos a comer a los pequeños infantes. Otra de las más conocidas es la de “No espere” y “No, espere”, la primera versión indica que podemos pasar, puesto que se nos dice que no tenemos que esperar, mientras que en la segunda se dice justo lo contrario, o sea, que no pasemos, que nos esperemos.

Y si una coma es tan importante, cabe imaginar lo trascendente que puede llegar a ser un punto y aparte, o cambiar un masculino por un femenino, o un singular por un plural. Mas decisivo aún puede llegar a ser la omisión de una palabra o añadir un vocablo que no encaje con el sentido que queremos darle al texto. Todas estas posibilidades en mayor o menor medida vienen a alterar su sentido.

De ahí que haya que cuidar con primor las normas gramaticales para evitar llevarnos algún disgusto. Por eso, nos esforzamos en redactar los contratos de manera que no sean interpretables, sino que expresen claramente lo que se desea regular. No solo el precio, el plazo, y la vigencia son importantes, sino también un montón de incertidumbres que hay que dejarlas aclaradas, y pasadas a limpio, ya que van a ser asumidas por las partes. También tenemos que poner extremo cuidado, en que las posibles interrelaciones directas, indirectas o circunstanciales, u otros acuerdos o contratos, no alteren la esencia del mismo.

Una metedura de pata de tipo técnico, máxime teniendo en cuenta que los grupos políticos y los organismos públicos cuentan con cientos de asesores que se supone que deben saber de esto

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¿Y si hay que esmerarse en exquisiteces y precisiones lingüísticas en los documentos privados, qué cabe esperar de los públicos, y en especial de las leyes? Pues muy sencillo, que se elija cada palabra, cada línea, cada punto, y cada coma, con precisión, que se aplique la condición de exhaustividad que sea menester, y que se tengan en cuenta sus interrelaciones, ya que una ley es algo serio y perdurable que afecta a todos los ciudadanos.

De ahí que no se entienda como se ha podido redactar una ley muy esperada, que está provocando efectos contrarios a lo que, al menos en parte, cabría esperar de ella. Eso es lo que vienen a decir propios y extraños. Porque, si lo que se pretendía era poner más empeño en combatir a los que atentan contra la libertad de las mujeres, (“sí es sí”) en determinados casos se ha conseguido el efecto contrario. Viene a resultar que algunos delincuentes ya juzgados y condenados a prisión, están viendo acortadas sus penas o son puestos en libertad. Así que, no cabe calificar dicha ley de manera distinta a lo que podría entenderse como una metedura de pata de tipo técnico. Máxime teniendo en cuenta que los grupos políticos y los organismos públicos cuentan con cientos de asesores que se supone que deben saber de esto.

La tan debatida ley, presentada por el Ministerio de Igualdad, ha pasado por el Consejo de Ministros, el Congreso de los Diputados y el Senado. Y, misteriosamente, nadie ha caído en la cuenta que donde querían decir digo parece que han llegado a decir Diego, o Dieguito, según los casos.

Ante tan grave situación cabría esperar que quienes no han hecho bien los deberes abdicaran de su prepotencia, y resolvieran el problema que ellos mismos han creado. Y mucho mejor sería si dimitieran los responsables del desaguisado. Pero aquí, tristemente, no sabemos conjugar el verbo dimitir. No solo no se dimite, sino que la numero uno del dislate ha salido por peteneras acusando, sin pruebas, a jueces y fiscales, o sea, al tercer poder del estado, de estar aplicando esta ley de manera sesgada, “debido a que son unos machistas”.

Tal afirmación se aproxima bastante a tachar a la judicatura o a parte de ella de prevaricadora, que dicho sea de paso es el delito más oscuro puede llegar a cometer quien dicta sentencia a sabiendas de que ésta es injusta.

Mas ocurrente viene a ser el hecho de que hay quien se permite recomendar a quienes administran la justicia que acudan a cursos de formación para ser capaces de hacer bien su trabajo. Aunque, en este caso, parecería más propio que lo hicieran los redactores de dicha ley, que son quienes han permitido que se monte esta marimorena. Un buen número de expertos coinciden en afirmar que el problema suscitado no habría llegado a mayores de haberse añadido al texto una disposición transitoria, como, al parecer, se ha hecho en otras ocasiones. Pero claro, antes habría que conocer si se prefiere “escribirtodojunto” o “escribir todo junto”.

Para terminar, me permito incluir otro ejemplo del uso de la coma: “No queremos saber” o “No, queremos saber” y que cada uno elija el que más le convenga.

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