La Opinión de Zamora

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Eduardo Ríos

Desde los Tres Árboles

Eduardo Ríos

Teresa de Jesús, carmelita y mujer genial ( II)

La santa era una transgresora, incómoda para un Estado intolerante y represor

CUADRO EN EL QUE APARECEN EN PRIMER TERMINO SANTA TERESA DE JESUS Y SAN JUAN DE LA CRUZ. EPIPRESS

Existe un pequeño grupo dentro de la literatura española abanderado por San Juan de la Cruz que expresa sus sentimientos con la más espléndida sinfonía de adjetivos que nunca se haya orquestado. Son los místicos. Exquisitos. Enigmáticos a veces. Ardientes, siempre, y apasionados.

Es, la suya, una poesía influenciada por la delicadeza y platonismo que imperaban en Italia desde mediados del siglo catorce y busca comunicar la experiencia espiritual a través de sugerentes imágenes propias de la poesía amatoria profana. Teresa de Jesús es uno de sus miembros más destacados.

Mística y conversa, Teresa de Jesús fue una adelantada a su tiempo. Una transgresora que lo mismo buscaba patronazgo para asentar una nueva fundación que escribía en la soledad de su celda. Una mujer carismática que denunciaba la relajación de las normas conventuales al tiempo que alentaba a sus novicias carmelitas al recogimiento a través del silencio y la oración, sí, pero también de la lectura. Una mujer inclasificable, en suma, y por tanto, incómoda para un Estado intolerante y represor. También, para la Iglesia.

El empeño renovador de Teresa de Jesús no siempre fue bien visto. ¡No estaban los tiempos para extravagancias!

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A lo largo de los siglos la Iglesia se había convertido en una inmensa institución burocrática ávida de poder. Las situaciones incompatibles con la doctrina eran habituales y en el siglo XVI aquel lamentable estado de cosas se volvió insostenible. Se hacía necesaria una reforma en profundidad que devolviese a la Iglesia su auténtico espíritu, sin embargo, el empeño renovador de Teresa de Jesús no siempre fue bien visto. ¡No estaban los tiempos para extravagancias!

Sucede que aquellos raptos, éxtasis y transverberaciones que la santa narraba no siempre fueron creíbles. Los brotes del protestantismo que llegaba de Alemania y la proliferación de supuestas visionarias habían puesto en estado de alerta al Santo Oficio, los conventos estaban llenos de mujeres que afirmaban tener las mismas experiencias por conseguir prebendas y favores y las de aquella monja “ iluminada” no tenían por qué ser diferentes. Por otra parte, cualquier tipo de enfrentamiento al pensamiento oficialista, signo de normalidad democrática hoy día, en aquella España que lideraba un imperio en el que jamás se ponía el sol suponía desafiar a un monarca con una devoción rayana en el fanatismo.

En un tiempo en que el misticismo no estaba bien visto por la Iglesia, la escritura vino a salvar a aquella mujer del acoso de quienes veían en sus esfuerzos renovadores una usurpación del propio poder, cuando no de arrogancia. Guiada por una idealización amorosa del Padre llevada hasta la pasión más violenta, la escritura era su particular forma de hablar con Dios. Una plegaria que combinaba la vida contemplativa con experiencias sufridas y gozadas en carne viva. La oración de una mujer culta y sensible para quien Dios, más allá de un concepto o de una definición, era realmente una presencia amante y amada.

El estilo literario de Teresa de Jesús es espontáneo y natural. Las metáforas y paradojas, frecuentes. El lenguaje, el de las gentes de Castilla que tan bien debía conocer acostumbrada como estaba a platicar con gentes de toda condición. “Las Moradas” suele considerarse su obra cumbre, sin embargo, es en la correspondencia particular donde con una franqueza conmovedora y el iluminismo propio de la fe de los creyentes se muestra más cercana. Sus múltiples cartas evidencian las dudas, temores, incertidumbres y miedos comunes a cualquier mortal. También los sueños que, sin duda, tuvo. Convertida en el máximo exponente femenino de la mística católica, Teresa de Jesús, es imperecedera.

Ella, “ que solo en Dios ponía su pensamiento, que por Él renunciaba a todo lo criado y en Él hallaba su gloria y su contento”, forma parte para siempre de ese reducido y privilegiado grupo de escritores que a lo largo de la Historia ha sabido vencer al tiempo. En su caso, con palabras luminosas. Ardientes y apasionadas.

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